A sus 31 años, no debería verse obligado a demostrar nada a nadie… y juega cada partido con esa única necesidad: la de contarle al mundo quién es, qué hace, cómo lo hace y por qué. Ya tiene una Eurocopa, dos Champions, cuatro Ligas, títulos en España, Italia e Inglaterra y lleva levantando trofeos desde 2011, cuando fue el máximo goleador de la Euro sub'19 (6 dianas) y el 'planeta-fútbol' se pegaba por aquel muchacho espigado y fuerte que ya había pasado por las canteras del Atlético, el Getafe y el Real Madrid.
Hoy es el capitán de la Roja, vigente campeona continental, y a su alrededor ha estallado la 'Moratamanía', la adoración del antihéroe en el país de Don Quijote, a tenor de lo visto esta ventana FIFA en Murcia y Córdoba: dos partidos en los que la grada ha reaccionado de forma unánime en favor del 'nueve'. Sus errores se aplaudían con el entusiasmo del indulto inmediato y natural. De una manera coherente, como el hidalgo estrellándose contra los molinos de viento, el fallo de quien no deja de intentarlo es mucho más perdonable.
Álvaro es un antihéroe doliente. Todavía después de tantos años de carrera parece entrar en depresión aguda después de cada error en el remate, cada mal control, cada fuera de juego evitable. Este verano, firmó la guerra con una parte de la afición y, sin saberlo, la paz y el cariño con la otra parte. La primera de ellas, la relacionada con el mundo 'hater' y los 'memes' incendiarios, y tal vez una pequeña (o mediana) facción del madridismo resentido y poco elegante (los pitos en el Santiago Bernabéu en marzo, en un España-Brasil, fueron muy duros), tiene el gatillo preparado para disparar cada vez que Morata comete un error.
La caída
Todo aquello derivó en una depresión y ataques de pánico. «Llegó un momento en que no podía abrocharme las botas», reconocía la semana pasada. El delantero, que denunció un maltrato personal y un hartazgo profesional por todo aquello, hace demasiado caso del 'qué dicen' y el 'qué dirán': cuantas más vueltas a la cabeza, más pequeña se hace la portería. Marcó 19 goles en la primera mitad de la temporada y apenas dos en los últimos cuatro meses de la 23/24. Coincidió con una intensificación de la enfermedad crónica (y muy dolorosa) que padece en el nervio trigémino, en un lado de la cara… y con el deterioro de la relación con su pareja y madre de sus cuatro hijos, Alice Campello, de la que se separó finalmente en verano.
La selección, y por contagio directo la Eurocopa, fue un clavo ardiendo al que agarrarse y 'convencer' a esa segunda parte de la afición dispuesta a darle cariño y defenderle de 'los malos'. Anotó el primer tanto de la campeona en el torneo (1-0 ante Croacia) y ninguno más… pero las palabras de todos sus compañeros y del seleccionador nacional en torno al 'runrún' sobre su rendimiento y su falta de acierto fueron construyendo cierta mística alrededor de la figura de Morata: un delantero de inmenso trabajo y movilidad, capaz de repetir esfuerzos en la presión hasta que haga falta, de ofrecerse en casi cualquier parte del campo para descargar, de constantes apoyos, desmarques e instinto para generar espacios libres para los llegadores. Con todo eso, 'solo' le faltaría más regularidad con el gol para ser reconocido como un 'top' mundial.
Líder
Y, además, también es un líder. El único que le queda 'sano' a un equipo que, a pesar de no presentar fisuras, es todavía muy joven y en la gloriosa Eurocopa de junio y julio tenía a tres referentes claros sobre el césped: dos de ellos han caído víctimas de lesiones de gravedad (Carvajal y Rodrigo), así que Morata es el único 'jefe' del vestuario que le queda a la Roja de De la Fuente, capitán a su manera y consciente de que le hacen falta dotes de mando sobre el césped. «Soy una solución cuando se me necesita», suele repetir el hoy atacante del Milan de sí mismo, consciente de que no ha convencido a todos los aficionados durante su carrera, pero sí a todos sus entrenadores.
De la Fuente es su gran valedor en la actualidad. Y de una defensa a ultranza nacen gestos como los que ha recogido estos últimos días: a pesar de fallar varias ocasiones claras, incluido un penalti, cuando marcó el golazo de la tranquilidad ante Serbia la euforia de la grada y los gestos de alegría de todos sus compañeros dibujaron 'algo' especial. Las ganas de mantener enchufado a un tipo que lleva toda su vida peleando contra las expectativas y mezcla debilidades con fortalezas a la espera de que un gol lo cambie todo.