Esta es una historia de éxito: la de Zael: 116 empadronados, 0 parados. Cero. ¿En California? No en Burgos, al lado de Lerma. ¿Todos jubilados? No: Enrique Rojo, 19 años, natural del pueblo. Acaba de incorporarse al trabajo. ¿Todos de allí? No: Alejandro Camarero, 23 años. Llegó al pueblo hace tres años y trabaja como tractorista. ¿Todos en el sector agrario? No: Leire Illera, 29 años. Auxiliar de enfermería que vive en el pueblo y se desplaza con su coche en la ayuda a domicilio por toda la comarca cada día. Y así hasta completar la estadística mágica: ningún empadronado en edad de trabajar se encuentra en paro. Ana Isabel Angulo, la orgullosa alcaldesa, dice en Diario de Burgos que tienen bar, carnicero, pescadero, panadero. No les falta de nada.
Esta es una historia al margen. En esta España de «res-koldos» en la que sólo parece importar lo catalán o lo electoral; en esta España desconsensuada en la que la política parece haber adquirido vida propia para convertirse en un metalenguaje desaforado de buenos contra malos. En esta España en la que hemos perdido referencia de lo importante para ocuparnos únicamente de lo urgente. En este momento en que otras personas buscan otros modelos de vida post pandémicos como supervivientes del gran naufragio provocado por el «bicho»: echemos un vistazo a esos pueblos de nuestra Comunidad que se convierten, sin hacer ruido, con una forma distinta de organización, en una alternativa.
Hace tiempo que algunas zonas de España están necesitadas de una forma cierta de repoblación. Este proceso necesita un modelo de crecimiento en el que lo agrario tenga protagonismo, como en el caso de Zael, pero no sólo: las zonas rurales son excelentes lugares para teletrabajar y para la creación de servicios. Innumerables localidades lo están poniendo de manifiesto. Pero lo que más estamos necesitando es un relato, una épica, motor. Y eso es lo que ahora nos corresponde: más «zaeles» y más hablar de ellos. Efecto llamada se llama el asunto. Efecto llamada…..