Los efectos del creciente conflicto bélico en Oriente Medio ya se están haciendo notar en otros ámbitos, como la economía. Es pronto todavía para determinar en qué grado va a repercutir, pero los primeros indicios apuntan al precio del petróleo como primer daño colateral. Y a partir de ahí, con el crudo al alza, el escenario más probable es que esta variación pueda tener su reflejo en la economía global. El 4% de subida anotado en una sola jornada -el martes, tras la contraofensiva de Irán sobre Israel- es un mal síntoma, aunque lo cierto es que el precio del barril de Brent se encontraba en la actualidad en uno de los índices más bajos de los últimos meses, casi a la mitad de los 139 euros por barril que llegó a cotizar tras la invasión rusa de Ucrania. Esto quiere decir que desde los 75 actuales existe cierto margen para que las economías occidentales puedan asumir un crecimiento moderado sin que sufran en exceso, como sí llegó a ocurrir en 2022. Sin embargo, en un escenario de evolución impredecible del conflicto, con riesgo de guerra total en Oriente Medio, un ataque de Israel a la producción petrolífera de Irán es una hipótesis válida y su consecuencia inmediata sería el encarecimiento del producto.
La escalada bélica con epicentro en Israel es una amenaza a la estabilidad global en un momento en el que todas las economías prácticamente habían concluido su proceso de recuperación tras el cataclismo causado en el comienzo de la guerra en Ucrania. Por ello, es urgente un frente diplomático fuerte que impida que el conflicto llegue a cotas de gravedad inimaginables. No es una tarea fácil, empezando por la escasa o nula voluntad de Israel de interrumpir sus ataques y el agravante de un también belicoso comportamiento en el plano diplomático, al nombrar persona non grata nada menos que al secretario general de la ONU, Antonio Guterres y prohibirle la entrada en el país. Con reacciones como esa, es difícil pensar que la llamada del político portugués para detener lo que ayer calificó como circulo enfermizo de escalada tras escalada" tenga recorrido alguno.
Europa se juega en esta guerra mucho más que nadie, empezando por la defensa de su propio modelo económico y social que, aunque en crisis de identidad, debe mantener como punto de partida para el futuro. La explosión de un conflicto a gran escala en una región tan amplia como Oriente Medio es un grave riesgo global, pero en particular para la UE, que una vez superados los importantes contratiempos económicos y sociales que supusieron las profundas crisis causadas por el covid 19 y la invasión de Ucrania, no puede sufrir un tercer impacto de estas dimensiones en un lustro. Hasta ahora ha ejercido un pobre papel, poco o nada relevante en la mediación y como testigo casi mudo ante el eje Estados Unidos-Israel. O la diplomacia europea toma conciencia de lo que hay o se pagará caro.