Confiesa ser una persona muy dinámica y muy activa, por lo que buscó un trabajo con el que hacer cosas diferentes cada día. Y lo encontró convirtiéndose en psicóloga de Prisiones, donde asegura tiene «infinitas» posibilidades para desarrollar su formación, con el diseño de las actividades y las intervenciones terapéuticas y todo lo relacionado con el tratamiento. No en vano, el centro penitenciario le permite abordar desde condenados por violencia de género y drogodependientes hasta agresores sexuales, enfermos mentales pasando por mujeres, con los que puede realizar intervenciones individuales como deportivas, culturales, formativas y laborales. Como subdirectora de Tratamiento del Centro Penitenciario de Villanubla, en Valladolid, Nuria San José (Valladolid, 1980) y hace unos días nombrada directora de la directora del Centro Penitenciario de Segovia reconoce que es un lugar donde ve «mucho» sufrimiento y «muchas necesidades», por lo que su labor se convierte imprescindible para cerca del medio millar de internos.
¿Cómo se trabaja con un interno?
Es más fácil intervenir o modificar una conducta cuando alguien ingresa en prisión por una circunstancia más ambiental o por una cuestión de hábitos como una adicción. Pero cuando son cosas más internas, que requiere un trabajo más terapéutico, es más complicado. Al haber entre 460 y 480 internos, es posible realizar un tratamiento individualizado, porque se le asigna un educador, un jurista, un psicólogo y un trabajador social, supervisados bajo la jefa de equipo que soy yo. Estos 17 profesionales diseñan un programa para cada persona en función de sus carencias y necesidades, que se trabaja a lo largo de la condena y se revisa de forma periódica. Puede ser un programa de drogas, otro de control de impulsos o de violencia de género pero también optar a una alfabetización por que es analfabeto o sacarse la ESO.
¿Cómo recuerda su llegada a la cárcel de Villanubla en 2008?
Venía muy rodada de la prisión de León, pese a haber estado solo un año como subdirectora de Tratamiento y ser un macrocentro con 2.000 internos. Villanubla tenía fama de cárcel dura porque albergaba una de las dos modalidades de internos extremadamente peligrosos existentes en España. Era un departamento de alta seguridad que condicionaba el funcionamiento de toda la prisión. Al final, Instituciones Penitenciarias optó, de manera inteligente, cerrar ese área y decidió distribuir a esos internos por diferentes prisiones. Y, eso, nos permitió enfocarla más al tratamiento.
¿Cambia mucho la forma de trabajar de una prisión grande, como la León, a una más reducida como es Villanubla?
La diferencia es muy grande porque una prisión pequeña permite tener un clima social diferente, ya que el contacto es mucho mayor, tanto entre profesionales como con los internos. No es lo mismo un módulo de un centro tipo en el que el funcionario cierra las puertas de las celdas con un botón desde su cabina que un funcionario vea, en persona, a los internos. Por ejemplo, si sube a su celda alterado o disgustado tras una llamada telefónica, el trabajador de interior lo percibe y lo puede gestionar. Además, un centro pequeño permite que nos veamos todos los días. El contacto con la gente es continuo y eso es muy importante para nuestro trabajo y para el propio interno, porque tiene los profesionales a su disposición para solucionar sus problemas y comprobar su evolución. Eso y la ocupación del tiempo, al final, redundan mucho en el clima social y en la baja conflictividad del centro.
¿Han cambiado mucho la prisión de cuando llegaste al día de hoy?
Por el tipo de enfoque, sí. Aquí se implantó una modalidad de trabajo que es el módulo de respeto, que nace en León. Supone una intervención comunitaria por el que los internos tienen determinadas obligaciones que realizar como la limpieza diaria y estar ocupados todo el día, además de normas de comportamiento a cumplir. Cuando llegué a Villanubla, había cinco aulas y ahora, son 16, además de todo el trabajo de los módulos. Todo es posible gracias al esfuerzo de los profesionales del equipo y las entidades que colaboran con la prisión.
¿Cuál es su contacto con los presos?
Continuo, porque me gusta mucho el trato con el interno y les conozco mucho. Más allá del contacto que tengo con ellos por el desarrollo de las actividades, recibo a los internos de manera individual, en las llamadas audiencias. También, entro en alguna de las asambleas semanas en los módulos de respeto para conocer las necesidades o incluso reñirles por que ha descendido la implicación y el compromiso. El año pasado, he impartido el programa destinado a delitos de pornografía infantil, el único de toda España, entre un grupo de condenados por esta materia.
