1991: Nagorno Karabaj autoproclama su independencia como república -aprobada en un referéndum que la respaldaba con un 99,89 por ciento-, iniciándose una guerra que dura hasta mediados de 1994. Treinta años después, con la llegada de 2024, ese enclave montañoso situado entre Armenia y Azerbaiyán -de la que se independizó- desaparecerá por completo después de que las tropas azeríes recuperaran a finales del pasado mes un territorio convertido en un hervidero de tensión desde muchos años antes.
Y es que el conflicto se remonta a 1988, todavía en tiempos de la URSS, cuando la población de ese pequeño enclave, de apenas 4.400 kilómetros cuadrados y mayoritariamente armenia, comenzó a fraguar una separación de Bakú -inicialmente pretendían ser una región autónoma dependiente de Armenia-. Pero la ambición empezó a ser mayor y se comenzó a prender la mecha de la independencia hasta que derivó en una guerra tres años después. Una contienda sanguinaria: más de 25.000 perdieron la vida y su final fue solo un parche. La tensión estaba servida y era constante.
Con un débil alto el fuego en vigor y enfrentamientos frecuentes entre las partes, hubo un intento de acercamiento, con mediación internacional, en 2002. Sin éxito. Tampoco una segunda oportunidad, en 2006, tuvo frutos.
Y, de ahí, a que solo un año después, en 2007, Nagorno Karabaj volviese a rebelarse contra la autoridad azerbaiyana, celebrando unas elecciones presidenciales no reconocidas por la comunidad internacional que no hicieron más que echar más leña al fuego, aunque la mediación, esta vez de Rusia, consiguió calmar un poco las aguas en 2012.
Pero la falta de entendimiento entre las partes era una bomba de relojería: Bakú exige la retirada de las tropas armenias, que serían sustituidas por tropas de pacificación; Ereván defiende el derecho a la autodeterminación del enclave y Nagorno reclama la independencia. Nadie cede en este tira y afloja que desemboca en 2016 en nuevos combates por el control del pequeño territorio. Los karabajíes, apoyados por los armenios, contra los azeríes. Más de 150 muertos en cada bando y una tregua que todos sabían que no tardaría en romperse.
La gran guerra
Fallaron los analistas y pasaron varios años de tensa calma, pero sin combates. Hasta que en septiembre de 2020 la artillería de Azerbaiyán comenzó a bombardear varias ciudades de Nagorno. Armenia hizo lo propio contra la azerí Terter. En apenas dos meses, las fuerzas de Bakú lograron hacerse con una buena parte del Karabaj, pero nuevamente la mediación de Rusia puso fin a un conflicto que dejó casi 3.000 muertos en cada bando.
Desde Azerbaiyán no cesaron en su empeño y, tras bloquear el enclave, provocando una crisis humanitaria sin precedentes, logró que la inestabilidad política en Nagorno le abriese la puerta a la ofensiva definitiva: el pasado 19 de septiembre, lanzó una «operación antiterrorista» para recuperar todo el territorio y reintegrarlo en su sistema administrativo. Fueron solo 24 horas de bombardeos, las suficientes como para que los karabajíes capitularan tras la muerte de 200 personas.
A partir de ahí, en un tiempo casi récord, comenzó un éxodo masivo ante el temor de represalias. No en vano, han sido varias las denuncias de torturas, persecuciones y asesinatos a parte de la población, algo que no hizo más que acelerar la huida de decenas de miles de personas a Armenia. La detención de ex altos cargos del enclave bajo la acusación de formar parte de una organización terrorista para atentar contra intereses azeríes han puesto aún más complicada la situación, a pesar de que el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliev, se ha congratulado de que ahora, cuando su país ha restablecido plenamente su soberanía, el Cáucaso Sur puede «entrar en una era de paz», justificando su actuación en el ejercicio del «derecho de legítima defensa».
Eso, en cuanto a la recuperación del territorio. Sin embargo, son cada vez más las voces -encabezadas por el Gobierno de Ereván- que acusan a Aliev de haber comenzado una «limpieza étnica» para acabar con la población armenia en un enclave que consideraba propio y que desaparecerá el próximo 1 de enero, después de más de tres décadas de continuo pulso que, finalmente, no ha servido para nada más que para sembrar muerte, dolor y tensión en una zona donde no todo está escrito. Y es que las diferencias entre Armenia y Azerbaiyán no acaban aquí y, pese a la disolución de Nagorno Karabaj, el conflicto, desde luego, no ha terminado.