Las ruinas del despoblado de Alconeza

T.G. / J.M.I./ L.C.P.
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Se desconoce cuando se despobló, pero pudo ser entre los siglos XVI y XVII

Las ruinas del despoblado de Alconeza

Despoblado situado en el término de Berlanga de Duero, en un coto redondo situado entre los términos de Paones, Cabreriza, Arenillas, La Riba de Escalote y Caltojar; a 5.300 m. al oeste de Caltojar se hallan las ruinas visibles de la ermita de Alconeza»

Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura Castellana.

Gonzalo Martínez Díez

El 19 de septiembre amaneció nublado y amenazaba lluvia. A pesar de ello, nos decidimos a visitar los restos de la  iglesia del despoblado de Alconeza, al sur de la provincia soriana, en la comarca del Marquesado de Berlanga. El despoblado, convertido en  aislados majanos de piedras, se encuentra entre Cabreriza, otro despoblado, y Ciruela. Para llegar utilizamos la SO-100, pasando por Quintana Redonda, Fuentepinilla, entre otros municipios hasta llegar a Berlanga de Duero. Desde esta villa, para  ir al despoblado de Alconeza, existen varias rutas: podemos ir por la SO-P-4132 en dirección a Paones y llegar desde Cabreriza; podemos llegar desde Ciruela o desde Casillas de Berlanga, siempre por caminos y cañadas. Nosotros, por recomendación de Octavio Yagüe, decidimos llegar desde Casillas de Berlanga, por la SO-152. Nos dirigimos hasta Casillas, dejando atrás las ruinas del Convento de Paredes Albas y Ciruela. A la entrada de Casillas, y a mano derecha, parte un camino agrícola, siguiendo ese camino de concentración vamos remontando la vertiente izquierda del río Escalote entre valles y una gran paramera surcada por arroyos, que van generando un paisaje diferencial por la aparición de conglomerados. Superados los Corrales de Llanorraso, giramos a la izquierda en la divisoria de los ríos Escalote y Talegones, y, seguidamente, llegamos a un cruce con la Cañada Real Galiana o Riojana. Allí giraremos a la izquierda y la seguiremos en dirección sur durante 500 metros, momento en el que cogemos un cruce de 90 grados en dirección oeste. Es entonces cuando aparece ante nosotros una gran recta y un fuerte barranco. Estamos en la cabecera del arroyo de La Barga desde donde se ven los restos de la iglesia de Alconeza, como si de una fortaleza inexpugnable se tratara, aunque mimetizada en el pasaje cerealístico. La memorización del plano antes de nuestra partida nos facilita la búsqueda, para lo que invertimos en torno a una hora.

Mientras recorremos esos cinco kilómetros por caminos de tierra, vamos hablando de las ruinas del convento de Paredes Albas, del frontón de sillería de Ciruela, de Bretún y de Vicente Marín y su apasionante vida, de su Fundación, y, claro, también del conde de Atarés. Por esos caminos solitarios que recorren el páramo, una bandada larga de perdices, con sus crías, nos sorprende. Estamos en una comarca con riqueza de caza como ya atestiguaba Madoz a mediados del siglo XIX cuando escribe de este lugar: «Es sitio delicioso y abundante en caza […]». Ellas y otros animales son los dueños de los restos de corrales, majadas  y tainas abandonados. Algunas fincas de encinas micorrizadas introducen una modernidad en este monocultivo cerealístico.

El páramo, aunque solitario, es bello y está lejos de la monotonía con la que lo asociamos, pues la ondulación de sus lomas y las encinas, dispersas por algún lado, y formando bosque por otro, le confieren una belleza a la que contribuye el silencio y la soledad.

Los restos de estos viejos y resistentes muros de cal y canto eran conocidos por los habitantes de la comarca, especialmente por pastores y labradores, pero no figuraban en ninguna catalogación. Pascual Madoz en 1850 en su Diccionario nos informa de esta iglesia «[…]: y aún existen algunos vestigios de la población y la iglesia, todo contiguo y enlazado con el monte». Gonzalo Martínez Díez en 1983 ya nos habla de ella en su mítica obra Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura Castellana. Sin embargo, será el Proyecto Cultural Soria Románica quien la dé a conocer al gran público a través de la prensa en 2008  y al mundo científico con su publicación: Románico desconocido. La iglesia del despoblado de Alconeza (Soria), presentado en el VI Congreso Internacional 'Restaurar la Memoria. La gestión del Patrimonio hacia un planteamiento sostenible'.

Se desconoce con exactitud cuándo se despobló Alconeza, pero debió de perder su población a finales del siglo XVI o principios del XVII. Su iglesia no se debió convertir en ermita y el expolio y el paso del tiempo han dejado sus muros descarnados y a la intemperie. Desde el camino se accede a estos restos por el rastrojo de una finca, en el que ya aparece el verdor de la otoñada. Según vemos en SIGPAC las ruinas se incluyen en una finca agrícola privada de 14, 48 has. de las que 2,81 son pasto arbustivo y elementos del paisaje.

