Héroes del vino

Maricruz Sánchez (SPC)
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Ponte da Boga cumple 125 años desafiando la dureza de la vendimia en la verticalidad de los bancales de la Ribeira Sacra

Sindo carga una de las cajas de uva recolectada junto al río Sil, que terminará convertida en vino Mencía. - Foto: Álvaro Valiente

Desafiando a la gravedad, al paso del tiempo, al relevo generacional entre sus recolectores e, incluso, al cambio climático, en la Ribeira Sacra no son embajadores de la conocida como viticultura heroica por casualidad. Son verdaderos guerreros de las vides, vendimiadores de la historia que en bodegas como Ponte da Boga, la más antigua de su denominación de origen, elevan el noble arte de elaborar vino a la categoría de excelencia. 

En una zona de caldos privilegiados con variedades vitícolas ancestrales, esta adega (su denominación en gallego), propiedad de la Corporación Hijos de Rivera, remonta el relato de su existencia hasta 1898, año en el que fue fundada por la familia de Pascasio Fernández. Situada en un lugar mágico, al pie de Castro Caldelas, cuenta con la protección del gran cañón, en un enclave bañado por el sol y acariciado por el apacible curso del río Sil. 

Esa circunstancia le permite devolver a la vida tipos de uva casi olvidados, que en tiempos pretéritos reinaron en esas laderas de esquisto. Así, elabora vinos exclusivos de Albariño, Godello, Mencía, de autor y especialidades de crianza en barrica. Joyas como el Capricho, Porto de Lobos, Bancales Olvidados y Expresión Histórica que son el fruto de los desvelos del equipo de esta bodega, marcado por la pasión y entrega de su enólogo, Rubén Pérez. 

Sindo carga una de las cajas de uva recolectada junto al río Sil, que terminará convertida en vino Mencía.Sindo carga una de las cajas de uva recolectada junto al río Sil, que terminará convertida en vino Mencía. - Foto: Álvaro ValientePérez relata como esta adega, que celebra este año su 125 aniversario, bebe de una tradición que se remonta al siglo VIII. Fueron los monjes, aprovechando las técnicas heredadas del imperio romano, los que pusieron la primera piedra de este enjambre de bancales infinitos. 

En un proyecto vitivinícola que vio la luz a principios del siglo XX, no fue el paso del tiempo sino la despoblación que azotó la región en la que se asienta la que logró doblegarlo. Sin embargo, la consecución en 1996 de la denominación de origen para sus caldos, logró insuflarle  oxígeno. Fue entonces cuando surgió la idea de recuperar el viñedo tradicional, al que más tarde se sumarían otras iniciativas, ya en 2014 y 2015, como la mejora de la sostenibilidad del proyecto y la de la calidad de los vinos.

El cambio climático también juega un papel clave en la historia de esta bodega centenaria. Tanto que obliga a realizar un esfuerzo constante por adaptarse a las nuevas necesidades del terreno y las vides. 

Sindo carga una de las cajas de uva recolectada junto al río Sil, que terminará convertida en vino Mencía.Sindo carga una de las cajas de uva recolectada junto al río Sil, que terminará convertida en vino Mencía. - Foto: Álvaro ValienteReducir la huella hídrica es otro de sus retos. Un litro de agua anual por su equivalente en vino es el objetivo, cuando ahora son cuatro los que se necesitan para producirlo. Combatir la estacionalidad que implica este negocio, con el impacto económico y social que tiene en la zona, y retener la mano de obra de las cuadrillas de recolectores, cada vez menos dispuestos a someterse a la dureza de los bancales verticales, son los otros grandes desafíos. 

«Hay que meter este paisaje en una botella», asegura Pérez, para explicar el coste de un proyecto que multiplica por seis el de la vendimia en otros territorios del país. A menudo, sacar los racimos del viñedo requiere de arnés para sujetarse, raíles para alzar las cajas como en la minería vertical o botes para cargarlas en el río y atracarlas en tierra.

El alma de los viñedos

De la vida en la Ribeira Sacra sabe más que nadie Sindo Díaz. Él construyó muchos de los bancales que ahora surten de uvas a Ponte da Boga; él los rescató de ser devorados por la vegetación del cañón del Sil. El resultado de su esfuerzo y el de otros héroes anónimos son las 450.000 botellas anuales que produce la bodega. Su comercialización se centra, principalmente, en el mercado nacional, aunque un porcentaje se exporta a Alemania, el Reino Unido y Estados Unidos,

Con alturas que oscilan entre los 250 y los 530 metros, este viticultor de 69 años es la cara humana de la rudeza que requiere faenar en un terreno que parece jugar a mantener el equilibrio entre el trabajo de campo y el alpinismo. Una complicada labor que esta semana se vestirá de gala, con la celebración de su II Fiesta de la Vendimia. En una iniciativa llena de actividades familiares y enoturismo regenerativo, los visitantes podrán sumergirse en la cultura del viñedo participando en la vendimia y el pisado de uvas, además de disfrutar de catas de un vino histórico y, ante todo, heroico.