¿Quién iba a decirle a Europa que serían España y Portugal, tan tarde incorporada políticamente a ella, los países que establecerían andando el tiempo un muro de contención frente a los que pretenden destruirla, o, mejor dicho, que pretenden volver a destruirla? Pero tal es lo sucedido en las elecciones europeas del domingo, cuando la marea "euroescéptica", eufemismo que designa el tsunami de las ultraderechas nacionales y de las directamente nazis o fascistas, ha inundado el resultado de los comicios.
En tanto que gran parte de los países de la Unión se han visto anegados por el inusitado crecimiento electoral de esas formaciones contrarias al espíritu europeo, llegando a ser las más votadas en Francia o Italia, o la segunda ¡en Alemania!, en España y Portugal ha ganado el equilibrio, representado en el empate técnico entre la derecha tradicional y la socialdemocracia, la coalición de facto que, con el concurso de los liberales, ha mantenido a la Unión Europea en los términos en que fue creada y desarrollada en el tiempo, es decir, en los términos que Meloni, Le Pen, Orbán, Abascal, Alternativa, Chega y no digamos "Se acabó la fiesta" se proponen subvertir, acabando, efectivamente, con la fiesta, con la fiesta de la democracia.
Por supuesto que los resultados de estas elecciones dan para numerosos análisis sobre escenarios concretos, como, en España, el de esa "izquierda a la izquierda" del PSOE en constante harakiri cainita, o el de la emergencia desde las sentinas de las redes sociales de cosas como la del tal Luis Pérez Fernández, "Alvise Pérez", o, fuera de nuestras fronteras, la recuperación de los partidos socialdemócratas que en algunos casos se hallaban al borde de la insignificancia, pero esto de que en Portugal y en España, ese Sur tan infravalorado por ese Norte tan clasista que hoy muerde el polvo, se haya votado mayoritariamente con alguna sensatez, le llena a uno, como diría ese señor que vive entre Suiza y Abu Dhabi, de orgullo y satisfacción.
¿Quién le iba a decir a Europa que serían los parientes pobres los que exhibirían, en trance tan decisivo, el mayor decoro, la mayor dignidad?