Su impacto en la sociedad fue tan profundo que 20 años después, todo el mundo recuerda qué hacía y dónde estaba aquella mañana del 11 de marzo de 2004. Esa fecha, el 11-M, quedó grabada a fuego en la memoria colectiva. Aquel día, España (Europa también) sufrió el peor atentado de su historia cuando varias bombas, dejadas en mochilas por radicales islamistas, estallaron en los trenes de Cercanías de Madrid.
El atentado que sacudió al país levantó el telón del horror a las 7,39 horas de la mañana, cuando tres artefactos estallaron en un tren de cercanías de Renfe que, procedente de Guadalajara, acababa de entrar en la estación madrileña de Atocha. Tres minutos después explotaron otros cuatro en otro convoy, que venía de Alcalá de Henares. A la misma hora, dos más lo hicieron en un tren detenido en la estación del Pozo del Tío Raimundo y uno más en un convoy que se encontraba en la de Santa Eugenia.
Las detonaciones desencadenaron una situación espantosa, nunca antes vista en nuestro país. Los explosivos mataron a 193 personas de 17 nacionalidades distintas y dejaron heridas a más de 2.000, 250 de ellas muy graves. Las secuelas psicológicas resultaron también traumáticas para todos los que aquella jornada negra tuvieron la mala suerte de subirse a los trenes de la muerte en la capital de España.