Logré ver a pocos representantes del PSOE, incluyendo ministros, en la recepción del Día de la Fiesta Nacional. Desde luego, creo que se hacían más patentes los dirigentes del Partido Popular. Y me parece que Feijóo se prodigaba más en los 'corrillos', prediciendo el fin del 'sanchismo', que Pedro Sánchez, que, es la verdad, afrontó en algún momento, sin cara de resignación, a los periodistas, hablando de su lucha contra la corrupción. Y ello, ese talante aparentemente sereno y seguro, pese a los momentos incómodos, por decir lo menos, que vive, y que esta semana, como el dinosaurio de Monterroso, volverán a mostrar que están ahí.
Trataba yo, en mi deambular por los salones del palacio real, de atender un encargo extranjero, en el que se me pedía anticipar, en lo posible, cómo va a ser el próximo acto político importante que nos queda antes de fin de año -aunque nos quedan varios--: el 41 congreso del PSOE, del que se esperan más cambios de caras (¿y de rumbos?) que de la inminente remodelación del Gobierno. Porque esta última, dijo el presidente ante los corrillos, se limitará a la mera sustitución de la vicepresidenta tercera y ministra de varias cosas importantes (ecología, pirámide poblacional), Teresa Ribera. No más cambios.
Vaya por delante que me parece erróneo no hacer una remodelación gubernamental mucho más amplia, porque el Ejecutivo adolece de algunas dificultades serias en su caminar, y me excuso, por razones de espacio, de analizar las obvias disfunciones de la coalición PSOE-Sumar y el patente abrasamiento que padece más de un ministro. Allá Sánchez. Otra cosa será, parece, lo que salga del congreso socialista, que, tres años después del último cónclave, en octubre de 2021, se parece muy poco al que salió hace esos tres años de la Fira valenciana.
Bueno, queda, eso sí, que no se ha marchitado el carácter presidencialista ni se ha dotado al partido de un funcionamiento más abierto, que recoja, al menos con apariencia de agrado, las críticas internas. Pero, de los dirigentes importantes nombrados para aquella Ejecutiva, apenas queda, como número tres, Santos Cerdán. Acerca de lo ocurrido con Adriana Lastra, José Luis Ábalos y sus ramificaciones, prefiero no insistir, porque seguro que ya acumula usted más que suficientes datos con la cantidad de 'filtraciones' que se están produciendo estos días.
Y es precisamente Santos Cerdán, secretario de Organización de la formación socialista y el hombre encargado de hacer algunos 'trabajos comprometidos', como ir a visitar a Puigdemont a lugares ignotos para pedirle árnica para el presidente Sánchez, quien está hoy en el ojo del huracán. Resulta difícil hablar (en privado, claro) con algún socialista medianamente relevante que no te reconozca que Cerdán, sobre quien se vierten todos los elogios oficiales en público, es hoy un verso fallido que ni rima ni se atiene a las reglas de la métrica, dada su obediencia ciega a los dictados del 'jefe'.
Sánchez tiene que resolver si quiere un partido aplaudidor, basado en el silencio de los corderos, incluyendo en ello la presencia y los gestos de la 'número dos', la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda María Jesús Montero, o si se decide a impulsar una organización política en la que quepan la disidencia, la discusión y las ideas plurales, no solo las del Gobierno. Hoy, el PSOE carece de programa, de iniciativas más allá de ser el respaldo de quien manda y de una dirección más allá de lo que se diga en Moncloa. No es el partido de Felipe González, ciertamente, ni tampoco el de Rodríguez Zapatero, para lo bueno y para lo malo.
Sé que la tentación de Sánchez es mantener a 'su' partido, lo mismo que a 'su' Gobierno, en 'modo fans'; el aplauso y el silencio ante las cosas chocantes que ocurren con Cataluña, que ha sido, te dicen, el gran triunfo del presidente (bueno, yo creo que algo más el de Illa, pero en fin*). O ante incumplimientos de la Constitución, ante la desigualdad territorial, ante el tono belicoso con respecto a la oposición, a los jueces, a los medios. El presidente lo fía casi todo a la capacidad de olvido de la sociedad (¿quién se acuerda ahora de los debates sobre la amnistía, por ejemplo?) y a la 'flojedad' de la oposición del PP, "y no hablemos ya de los disparates que se cometen en Vox", te dicen.
Ha empezado, en todo caso, la cuenta atrás hacia ese 41 congreso, que tendrá que adaptar la estructura del partido a los tiempos de cambios vertiginoso que vive el mundo -a ver qué ocurre con las elecciones norteamericanas, que influirán en la política planetaria*y en la del PSOE, claro--, y que viven Europa y, desde luego, España. Seguir actuando como si nada ocurriera, impulsado solamente por un afán personal de seguir en el poder, sería, simplemente, suicida, y es esta opinión que he escuchado de ilustres labios socialistas.
A Sánchez le quedan apenas seis semanas para poner orden en su casa, con el chaparrón que, desde el 'caso Koldo' al de su propia mujer, le viene encima. Y luego ya veremos si convence a los compromisarios. Que, de todas maneras, pierda cuidado porque el PSOE es mucho PSOE y de situaciones más graves ha salido: le aplaudirán con su apuesta de futuro 'al menos hasta 2030'. Luego llegarán los congresos regionales y la lucha efectiva por el poder territorial, que son ya las 'cosas de comer'; para eso, me parece, también está Sánchez preparando la artillería. Preparados, apunten.