En Sumar se duelen de que se enteraron por los medios de comunicación de la decisión de Podemos de romper con ellos y pasar en el Congreso al grupo Mixto. La exclusiva de la noticia la dio RED, el canal de televisión que emite por internet y tdt y dirige Pablo Iglesias, así que se trataba de una noticia creada por él mismo. A los pocos minutos, había llegado a toda España.
Aunque se esperaba el divorcio -la brecha entre ambas formaciones se agrandaba día a día- las dos líneas que lo anunciaron provocaron auténtica conmoción y Yolanda Díaz no ocultó su preocupación, según contaron algunos de sus colaboradores del Ministerio de Trabajo. Sin embargo, fue ella la responsable de la ruptura.
Su obsesión por demostrar que llevaba las riendas de Sumar, más los celos ante el protagonismo de Irene Montero, que ella misma no acaba de aprender cómo funciona el juego político, y porque es incapaz de demostrar lealtad a quienes más le han ayudado en su carrera política y los acaba traicionando, la vicepresidenta segunda del Gobierno sobrepasó todos los límites que Podemos, y sobre todo Iglesias, el penúltimo traicionado, estaba dispuesto a tolerar. Y entonces se produjo la separación.
La causa la conoce cualquiera que haya seguido la trayectoria de Díaz una vez que consigue su escaño en el Congreso gracias al exdirigente morado.
Cuando Iglesias deja la Vicepresidencia del Ejecutivo para presentar su candidatura al Gobierno de Madrid y recibe un castigo descomunal en las urnas, anuncia que deja la política -no era cierto, manda en Podemos desde la trastienda- y designa a la líder de Sumar como su nueva sustituta en el Gobierno de Pedro Sánchez. La nombra también candidata de su partido a La Moncloa, si logra la aprobación previa de la formación.
Desde entonces, Díaz tiene entre ceja y ceja a Montero, titular de Igualdad y mujer de Iglesias, y a Ione Belarra, responsable de Asuntos Sociales y líder de Podemos. Es el principio de todo lo malo que ocurre después, que ha conducido al divorcio.
El proceso: alejamiento de Díaz con las dos ministras moradas y puesta en marcha del proyecto Sumar en el que, supuestamente, Podemos iba a ser la formación más fuerte; sin embargo, se diluye ante el evidente interés de la titular de Trabajo de ningunearlo y volcarse con En Común, Más País, y Compromís como favoritos. Hay incomodidad en IU y el ministro de Consumo y coordinador del partido, Alberto Garzón, anuncia que abandonará la política al finalizar la legislatura.
Sumar engloba a 15 formaciones que se presentarán a las elecciones bajo esas siglas, pero, después de los malos resultados de la izquierda en los comicios municipales y autonómicos de mayo, empiezan los problemas. Al adelantarse la cita con las generales al mes de julio, la lucha por colarse en las listas al Congreso de los Diputados es a muerte.
Persecución
Díaz pone el veto a Montero, no tendrá sitio en las listas. Tampoco ninguna de sus principales colaboradoras en el Ministerio de Igualdad. Se respeta a Belarra porque es la dirigente máxima del grupo y a Lilith Verstrynge, pero se deja de lado a la mayoría de sus compañeros.
En julio, Podemos solo consigue sacar cinco escaños porque no contaba con muchos candidatos, pero Sumar no alcanza los 50 que esperaba, solo 31; menos que Vox, que logra 33. Y menos que el conjunto de todos los escaños que los 15 partidos habían logrado en las anteriores elecciones generales. A la gallega se le ponen las cosas muy complicadas.
En lugar de tender puentes, marca distancias con Errejón, el dirigente de Mas País, no consigue dar protagonismo político a su amiga Ada Colau, que ni siquiera se presenta en la cita con las urnas; no cuida la relación con Compromís, que había logrado cuatro escaños, e inicia un desapego hacia Podemos que augura malos tiempos. Esa actitud no potencia la imagen de Díaz como líder, sino al contrario. Todo el mundo sabe hasta qué punto debe su carrera a Iglesias y a Montero, la pareja que la lanzó políticamente en Madrid y en España, y, sin embargo, está actuando de forma demoledora contra su antigua amiga.
