Editorial

Empieza a aflorar la barra libre de la corrupción al margen de los políticos

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El derribo de los principios de igualdad y de división de poderes que ha perpetrado el Ejecutivo de Pedro Sánchez con el apoyo de todos sus socios de investidura, que son coincidentes con las fuerzas nacidas y mantenidas para romper la concordia y el orden constitucional, ha opacado parcialmente los nuevos episodios del 'caso Koldo', la trama de corrupción que alcanza a medio PSOE y amenaza con precipitar la implosión de un partido sometido a las necesidades de un líder que sólo dejará cenizas entre su electorado cuando se vea abocado a adelantar las elecciones generales, algo inevitable por más que Ferraz se revuelva. El cambio de foco es normal. No por esperado deja de ser dramática la rendición del PSOE y del Gobierno de España a un prófugo que es la vergüenza del país y de Cataluña a los ojos del mundo desarrollado, que no a los de sátrapas como Vladimir Putin.

Ahora está por ver si los enjuagues políticos del ministro de Justicia, el párvulo e insolente Félix Bolaños, con los mamporreros de Puigdemont tienen o no tienen encaje en el ordenamiento jurídico español -es palmario que no, pues de lo contrario no se hubiera modificado el texto de la ley de amnistía para esquivar el Código Penal- y europeo, donde hay serias dudas de que tengan un pase. Esta ley, la de amnistía, que al contrario de los indultos, que ofrecen perdón, persigue borrar la comisión de delitos graves de terrorismo y corrupción, será más pronto que tarde la tumba política de Sánchez. Lo será porque el secesionismo la utilizará para seguir humillando al presidente y su cohorte o lo será porque la Justicia y Europa hagan valer los principios más esenciales de cualquier democracia homologable a Occidente.

Esto no debería servir para diluir la trascendencia de las fechorías de una red arterial y arraigada en multitud de órganos y organismos del PSOE que se lucró de la forma más miserable durante lo peor de la pandemia de coronavirus. La responsabilidad política es clamorosa y ya ha derivado en el divorcio, por ahora sin juicio, de Sánchez y el hombre que le devolvió Ferraz y le llevó a la Presidencia, José Luis Ábalos. Pero también está sirviendo para comprobar que en la estructura del Estado hay corrupción sistémica. En las segundas y terceras líneas políticas, así como en el frente técnico, hay ponzoña. La corrupción, es importante subrayarlo, sólo es posible en el sistema público cuando hay una colaboración extensa que alcanza a quienes tienen firma para mover el dinero o determinar dónde se gasta, y esos, la mayoría de las veces, no son los políticos. España necesita auditar y fiscalizar sin duelo la actuación de sus organismos públicos en todos los niveles. Mientras no lo haga, la barra libre seguirá abierta.