Del Bosque está en este mundo para romper moldes. Como futbolista, como entrenador, como seleccionador, el salmantino consiguió, porque era imposible, que un deporte de caballeros jugado por villanos como es el fútbol, se convirtiera en una práctica noble y de provecho. En las antípodas de los petulantes y autosuficientes individuos que suelen deambular por los alrededores de las competiciones, los clubes y las federaciones. El fútbol se ha convertido en un universo con vida propia. Sus proporciones son espectaculares, lo que mueve, lo que supone para las sociedades, su capacidad de movilizar estados enteros, la factoría de sueños en que se ha erigido cada día.
Por eso es difícil de digerir cierta patulea que se ha enseñoreado del espectáculo. No ya por su ineficiencia, que la tienen; ni por las irregularidades ni el espectáculo de idas y venidas a los juzgados. Lo difícil es tolerar su falta de ejemplaridad, esa viscosa mezcla de dinero, testosterona y concupiscencia de los 'rubiales' y no tan rubiales.
Por eso, es una gran noticia que Vicente represente a este deporte y auspicie y, en cierto modo, module la voluptuosidad vergonzosa de este tiempo preeuropeo y ante olímpico. Hay que recuperar la reputación de los pioneros de este deporte, futbolistas preeliminares de un tiempo más artesanal que el actual que tendría muchos defectos pero que también contaba entre sus virtudes la autenticidad de los Amancio, Pirri, Di Estefano, Gento y tantos y tantos que ayudaron a digerir mejor la dureza de las tardes del domingo de aquellos años sesenta.
Haber convencido a Vicente del Bosque de volver para tomar el mando de la chalupa es un acierto y a todos nos puede traer de vuelta los valores de un deporte maravilloso. Dicen que el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes. Yo creo que es tan importante que a veces los árboles no nos dejan verlo. A del Bosque, digo, y a los de su camada. Bienvenido de nuevo, míster.