Pedro Sánchez no parece que se lo agradezca. No le consulta sobre las decisiones más importantes del Gobierno. La vicepresidenta segunda se entera por los medios de su estrategia para aprobar la ley de amnistía o incluso para fijar la fecha del debate de investidura en función de la marcha de sus negociaciones con los independentistas catalanes. Eso sí, no le pone problemas a los nombres de ministros que le presenta Díaz, cumple con su compromiso de aceptar lo que Podemos le proponga.
Mientras, se niega a aceptar los requerimientos de Belarra para que incluya a Montero en el Gabinete; tampoco ofrece ninguna portavocía en el Congreso, ni siquiera en las comisiones parlamentarias, a ningún miembro del partido morado, ni presidencias de comisiones. Como si no existieran.
Es entonces cuando Iglesias, sin consultar la opinión de los militantes como es habitual, anuncia a través de RED el fait accompli, el hecho consumado: Podemos rompe con Sumar, forma grupo propio en el grupo Mixto del Congreso. Tendrá la voz que Sumar le niega, intervendrá en las sesiones de control, en los plenos y en las comisiones, y votará en función de lo que decida Podemos. Una auténtica convulsión que pone en el espejo a un Sumar desbaratado.
La fractura
Y es que, la decisión de Iglesias-Montero-Belarra tiene consecuencias que van más allá de una ruptura.
La primera, que Sánchez tendrá que negociar con los morados cada proyecto de ley, porque sin sus votos no logrará la mayoría suficiente. Al presidente lo que más le preocupa en este momento es la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado y, aunque en Moncloa cuentan con el apoyo de la formación, que así se lo ha comunicado, habrá que ver si efectivamente ese respaldo es real... y si exige contraprestaciones.
Por otra parte, las cosas se mueven también en Podemos, donde se han producido crisis y rupturas en varias comunidades, la última en Madrid; en los próximos días podrían anunciarse trasvases de diputados, parlamentarios regionales y concejales a Sumar. Los morados, sin embargo, no se inquietan, están en otra operación, u operaciones: la principal, potenciar sus excelentes relaciones con ERC y Bildu, lo que preocupa a Moncloa, porque si ya está viendo cómo contrarrestar la pérdida de sus cinco votos, la gobernabilidad sería imposible si dejara de contar con los de Esquerra o los abertzales que, por otra parte, se acercaron a Sánchez a través de Iglesias, cuando era vicepresidente.
Se rompe la idea de Díaz de una lista conjunta de la izquierda del PSOE en Galicia, donde se celebrarán elecciones la próxima primavera, y por tanto se hace más difícil para los socialistas convertir en presidente de la Xunta a su candidato Xosé Ramón Besteiro, por la dispersión de voto. Y, asunto grave, las elecciones europeas de junio.
Podemos se presentará con lista propia, ajena a la de Sumar, y es posible que logre que sea compartida con ERC. Son unos comicios importantes, además de traicioneros, porque al ser de circunscripción única, el resultado suele diferenciarse de los generales. Ha servido de catapulta a varios partidos minoritarios, que tras un buen resultado en las elecciones al Parlamento europeo lograron situarse con fuerza en la rampa para hacerse un hueco en la política nacional. Ocurrió con Podemos y también con Vox.
Por otra parte, la relación entre Sánchez y Díaz no atraviesa su mejor momento. Hablan lo justo y en Moncloa, prueba de que el presidente no está muy satisfecho con la forma de ejercer el liderazgo de Sumar. Compromís podría exigir en cualquier momento tener voz propia, Izquierda Unida apenas tiene papel, Más Madrid no se moverá porque ha situado a Mónica García en Sanidad, pero Errejón no está contento... y Podemos acaba de romper con Sumar.
El balance es inquietante para una Yolanda Díaz que aspiraba a ser la primera mujer en llegar a la Presidencia del Gobierno.