Preveo -no es difícil el vaticinio_ cumbres borrascosas, jornadas con espíritu muy poco navideño, en la nunca apacible política española. La semana que nos viene conocerá, sin duda, debates apasionados en el Parlamento a cuenta de la proposición de Ley de Amnistía, que deberá, lo pide el PP, ser votada nominalmente por los diputados, y los socialistas habrán de 'retratarse' en su apoyo a una norma de la que hace no muchos meses renegaron. Pero es inútil el esfuerzo de los 'populares' por arrancar disidencias en el bloque socialista: si el PSOE pierde la batalla por evitar esa votación nominal, me parece muy difícil que haya quienes en la bancada socialista se pronuncien contra la amnistía, que empezará así su tramitación parlamentaria hacia una casi segura aprobación por 178 votos contra 172, si nada imprevisto ocurre. Y luego... ¿Qué?
Claro que los frentes se multiplican, además de por la amnistía, que es la madre de todas las batallas: la política de nombramientos del Gobierno está levantando oleadas de indignación y extrañeza en los colectivos afectados. Y claro, hasta la designación de Nadia Calviño al frente del Banco Europeo de Inversiones suscita suspicacias en el PP, especialmente en el madrileño, donde se acusa a Sánchez de haber 'cambiado' el nombramiento de su hasta ahora vicepresidenta primera por la ubicación de la Agencia Europea contra el Blanqueo de Capitales, que iba a tener su sede en la capital española y ya no será así.
Semana muy cargada para Sánchez, que el lunes arranca presentando su libro 'Tierra Firme', de la mano del polémico presentador televisivo Jorge Javier Vázquez. Tengo para mí que el presidente evitará entrar en las guerrillas internas -que no son pocas_ en torno a la sustitución de Nadia Calviño en el 'superministerio' económico y quizá en la vicepresidencia primera del Gobierno. Muchas fuentes apuntan a que tratará de aplazar el nombramiento, aunque, aseguran desde La Moncloa, lo tiene pensado desde hace tiempo. Lógico, porque la marcha de la señora Calviño era una crónica anunciada y el puesto es, en estos momentos incluso de ciertas tensiones internas en el Ejecutivo, muy comprometido. España no puede permitirse el lujo de carecer de una dirección fuerte en su economía, un 'lujo' que habremos de afrontar presumiblemente en las próximas semanas.
Pero hay otro tema de vital importancia en el horizonte: el previsto encuentro entre Sánchez y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, para el que aún no hay fecha oficial, aunque lógicamente tendrá lugar antes de fin de año (esperemos). Una reunión complicada en tiempos en los que la amnistía se debate en la Cámara Baja y se debatirá en la Alta. Lo cual crea un clima no muy propicio para llegar a los acuerdos que tanta gente exige, al menos en torno a cuestiones como la renovación del poder judicial y un avance programático sobre las reformas, incluso constitucionales, que ambas partes, PSOE y PP, tendrían que haber emprendido ya conjuntamente desde hace mucho tiempo.
Sánchez sabe, intuyo, que no podrá seguir irritando a la opinión pública y publicada con sus decisiones, por ejemplo en torno a los citados nombramientos, y que la política de confrontación que viene llevando a cabo hasta ahora no goza precisamente de popularidad entre la ciudadanía, dicen con unanimidad las encuestas. Feijóo también creo que es consciente de que no puede seguir cediendo protagonismo a la incesante actividad del presidente durante mucho más tiempo: es preciso un giro político, recuperar titulares con algo nuevo, más allá de la denuncia de las obvias irregularidades políticas del mosaico que sustenta al Gobierno. La ciudadanía, obviamente cansada de más de lo mismo, no les perdonaría, sospecho, que un encuentro que no debería ser noticia porque no debería ser tan insólito, quedase otra vez en nada, en un intercambio de descalificaciones, silencios y reproches.
Sí, la 'cumbre' Sánchez-Feijóo, se celebre cuando se celebre, debería estar ajena a las 'cumbres borrascosas', a este clima de duelo a garrotazos que ya resulta tan difícil de entender. Pero esto, ¿Lo comprenden y lo asumen ellos, de manera especial el presidente del Gobierno, cuya responsabilidad sobre lo que está pasando es obviamente mucho mayor?