“El Patrimonio de antaño son las rentas de hogaño”
Enrique Fuentes Quintana
Para llegar a La Barbolla recorremos desde Soria hacia el suroeste unos treinta kilómetros. No resulta monótona la travesía pues pasamos al lado de Navalcaballo, atravesamos Quintana Redonda e incluso, si vamos bien de tiempo, podemos acercarnos a visitar Las Cuevas de Soria y su villa romana, Monasterio o La Revilla. El trayecto, de poco más de media hora, se realiza con el acompañamiento de pinares solitarios en la falda meridional de la Sierra de Inodejo, transitados por sus escasos amantes o labriegos, y zonas de cultivo en ocasiones abandonadas. Ya llegará el trajín de la temporada de níscalos y setas para que esa soledad se transmute en un ir y venir de gente desconocida.
El pueblo, en ruinas, se asienta en un llano entre Calatañazor y Tardelcuende, aunque próximo a los pinares. Gonzalo Martínez Díez cree que esta zona sería repoblada a partir de 1060 cuando Fernando I la conquistó de forma definitiva para Castilla. En el siglo XVI esta localidad tenía 24 pecheros, es decir, 24 familias que pagaban sus impuestos, a los que habría que sumar algún que otro noble, que como tal no pagaba y otros tantos religiosos igualmente exonerados de estas cargas. En aquellos momentos La Barbolla pertenecía a la Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor, un sistema de repoblación utilizado en Castilla y Aragón en el que se comunaban distintas aldeas alrededor de una villa, en este caso la de Calatañazor. En el siglo XIX era municipio y llegó a albergar a 63 vecinos, pero no duró demasiado su municipalidad, pues pronto se integró en el de La Revilla de Calatañazor. Pero este municipio fue perdiendo habitantes, especialmente a partir del incendio que sufrió en 1967 que prologó un despoblamiento mayor a partir de los años setenta hasta convertirse en, prácticamente, un despoblado. Fue entonces cuando La Barbolla se integró en el municipio de Quintana Redonda, en el que hoy permanece. En diciembre de 2020 cuenta con dos habitantes empadronados. Nos encontramos ante un pueblo deshabitado.
San Bartolomé de la Barbolla, una ruina anunciadaEl día 26 de noviembre de 2020, con los cuidados que la pandemia aconsejaba, realizamos una visita al lugar, pero de forma especial a su iglesia. Acudimos a la cita, Blas Gonzalo, Cándido Las Heras, Marcos García, y los firmantes de este escrito. La iglesia, consagrada a San Bartolomé, y a la que pudimos acceder gracias al préstamo de su llave que amablemente nos procuró el párroco D. Alejandro Casado, se encuentra en un estado avanzada de ruina. La pequeña iglesia es un claro ejemplo del románico rural enclavada sobre una pequeña loma, que es abrazada por el sur por un atrio con césped natural y a sus pies un pequeño arroyo, subsidiario del río Castro. En el lado meridional del ábside, yace arrumbada una lauda sepulcral, muy cerca de una pequeña huesera.
La parroquial se levantó en mampostería, con sillares en los esquinales, y está asentada sobre un zócalo de piedra, que salva el desnivel. El ábside semicircular y el tramo recto del presbiterio, ligeramente más ancho, se rematan con una cornisa achaflanada sostenida por canecillos, entre los que podemos destacar alguno con cabezas humanas. La nave es ligeramente más alta y más ancha que la cabecera, habiendo perdido la cornisa, que hoy se muestra con un simple alero de tejas. En el muro meridional se abre la portada en un cuerpo avanzado de sillería, asentada sobre un podio abocinado sobre el que se asientan columnas y pilastras, que acogen las cinco arquivoltas, protegidas por una chambrana. Toda la portada se cubrió con una gruesa capa de cal, que hoy todavía cubre las arquivoltas; hecho este que, a duras penas, nos deja ver la decoración, pudiendo destacar el crismón en el arco de ingreso y las caritas que se miran en la chambrana exterior. Un portalillo a tres aguas, tan típico en estas latitudes, protege la portada, tan deteriorado que no cumple su función.
En el interior, el solado de madera diseña un piso entrecortado haciendo que cada una de los tablones guarde los restos de los antiguos pobladores, que algún día dieron vida a estas tierras. A los pies hay dos pequeñas estancias: en una de ellas se conserva una pila bautismal románica de gallones cóncavos y cenefa vegetal, que se nos antoja de alto valor; en la otra aparecen objetos variados y algún hueso escapado de su nicho. En los pies todavía se conserva el coro y se puede acceder a él, y desde éste, a la espadaña, aunque al hacerlo hemos molestado a una gineta, la única pobladora del lugar. En los dos vanos sobreviven dos campanas de los siglos XVIII y XIX que corren peligro de caída.
San Bartolomé de la Barbolla, una ruina anunciadaEl acceso desde la nave al presbiterio se hace a través de un arco de triunfo, muy cerrado como otros que vemos en la comarca. Se desarrolla con un doble arco de medio punto con chambrana exterior que se decora con bolas, motivos vegetales y, otra vez, caras. Todavía resisten tres retablos; el principal, dedicado a San Bartolomé y los laterales, que algún día cobijaron el Cristo de La Piedad y la Virgen del Rosario, hoy en la iglesia de Santa Bárbara de Soria. Al mirar hacia arriba la desolación es tremenda. La techumbre, muy deteriorada, está a punto de caer. De hecho, la sacristía ya no la posee y allí creció un árbol que sobresalía del tejado, hoy ya talado. Parte del muro norte está desprendido.
Si dejamos que el tiempo corra, sin remedio ésta se convertirá en otra iglesia abierta al cielo. Los expoliadores y el tiempo harán su trabajo, y los muertos que habitan debajo de sus maderas, la pila bautismal, los estandartes y pendones que aún resisten, las pinturas de los retablos, los capiteles y hasta la gineta, desaparecerán definitivamente.
(Teresa García López es licenciada en Geografía e Historia y José María Incausa Moros y Luis C. Pastor Laso son profesores jubilados de Geografía e Historia del IES Antonio Machado)