Con el barro por los tobillos

C. R. y N. H (EFE)
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El abundante fango presente aún 13 días después de la tragedia en muchos municipios no deja ver ni las calles ni el principio del fin

Varios voluntarios limpian un garaje en Paiporta - Foto: Kai Forsterling (EFE)

En la calle Lepanto de Paiporta, el barro todavía llega por los tobillos 13 días después de que la localidad se inundara por la trágica DANA que azotó algunas comarcas de la provincia, pero no es la única vía, ni mucho menos, ni el único pueblo en estas circunstancias.

Miembros de diferentes cuerpos de seguridad o de contratas, voluntarios y vecinos siguen aún sin saber dónde pisan, con un palmo de fango que en algunos sitios es más grande porque no deja ver ni la acera ni el final de este drama.

«En esta manzana está todo igual», explica María José Miravet, desde su puerta. «Aquí el agua entró casi hasta el techo en las viviendas y fuera teníamos cinco coches. Luego estaba todo lo que sacamos de las casas. Ahora queda el barro, en comparación no estamos tan mal», asume resignada.

En la zona más antigua de Paiporta el panorama sigue siendo marrón. Los trastos, al menos, ya han desparecido casi por completo, algo que facilita las tareas de limpieza; en vísperas de cumplirse dos semanas de la catástrofe, y en día laborable, el flujo de voluntarios se ha reducido drásticamente.

Unos metros más allá, en la calle Florida, la situación es similar. Donde hace unos días había montañas de enseres destrozados ya no hay nada, pero el barro continúa tiñéndolo todo. «Estando mal, estábamos mucho peor el pasado viernes», explica Roberto. «Ahora estamos viendo algo de movimiento», asegura. Pero el movimiento no es solo para vaciar, aún quedan bajos por drenar y una vez se ha sacado el agua, el lodo acumulado en algunos casos se saca a la calle. También el agua de las máquinas de presión caseras ayuda a convertir en fango la tierra no retirada.

Unos metros más allá, una cuadrilla de militares se afana en despejar el primer tramo de la calle y en buscar alguna alcantarilla que trague, algo que por ahora es casi misión imposible.

Las conversaciones de unos y otros se centran ahora en un sistema imprescindible para devolver algo de normalidad a la zona, pero que sigue colapsado en muchos puntos y sobre el que se cierne la amenaza de las lluvias que pronostican a partir de mañana.

Sin semáforos todavía operando y con una capa de barro que por ahora impide ver el asfalto, el cercano Massanassa recibe a sus visitantes, y sobre todo a sus vecinos, dando a conocer que «se ha instalado un aljibe de 7.000 litros de agua en el ayuntamiento». 

El hedor sigue penetrando en cada una de sus calles y ahora es turno de la maquinaria pesada, que se afana en retirar cualquier enser que siga amontonado en las puertas de las viviendas de esta localidad, una más del cordón sur del área metropolitana de Valencia.

En Catarroja, vecino municipio del que solo le separa un barranco, el mismo que ha dejado la destrucción en más de 60 localidades de la provincia, los abrazos se siguen sucediendo, aunque las conversaciones son siempre las mismas. «A mí me llegaba el agua por la cintura cuando sonó la alarma», indica un joven que saluda a otro.

Es imposible volver todavía a la normalidad en estos lugares, donde el sonido de las sirenas ha dado paso al del motor de las máquinas y las mangueras de agua a presión.