La carta que cambió el mundo

J. Villahizán (SPC)
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Colón escribió un año después de descubrir América una misiva de ocho páginas dirigida a los Reyes Católicos en donde proclama la posesión de las nuevas islas para la Corona y narra con todo detalle las vicisitudes con las que se encontró

La carta que cambió el mundo

Nunca antes una misiva había tenido tanta repercusión histórica como la que escribió Cristóbal Colón a los Reyes Católicos tras su primer viaje a América en 1492, que él creía las islas de la India, para contarles las bondades que había encontrado en aquellos lejanos y exóticos lugares.  

El documento en cuestión, fechado en 1493 y titulado en latín De insulis nuper invetus -De las islas recién descubiertas, según su traducción-, es un texto de ocho folios y algunas manchas de cera dispersas en donde el almirante narra a la Corona las tierras que ha descubierto, los detalles topográficos de los sitios y una descripción de sus habitantes, así como su comportamiento.

La misiva fue subastada hace unas semanas por 3,9 millones de dólares tras aparecer hace unos meses en una colección privada de Suiza y después de haber estado desaparecida durante años. El pergamino en cuestión fue impreso en Roma e incluye una introducción en la que se describe a Colón como un hombre «con quien nuestra época tiene una gran deuda», detalla.

La carta de Colón, como es conocida popularmente, en realidad es una especie de despacho con el que España quería difundir sus logros al mundo por haber descubierto varias islas. Por eso, los Reyes Católicos mandaron hacer varias copias en distintos idiomas, uno de ellos en latín, del texto original en español redactado por el ilustre navegante.

En ella, el navegante proclamaba que había tomado posesión de las islas para el rey y la reina de España, como reclamo colonial y conocimiento de sus competidores, sobre todo de Portugal, sin saber que dónde había arribado eran las actuales Cuba, Haití y la República Dominicana en lugar de las Indias.

Pero la proclama que escribe Colón no se queda solo en un mero documento administrativo de posesión de las nuevas tierras para España, sino que narra con todo lujo de detalles cómo son los territorios que se encuentra. Así, detalla distintas informaciones topográficas como montañas, playas y valles, al tiempo que realiza aclaraciones sobre la fauna y la flora del lugar, tales como el tipo de árboles que observó o la clase de aves. Sin olvidar a las gentes a las que ve.

En este sentido, describe que todas las personas con las que se encontró estaban desnudas y que solo algunas mujeres se cubrían con algún trozo de tela que ellas mismos tejían o con hojas.

También se percata de que esos indígenas no portan ningún tipo de arma ni nada semejante, tan solo cuentan con cañas o maderas a modo de herramientas.

A pesar de ello, el almirante describe que esos individuos parecen temerosos y muertos de miedo y que en lugar de hacer frente a los nuevos humanos que aparecen en unas supuestas máquinas infernales en forma de barcos se esconden detrás de los arbustos y la maleza.

Después de contactar con ellos y conocerlos, a pesar de la dificultad para comunicarse, Colón relata que cuando les ofrece presentes y regalos, los indígenas son extremadamente cariñosos y serviciales.

Al servicio de dios

Uno de los detalles importantes que cita el genovés a la Corona en su misiva es que espera que España convierta a estos pueblos en siervos de Dios, que lleve la fe a estos confines del mundo y que los indígenas acaben abrazando el catolicismo. Y anota, también al respecto, que observó una buena disposición por su parte para convertirse al cristianismo.

Sin embargo, no en todas las islas fue recibido de una manera tan afable, colaboradora y propicia. Hay testimonios en los que cuenta la existencia de «ferocidad» en algunas sociedades, así como el armamento con el cuentan, que tan solo alcanza a algunos arcos y flechas. A lo que añade las visibles diferencias entre clases o clanes; así en una ocasión menciona que en una isla había gente sin cabello.