Su iglesia se construyó con esos mismos cantos y conglomerados que hemos visto en el camino. Una iglesia a la que el expolio ha dejado vacía. Las piedras caídas, las maderas, que en su día soportaban el techo, descansan envejecidas en el suelo acompañando a los abundantes cardos que las rodean.

La iglesia tiene una orientación oeste-este y se ha conservado la cabecera y restos de los muros de la nave que entroncan con el presbiterio. La iglesia se construyó con muros de encofrado de cal y canto, en este caso de piezas de conglomerado, en el que todavía se pueden distinguir las verdugadas. Las esquinas y los vanos debieron estar reforzados con sillares, de los que no queda nada. La cabecera presenta un ábside semicircular que se cubrió con bóveda de horno y con ventana en el eje axial; el presbiterio es de mayor anchura y altura que el ábside y se cubrió con una bóveda de cañón apuntada, y contó con sendas ventanas a ambos lados. Tanto bóveda de horno como bóveda de cañón apoyaban en una imposta de sillería de la que hoy pervive su huella. La única nave es más alta que la cabecera y, sin duda, se cubrió con una techumbre de madera. La nave se comunicaba con la cabecera con un potente arco de gloria de gran altura, hoy expoliado y descarnado. Hacia el oeste un montículo de piedras podía marcar el largo de nave. Desconocemos donde se encontraba la portada, si bien por los restos del despoblado y la localización de la fuente pudo estar abierta en el muro norte. 

Al igual que vemos en Castril o en la antigua iglesia de San Esteban de Alcozar, en Alconeza tanto el cascarón del ábside como la bóveda del presbiterio se construyen en mampostería, pudiendo observar que a medida que se asciende se aligera el material y se reduce el espesor, cerrando los abovedamientos con piedra toba. La pérdida de la cubierta ha deteriorado el abovedamiento, estando abierto en la actualidad al cielo limpio y puro de estas parameras. Otra singularidad de estas ruinas lo vemos en el muro de encofrado en el que se abre el arco de gloria, pues en la gran mayoría de iglesias este muro se levanta en sillería o mampostería. También es singular el encuentro de este muro con los de la nave donde se puede observar cómo se traban, entrecruzándose las verdugadas de uno y otro, algo que también vimos en alguna de las esquinas de la iglesia de Santo Tomás de Mosarejos. Por último, y no visto en otras iglesias románicas con la misma técnica constructiva, en el ábside se observa la disposición vertical del tablazón en el muro del ábside para adaptarse a su curva. 

Los muros de esta iglesia aparecen agujereados por un buen número de mechinales que atraviesan de lado a lado los muros. La mayoría de estos huecos están cubiertos con tejas y, los menos, con pequeños dinteles de losas, algo que el viajero puede ver en los restos del muro norte de San Bartolomé de La Barbolla. En estos huecos se introducían unos maderos escuadrados o almojayas que serán los elementos horizontales sobre los que se apoyaban las tablas que conformaban el andamio.

Al encontrarse la iglesia sobre una pequeña elevación de conglomerados ha quedado aislada de la tierra de labor, lo que sumado a la solidez y resistencia de los muros de cal y canto, ha posibilitado que llegara hasta nuestros días.

Un poco más alejados, hacia el norte, encontramos otros restos de otros edificios que completan la imagen de este solitario paraje que invita a la meditación. Este paraje de Alconeza, rico en caza y en encinares, solo conserva un trozo de su vieja iglesia de la que nadie recuerda su advocación, pero sí su significado de Iglesuela. Este habría de dar nombre al paraje de La Alconezuela.

Estas ruinas, como otras muchas, merecen una intervención arqueológica que añadiría luz a lo que hoy intuimos: longitud de la nave, localización de la puerta de acceso, etc. Intervención que facilitaría una consolidación de lo que hoy ha llegado hasta nosotros y así evitar la ruina segura del abovedamiento de la cabecera y del arco de gloria.

Cuando abandonamos Alconeza, no perdemos la ocasión para visitar Cabreriza, otro despoblado. En este quedan las casas ruinosas y una iglesia barroca en pie, pero que, de no intervenir nadie pronto, se convertirá en otra ruina, como sucedió con la de La Barbolla. Una solitaria casa está habitable en medio de un paisaje espectacular con unas montañitas que protegen al pueblo y un valle fértil al lado del río Talegones.

El pueblo nunca debió de ser grande, las casas se agrupaban en unas veinte manzanas, y según el Nomenclátor descriptivo, Geográfico y Estadístico del Obispado de Sigüenza en 1886 llegó a contar con 230 habitantes. La entrada a la espectacular iglesia está ocupada por unas zarzas que pronto se harán dueñas del lugar e impedirán el paso. La iglesia es desproporcionada para el pueblo. Asombran estas proporciones en un lugar tan pequeño. En su suelo se marcan los huecos para sus tumbas y todavía conserva parte de su techumbre en la que destacan dos cúpulas encamonadas barrocas con decoración pictórica.