¿Cómo se entiende un trabajo en el que se trata con personas vulnerables cuando realmente no dejan de ser culpables, tras haber cometido un delito? Es decir, son los malos de la historia.
Aquello de odia el delito y compadece al delincuente es así. Aquí son personas y abstraemos el delito. De hecho, tenemos una gran suerte porque los que llegan ya vienen juzgados. Nosotros tenemos unos hechos probados, que un juez o un tribunal ha determinado, y solo nos queda realizar un trabajo con los internos para conseguir que, cuando salga de la prisión, esa persona no vuelva a cometer ese delito y que pueda vivir en paz consigo mismo. No hay que olvidar que, muchas veces, esas personas tienen mucho sufrimiento porque son víctimas de su propio delito. Incluso, algunas no pueden con ello y acaban suicidándose. Somos conscientes que hay delitos horribles pero, luego, cuando conoces a la persona, no entiendes que haya cometido eso.
¿Cuál es el camino que lleva a la cárcel? ¿Marginación, familias desestructuradas, ambición, falta de autocontrol, …?
Todo eso y otras muchas más. Lo clásico es el entorno más marginal o drogodependencia. Ahora tenemos el tema de la violencia de género muy a la orden del día. Hay un volumen muy importante de gente con cosas leves como quebrantamientos, como el empresario que tiene un negocio montado, con trabajadores, dos hijos y una pareja. Un encierro aquí durante seis meses por una condena al que hay que dar una solución para analizar lo qué ha ocurrido y por qué ha acabado en la cárcel. Tenemos que intentar que todo eso que tiene fuera no se destruya y que pueda salir en condiciones para no volver a cometer el delito.
¿Es más fácil trabajar con esa gente, que ya tiene una vida hecha fuera y con recursos económicos, frente a los que vuelven a entrar a la prisión por delinquir?
Siempre favorece porque el entorno social es esencial y un factor de protección, igual que el trabajo, que ayudan a evitar la reincidencia. Frente a eso está el interno dependiente con alguna sustancia que empieza a consumir por una carencia personal. Y cuando hay un traspiés en la vida, se acaba en una recaída. Hay mucha gente que entre con una vida desestructurada y sin una red social adecuada y al salir, vuelve a su barrio y coincide con los que consume o roba. Lo bonito sería decir que no puede volver a ese lugar pero es imposible.
¿La cárcel es un castigo o rehabilita?
La cárcel tiene esas dos funciones. La función retributiva que es de castigo y aislamiento. También está la parte reinsertadora o rehabilitadora. Por supuesto que la cárcel rehabilita y hay datos objetivos que lo confirman. Un estudio propio constató que la tasa de reincidencia es pequeña, alrededor del 17 por ciento.
¿Cree que la sociedad entiende esta función rehabilitadora?
Creo que no y es normal. La sociedad, al final, es víctima y piensa que los internos no se van a rehabilitar. Es habitual criticar su estancia en la prisión, con expresiones de que viven como reyes o tienen piscina. Pero la realidad es que no viven como reyes por que, entre otras cosas, la privación de libertad es ya una condena en sí misma al tener limitado absolutamente todo.
¿Qué ocurre cuando un interno no quiere rehabilitarse?
Ahora mismo tenemos ocho internos que no participan en ningún programa ni quieren progresar, por lo que están en un módulo de baja exigencia. Hay que tener en cuenta que el tratamiento es voluntario, tal y como viene establecido en el reglamento, aunque vaya encaminado a la reinserción. Entendemos que el interno que no hace nada no puede tener los mismos beneficios que otros que participan en la dinámica del módulo de respeto. Por lo tanto, estos ocho internos solo pueden acceder a las actividades que tiene como prioritarias en su programa individualizado de tratamiento (PIT) pero, evidentemente, se les veta las iniciativas de ocio, lúdicas o de cultura. Una persona que cumple su condena y no ha participado en nada es proclive a reincidir y volver aquí.
Hablando de módulos, ¿cómo se estructura la prisión?
El centro de Villanubla tiene varios módulos. Uno de mujeres, otro que es una enfermería y un módulo terapéutico, donde se presta atención especializada a personas con adicciones. También, hay un módulo de primarios, que es para los internos que ingresan por primera vez, donde no se mezclan con otros presos que han delinquido o son consumidores de sustancias. Además, hay un módulo de destinos y tres más en que el régimen de vida viene marcado por la implicación con el programa de tratamiento. Contamos con un módulo de alta exigencia, otro de respeto, donde los internos están continuamente haciendo actividades y trabajando e, incluso, se dan permisos de salida para acudir a un empleo o un curso de formación. Por último, existe uno de respeto intermedio, con las mismas obligaciones pero no tienen la obligación de hacer actividades por las tardes. Somos conscientes que no se puede exigir lo mismo a todo el mundo, por lo que hay personas con las que nos conformamos con que hagan un poco más.
