Seis de cada diez estadounidenses han decidido ponerse límites a la hora de recibir información sobre las elecciones presidenciales del próximo 5 de noviembre. Están hartos del ambiente sumamente polarizado que vive el país. Tras la retirada de Joe Biden de la carrera electoral, los Demócratas se las prometían felices. Las donaciones, fundamentales en las campañas americanas, aumentaron exponencialmente para Kamala Harris, muy por encima de las de su oponente. Eso, junto a la enorme ilusión desatada por su candidatura, hizo albergar unas grandes expectativas. Pero la realidad es que los resultados están hoy más igualados que nunca. El endiablado sistema electoral de este país, Estados Unidos es la única democracia presidencial en la que el presidente no es elegido directamente por los votantes sino por el denominado Colegio Electoral, hace que pueda llegar a la Casa Blanca alguien con menos votos que su rival. Ya le pasó a Hillary Clinton en 2016, cuando ganó por cerca de tres millones de votos, aunque el Colegio Electoral dio la victoria a Trump. Problemas como este, pero también el de la propia composición del Senado, con sobrerrepresentación de muchos estados, o el funcionamiento del Tribunal Supremo, llevan a numerosos politólogos a calificar a la democracia estadounidense de 'defectuosa'. El origen, según ellos, está en la Constitución, texto aprobado en 1787 que ha dado muchos lustros de prosperidad a lo largo de dos siglos, pero que, sin reformas en los últimos cincuenta años, se ha quedado muy desfasada.
El caso es que el resultado de estas elecciones que tienen en vilo al mundo entero depende de la decisión que tomen unas decenas de miles de votantes, en un país de 340 millones de habitantes, que viven en los llamados 'swing states' y que aportan unos decisivos 93 votos electorales: Carolina del Norte, Nevada, Míchigan, Arizona, Georgia, Pensilvania y Wisconsin. En sus manos está nuestro destino, el mío y el suyo, querido lector, que las consecuencias nos afectarán a todos. Mientras llega el 5 de noviembre, no dejan de sorprendernos las mentiras, las faltas de respeto y las estupideces que salen por la boca del vendedor de McDonald's por un día y candidato republicano, Donald Trump. Pero lo más sobrecogedor es que cuanto mayor es la extravagancia, más fuerte es el apoyo que concita. Cuanto más grande es la grosería, «vicepresidenta de mierda» llamó a Kamala el otro día, más les gusta a sus seguidores. Entre ellos está Ernesto, mi jardinero, un viejo cubano que llegó a Estados Unidos como balsero hace 30 años. «Yo le voy a votar. Lo que importa es que no gane esa prieta (negra) comunista». Él entiende que Trump es un populista y un bocazas. Reconoce que intentó dar un golpe de estado el 6 de enero de 2021, y sabe que ha sido condenado por un tribunal por decenas de cargos y que tiene varias causas judiciales pendientes. Pero todo eso le da igual. Para él, hay un bien superior que lo justifica todo, y es que una mujer, negra, y comunista (para muchísima gente en este país, todo lo que no es derecha es comunismo, así de simple) no alcance la presidencia. Créanme cuando les digo que hay millones y millones de Ernestos en Estados Unidos.