Las negociaciones entre el BBVA y el Banco Sabadell para una posible fusión han alterado el mapa financiero del país en estos últimos días, en los que se rebajan, tímidamente, los tipos de interés en el corto y medio plazo. Atrás quedan las más de medio centenar de entidades anteriores a la crisis financiera de 2008 a las apenas docena de firmas. Una concentración alentada en su día por la Unión Europea y el Banco de España al calor de los estrechos márgenes de los tipos de interés previos a la pandemia, así como de la crisis de deuda soberana y la falta de solvencia en los peores años del sector y de la economía española en más de un siglo.
Esta fusión, que ya se había intentado previamente, posicionaría a la nueva entidad como la segunda de mayor tamaño sustituyendo al Banco Santander y acechando a la Caixa, los otros dos tótems bancarios que compiten a escala internacional. La mayor preocupación cuando suceden estos movimientos de integración bancaria siempre se apunta una reducción del empleo en forma de ERE y cierre de oficinas que si bien no se produce en el momento del anuncio sí que se acometen la nueva entidad resultante acomete el proceso de reestructuración en el medio plazo con el argumento de buscar mayor rentabilidad y eficiencia. La otra inquietud a la que sindicatos y gobierno aluden en sus advertencias, aparte de la evidente reducción de puestos de trabajo, es la exclusión financiera en el medio rural. No parece que esta unión afecte en exceso, aunque sí es cierto que el Sabadell ha mantenido una política insistente en captar clientes en el sector de la agricultura en determinadas zonas de España, como el Levante.
Otra de las cuestiones que se hace el sector bancario es saber cuál será la siguiente. Si bien Sabadell puso el ojo en Unicaja, de fructificar las negociaciones con BBVA, la entidad malagueña se queda sin pareja de baile en un entorno de intereses bajos que repercutirá en los márgenes de todo el sector. En este sentido, la concentración bancaria debe servir para mejorar las condiciones de acceso al crédito y la financiación, de evitar abusos de comisiones y de devolver a la sociedad parte de los pingües beneficios que presentan cada cierto tiempo en sus cuentas de resultados. En esa búsqueda de ser más competitivos dentro y fuera de nuestros mercados, el Banco de España debe estar vigilante en su papel de regulador de un estable y buen funcionamiento del sistema en el que se anteponga al ciudadano a las ganancias. Porque cuando vienen mal dadas, al final se paga entre todos.