Días atrás, en el debate sobre política exterior en el Congreso de los Diputados, Alberto Núñez Feijóo echó en cara a Pedro Sánchez la falta de referencias a las relaciones con Marruecos y le hizo 10 preguntas, entre ellas, por qué el presidente del Gobierno cambió de criterio respecto al Sáhara, cuándo se abrirán nuevamente las aduanas de Ceuta y Melilla con el reino alauita, y cuándo se va a solucionar la crisis que mantiene España con ese país. Además, el líder popular insinuó que la postura de Moncloa respecto a Rabat estaba condicionada por asuntos personales, y dejó caer, como si nada, el término «teléfono».
Parte de quienes se mueven en los círculos políticos y parlamentarios sabían perfectamente de qué estaba hablando el jefe del Ejecutivo. Y qué significaba la palabra que Feijóo pronunció de manera muy poco inocente.
Los lazos entre ambos territorios, difíciles y plagados de incidencias, siempre se han resuelto por dos cuestiones sólidas: la primera, que como países fronterizos y posiciones geoestratégicas relevantes están obligados a mantener una entente cordial. Segunda razón que explica que los problemas siempre se acaban solucionando es la relación fraternal entre las dos Casas Reales, fundamentalmente la que mantuvieron Don Juan Carlos y el rey Hassan, que se trataban como hermanos y se ayudaron mutuamente en asuntos muy delicados, antes incluso de que el emérito asumiera la Jefatura del Estado.
Sin embargo, un acontecimiento sucedido hace dos años estuvo a punto de echar por tierra el difícil equilibrio: en mayo de 2021, en plena pandemia, aterrizó en Zaragoza, con documentación falsa, Brahim Ghali, líder del Frente Polisario, enemigo encarnizado de Marruecos como dirigente saharaui y amigo por tanto de Argelia. Fue conducido a un hospital de Logroño para ser atendido por estar afectado de coronavirus... y a las pocas horas ya conocía Rabat esa información pese a que la operación, coordinada por el ministerio español de Exteriores, se había realizado de forma clandestina.
Marruecos retiró a su embajadora en Madrid y exigió no solo explicaciones sino también el cese de la ministra Arancha González Laya. Desde Moncloa se intentó suavizar el clima, conscientes de que Mohamed VI podía utilizar armas políticas que colocarían en una situación complicada al Gobierno español, entre ellas, cortar la colaboración en la lucha contra el terrorismo yihadista o el control de las masas de inmigrantes.
Apenas un año más tarde, Sánchez viajó a Marruecos, donde mantuvo una reunión con Mohamed VI. Poco después, el Palacio Real alauita anunció que el Gobierno español hizo suya su posición respecto al Sáhara: la antigua colonia será territorio marroquí con una amplia autonomía. Rompió así el líder socialista con la postura mantenida por los Gobiernos anteriores, la misma que defiende la ONU.
Que Rabat diera la noticia antes que Moncloa, fue todo un aviso a Sánchez: no estaba contento con su posición respecto a las relaciones con la nación africana. Y meses más tarde, volvió a demostrarlo: el pasado otoño, Sánchez viajó a Marruecos, donde supuestamente iba a reunirse con el rey... pero Mohamed VI se encontraba de vacaciones en su palacio de Cabo Verde y no demostró la menor intención de desplazarse para ver al presidente. Finalmente, mantuvieron un encuentro ya en 2024, cuando le pareció oportuno al marroquí, que avisó de su disponibilidad con apenas unas horas de antelación.
Entre todas estas idas y venidas, se produjo una noticia que conmocionó la política, Pegasus llegó a España. Se trata de un programa israelí que permite hacerse con el control de los teléfonos ajenos, un elemento importante de espionaje nacional e internacional, porque no tiene acceso a la información que guarda un terminal, sino que se apropia de él, lo que significa que también se puede interactuar con él a conveniencia.
Tel Aviv lo ha puesto a disposición de quien lo quiera comprar, supuestamente solo a gobiernos para que puedan utilizarlo para luchar contra el terrorismo y contra la delincuencia internacional, pero existe la certeza de que ha llegado a manos ajenas a instituciones y organismos gubernamentales.
Lo que guarda el móvil
Hace un año, se detectó que personas de relevancia política y económica habían sido espiados a través de Pegasus, y el Parlamento Europeo, por una parte, y el CNI, por otra, llegaron a la conclusión de que Marruecos había empleado el programa para espiar a Sánchez y a los ministros Margarita Robles y Fernando Grande-Marlaska, así como a varios dirigentes independentistas catalanes, entre ellos el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y Carles Puigdemont.
Los secesionistas usaron la noticia como nueva arma con la que atacar al Ejecutivo y a sus servicios de inteligencia, aunque supuestamente era Marruecos el que había promovido el espionaje. Paralelamente, empezaron a circular bulos, todos ellos en el mismo sentido. La explicación de que Sánchez hubiera cambiado su política respecto al Sáhara y aceptara sin un mal gesto los desplantes de Rabat, las promesas incumplidas, la no apertura de las aduanas de Ceuta y Melilla o la permisividad hacia los inmigrantes que pretendían entrar en España, todo ello se debía que a través del teléfono del socialista, Marruecos disponía de información muy sensible, parte de ella de tipo particular, relacionada con su mujer, Begoña Gómez. El presidente podría estar sufriendo algún tipo de chantaje.
¿Cierto, falso? Nadie sabe qué tipo de información podía preocupar tanto al jefe del Ejecutivo y hasta dónde estaba dispuesto a llegar para impedir que trascendiera.
Algún día se conocerán las razones exactas del cambio de actitud respecto al Sáhara y si tiene algo que ver con Pegasus y el contenido de su teléfono. Se sabrán también de dónde proceden los rumores sobre los negocios de su mujer que supuestamente aparecen en el terminal del dirigente, y si están vinculados con los que aparecen estos días, relacionados con ayudas del Gobierno a las empresas que patrocinan sus másters, o son de otro tipo.
Algún día se tendrán todos los datos pero, de momento, en los mentideros de la Villa y Corte lo que hay son rumores. Y ahora, han saltado al Congreso cuando, en el debate sobre las relaciones con Marruecos, Feijóo preguntó a Sánchez qué tenía en su móvil. Enigmáticas palabras que la mayoría de los ciudadanos no han entendido.