¿Ha cambiado mucho la población reclusa en los últimos años en cuanto al perfil?
Los presos con condenas por temas de violencia de género han aumentado exponencialmente. Cuando yo llegué al centro en 2008, podía haber ocho internos por estas cuestiones pero, ahora, una psicóloga lleva dos grupos de entre 12 y 14 personas. Eso, nos obliga a darle una vuelta a la intervención terapéutica por que hemos pasado de condenas grandes con un perfil de interno maltratador a otro con otro tipo de problemática, pero que un volumen mucho mayor.
¿Cree en las segundas oportunidades?
Siempre. Creo en las personas y nunca hay que dejar de luchar por ellas por que todo el mundo merece una oportunidad. Además, tenemos la obligación de que esa gente vuelva a la sociedad y hay que hace lo posible para lo haga en las mejores condiciones posibles.
¿Considera un fracaso cuando llega un reincidente?
No. Lo contemplamos como parte del proceso, aunque también depende del tipo de delito. Cuando un interno vuelve a entrar en prisión es una vuelta a empezar y una oportunidad. Analizamos en qué ha fallado esa persona y lo que no hemos hecho para ver qué tenemos que cambiar.
¿Hay concienciación entre las empresas para traer trabajo a la prisión?
En la cárcel de Valladolid, hay varias empresas que dan trabajo a los internos como Fisa de turbinas para grandes embarcaciones; Panelais Producciones de paneles de obra; Hill Group, con dos call center, que cuenta con 40 plazas de las que 32 están cubiertas y un taller de Zener que hace. partes de las cajas de los ascensores. Es cierto que nos gustaría que fueran más ya que tenemos espacio para acogerlas. Además, hay que tener en cuenta que algunos de los internos que trabajan aquí, al salir tienen más posibilidades de contar con un empleo.
¿Qué ha aprendido de los presos?
Qué no aprendo. Quiero decir, me han formado como persona en muchos aspectos. Cada día, aprendo muchas cosas. Echo la vista atrás y no soy la misma persona que hace unos años. Trabajamos continuamente con personas que sufren y tienen dolor. Por lo tanto, eres una persona importante para ellas por que tratas de paliar o aliviar un poco ese sufrimiento. Hablamos de un trabajo con mucha carga emocional, que te hace ser de una determinada manera, pero también que, en muchas ocasiones, tiene mucha tensión.
¿Hay que escuchar más a los presos?
Sí, hay que escucharles todo el tiempo. De hecho, hay veces que te sientas y sólo dejas que hablen, porque es lo único que necesitan, desahogarse. Aquí, hay mil circunstancias que hay que ir solucionando.
¿Ha hecho mucho daño la subcultura carcelaria que ha mostrado el cine y la ficción?
Lo que ocurre en una cárcel es totalmente diferente a lo que piensa la gente. Cuando una persona de fuera visita la cárcel, te dice que esto no es lo que pensaba. Hay determinadas cosas que sí atinan y están muy bien hechas. Por supuesto que existe esa subcultura cancelaria por que hay deudas y trapicheos. Pero nuestro objetivo es que eso vaya disminuyendo y que esto se convierta en un espacio de trabajo y de crecimiento personal.
¿Hay medios suficientes en la prisión para abordar la salud mental?
En la prisión, lo intentamos y desarrollamos un programa de atención integral a enfermos mentales, con diferentes focos de intervención. La mayor dificultad en este ámbito es la ruptura con el exterior. Para empezar, ingresa un interno con enfermedad mental y no sabemos nada de él porque los médicos de la prisión no tienen acceso a las bases de datos del Sistema Nacional de Salud. La salud mental es una piedra muy gorda en el camino que, a veces, se convierte en una montaña.
¿Y para trabajar la drogodependencia y las adicciones?
Tenemos muchos recursos pero hay que tener en cuenta que es una problemática multifactorial porque a cada persona le ha llevado a consumir determinados aspectos, por lo que el enfoque tiene que ser muy diferente. Está el trabajo de las entidades que, en ocasiones, ya venía trabajando fuera con esa persona, pero también la labor que hacemos con el módulo terapéutico para la fase final de los internos que les falta poco para salir a la calle, donde se intensifican los aspectos más necesarios.