Al presidente Sánchez, cuando no está resolviendo qué más tiene que ceder a Puigdemont, estoy seguro de que le preocupa mucho la educación, la calidad de nuestra educación, que según el Informe PISA, y salvo algunas excepciones, está a la baja en áreas tan importantes como las matemáticas y la comprensión lectora, que son dos herramientas fundamentales para el sistema educativo y para garantizar que formamos adecuadamente a los jóvenes.
Si profundizamos un poco, la calidad del sistema educativo está a la baja desde que nació la primera ley socialista del PSOE, la LODE, hace ya cuarenta años, que, a pesar de las ocho reformas que se han hecho, ¡ocho en cuarenta años!, ha marcado todo lo que ha venido después. Desde entonces se ha cambiado de criterio cada poco tiempo, se han bajado los niveles de exigencia, se ha vuelto locos a los docentes y la preparación de los jóvenes sigue siendo manifiestamente mejorable, como las antiguas fincas de riego. Tenemos un problema con la educación y, tal vez por eso, el presidente ha ido a Galicia a anunciar que va a inyectar 500 millones para mejorarla. Que lo haya dicho en Galicia, en vísperas de unas elecciones en las que al PSOE, a la baja, y a él, controlado al milímetro por Puigdemont, les pueden dar otro tirón de orejas, es, no tengo ninguna duda, pura casualidad.
Estoy seguro de que el sucesor de Pedro Sánchez no está estudiando el Bachillerato, como dijo Felipe González del suyo hace unos años. Luego resultó que fue José María Aznar, que ya había terminado la carrera hace mucho. Pero lo que es indudable es que los futuros políticos, los que tendrán que arreglar lo de las pensiones, la deuda pública, la revolución tecnológica, la fiscalidad, etc. están en las aulas. Están formándose. Sería importante que esa formación fuera la mejor. Y que no sufriera vaivenes ni estuviera al albur de los cambios de gobierno. Y que los modelos en los que se fijan esos adolescentes fueran atractivos.
Alguien ha dicho que "aconsejar a nuestros jóvenes que se interesen por la política, por los debates parlamentarios, es ahora mismo empujarles a que se desentiendan de la política". Y, lamentablemente, tiene razón. No es solo el Parlamento. El presidente del Gobierno dice hoy una cosa y mañana la contraria sin sonrojarse. Marca líneas rojas y se las salta al día siguiente. Se ríe a mandíbula batiente del líder de la oposición en la sede de la soberanía nacional. No tiene inconveniente en venderse a quienes quieren independizarse de España, no respetan la Corona ni la Constitución, han intentado dar un golpe de Estado, o son los herederos de una banda terrorista, para mantenerse en el poder al precio de amnistiar los delitos, incluidos los de terrorismo, y consagrar la desigualdad de los españoles ante la ley. ¿Eso es la política? ¿Lo es que desde el Gobierno y los partidos que lo sostienen estén acorralando a los jueces, desprestigiándoles y prestos a sancionarlos? ¿O que un dirigente del principal partido de la oposición califique de cáncer al Tribunal Constitucional? ¿Que otro líder político pida colgar por los pies al presidente del Gobierno? ¿O que los dóberman políticos de distinto signo muerdan al adversario cada día desde la tribuna del Congreso practicando el rencor y no el diálogo?
La política es una de las actividades más nobles a las que puede dedicarse un ciudadano. La desafección política se extiende entre los jóvenes porque se sienten engañados y padecen el bochornoso espectáculo sin entender además los códigos de los adultos. Lo más grave de todo esto es que si no incentivamos la vocación hacia la política de los mejores, acabarán en ella los peor preparados, los fracasados, los medradores y los oportunistas. Como ya está sucediendo. No es bueno para la sociedad y es un pésimo ejemplo para los jóvenes.