Vaya por delante que un presidente del Gobierno tiene expresamente atribuida por la Constitución la facultad de convocar elecciones anticipadas disolviendo las Cámaras legislativas cuando le parezca, respetando, eso sí, algunos trámites de tiempo y de forma, como escuchar la opinión de sus ministros (cosa que, por cierto, Pedro Sánchez no hizo en la última convocatoria electoral de hace un año).
También anticipo que ignoro, aunque tenga mis pistas, si Sánchez barajó en algún momento reciente la posibilidad de anticipar nuevamente las elecciones legislativas, quizá para este otoño, haciéndolas coincidir, en su caso, con unas posibles urnas en Cataluña. Lo que sí sé es que en La Moncloa han tomado buena nota de lo que les ha ocurrido a quienes, en los últimos meses, han anticipado sus elecciones; a saber, por ejemplo, Pere Aragonés, Sunak y Macron.
Los manuales políticos dicen que hay que ser cautos a la hora de disolver precipitadamente las Cámaras legislativas: tienen que darse circunstancias muy favorables, lo que ni en el caso británico, ni en el francés, ni en el catalán, ni, ahora en el español, sería el caso; o/y tienes que estar muy acorralado, lo que sí concurría en Francia tras las elecciones europeas, en el Reino Unido tras la pérdida de peso de los conservadores o en Cataluña tras el batacazo de Esquerra en las elecciones catalanas del pasado mayo.
Y la verdad es que Sánchez, que este jueves tenía que contemplar cómo su mujer acudía a declarar --y tendrá que volver a hacerlo dentro de dos semanas-- en un juzgado, 'investigada', o imputada, por presuntos delitos relacionados con tráfico de influencias, está bastante acorralado. No tanto por el 'caso Begoña Gómez' (que ya ha ejercido toda la maléfica influencia posible en cuanto a imagen ética y estética, que no penal), cuanto porque aquella 'coalición Frankenstein', que le dio mayoría en el Congreso pese a haber perdido las elecciones del pasado 23-j, ha estallado en pedazos. Nadie creería ya que Puigdemont, o el propio Oriol Junqueras desde lo que queda de ERC, ni quizá Podemos o hasta Sumar, se mantienen como fieles aliados del PSOE de Sánchez, que quizá no vaya a poder sacar adelante una sola ley en lo que quede –sea lo que sea lo que quede- de Legislatura.
Me consta que hay quienes en ámbitos monclovitas piensan que así no se puede seguir, aunque ay de quien, en las filas parlamentaria, ejecutiva o en el mero entorno del ejército de asesores en La Moncloa, se atreva a expresar duda alguna respecto a la viabilidad de concluir normalmente este agónica Legislatura, allá por la primavera de 2027. Muchas cosas, en el ámbito nacional (y, por tanto, catalán), europeo y mundial, van a cambiar de aquí a entonces y todo es por completo imprevisible: ¿cómo comprometer una apuesta a una duración de este 'statu quo' durante más de treinta meses, cuando en apenas seis ha ocurrido todo lo que ha ocurrido?
Pues ahora, a las meditaciones en el 'sancta sanctorum' en el que media docena de personas muy cercanas presumen de pensar con Sánchez, aun reconociendo la impenetrabilidad del personaje, hay que unir los resultados electorales que han acabado con Sunak, antes con Aragonés (y Junqueras) y posiblemente con Macron. Anticipar así unos comicios, apenas para pillar por sorpresa a los rivales, que por otra parte esperan siempre cualquier cosa del inquilino de La Moncloa, es algo que hay que meditar muy seriamente.
Quizá, quizá, en esa balanza monclovita donde se pesan todos los pros y los contras –la política de Sánchez podrá ser sorprendente; pero casi nunca es improvisada—el batiburrillo catalán, la defección de Sunak y el tremendo batacazo del mínimo partido de Macron sean factores que están influyendo en la gran decisión: ¿cortar por lo sano, repartiendo nuevamente la baraja –porque Sánchez, en el peor de los casos, retendría ocho millones de votos: hay aspectos positivos, frente a los negativos, en su gobernación-? ¿O aguantar contra viento y marea, quizá sin presupuestos, sin leyes, con desplantes a diestra y siniestra, hasta un verano de 2027 al que el partido gobernante, y quizá todos, llegaríamos hechos jirones? Nadie soy para dar consejos, por supuesto; pero me veo empujado a decir, como espectador de la política con larga trayectoria, que yo esto último no lo haría, Sánchez, forastero. Las balas empiezan a silbar muy cerca de tus orejas, aunque tú aparentes no darte cuenta.