Dentro de la programación del Ciclo de Encuentros para el Feminismo, el pasado viernes tuvimos la oportunidad de escuchar a Alicia Puleo, referente del ecofeminismo. Puleo es filósofa y, como tal, aplica principios éticos para explicar en qué consiste esta corriente de pensamiento. Para ello, nos trae conceptos que hoy en día parecen obsoletos, pero que deberían estar más de moda que nunca. El primero de todos, y en el que me gustaría que nos detuviéramos un poco, es en el de la vida sencilla, propio de, entre otros movimientos filosóficos, el epicureísmo. Y es que, según esta teoría, la consecución de la felicidad pasa por un mínimo coste de recursos, de forma que todo lo superfluo debía moderarse o evitarse completamente. Es complicado de entender contextualizado en la sociedad del consumo exacerbado en la que vivimos ahora, pero lo cierto es que, si cada persona trata de rememorar un momento de plena felicidad, es bastante probable que no se identifique con la compra o el consumo de ningún producto, sino más bien con la conexión con la naturaleza y la compañía de seres queridos. Incluso con realizar un trabajo que sintamos que aporta algo a la sociedad o con cultivar la calma desde nuestra propia introspección.
Pasa algo similar con la idea de buena vida. Y es que, para el ecofeminismo, ésta pasa por conseguir la felicidad a partir de la ayuda mutua, el cuidado, la solidaridad y la sororidad. Recuerdo como Yayo Herrero, que estuvo en Soria allá por el 2021, redundaba en la idea de interdependencia: hacia el mundo natural y hacia el resto de los seres humanos. La realidad es que, hoy en día, nuestro modo de vivir se conecta directamente con la competitividad y el individualismo jerárquico, asociando el éxito -y, por tanto, una teórica mayor calidad de vida- con ganar -y gastar- más dinero. Algo insostenible tanto a largo como a corto plazo.
El movimiento decrecentista fue otra de las ideas de la ponencia. Hablamos de reducir tanto la energía consumida como la huella de carbono, sin disminuir la calidad de vida. Es decir, lo que desde el ecofeminismo se define como»"buscar un Estado del Ecobienestar». Y es que, recalca Puleo, «una sociedad decrecentista es una sociedad que valora el tiempo libre y la calma». Tan sencillo -o tan complicado, según desde qué perspectiva se analice- como esto.
La filósofa acabo su charla haciendo apología de una educación ecológica no androcentrista, que incluya las emociones de amor hacia la naturaleza. Para Puleo, el exceso de datos científicos presentes en los manuales de educación ambiental limita el surgimiento de empatía hacia el mundo animal, lo que nos dificulta comprender, entre otras cosas, el deterioro ambiental.
Creo que uno de los grandes retos que se puede encontrar el ecofeminismo hoy en día, es el giro de 180 grados que ha experimentado nuestra manera de vivir en un periodo de tiempo relativamente corto. El consumismo, e incluso, el poco valor que le damos a lo que compramos, sin parar a reflexionar sobre su trazabilidad, es una barrera complicada de superar. Porque la idea de que ya hemos sido pobres (y, por ello infelices) demasiado tiempo y que, por esta razón, nos merecemos una vida opulenta, está demasiado instaurada en el imaginario colectivo. Volver al pasado es complejo de entender, pero la sencillez de los estilos de vida de generaciones anteriores es la única manera de garantizar un futuro sostenible.