Eva María Macho llamó a miles de puertas en la provincia de Palencia durante más de 40 años. Aunque en su momento no fue consciente de la barrera que estaba a punto de derribar, se convirtió en una de las primeras mujeres carteras de todo el país. Decidió prepararse para ello en el año 1974 y, pese al inquebrantable paso del tiempo, reconoce que lo recuerda "como si fuera ayer".
Su entorno lo aceptó con total normalidad al tratarse de una profesión con una arraigada tradición familiar. "Lo había visto desde pequeña. Mi padre era cartero y mi marido también. La palabra Correos se escuchaba a diario en casa y no lo vi como algo imposible. Estudié la oposición, aprobé y me convertí en funcionaria del Estado", explica Eva María en declaraciones a la Agencia Ical. "En aquella época nunca me paré a pensar en lo que suponía ni en que eso significaba dar un paso de gigante en favor de la igualdad entre hombres y mujeres".
Asegura, además, que a la hora de trabajar, nunca hubo distinciones. "Mi función era la misma que la de mis compañeros y la desempeñábamos exactamente igual. Recorríamos muchos kilómetros por carreteras que estaban en muy mal estado y, si se me pinchaba una rueda, la tenía que cambiar sin ayuda de nadie. Lo mismo que hacían ellos", relata. Sin embargo, y aunque eso también cambió, en sus primeros años de carrera recibía un sueldo inferior al de sus compañeros varones. "No era una gran diferencia pero algo sí. Afortunadamente, se equiparó".
Eran los propios vecinos de los pueblos los que, al abrir la puerta, se extrañaban al ver que era una mujer la que estaba repartiendo la correspondencia. "Se sorprendían y, lejos de apoyarme, trataban de desanimarme. Me decían que no lo iba a aguantar, pero fue cuestión de tiempo". "La gente se acostumbró cuando comprobaron que les prestaba un buen servicio, aunque esté mal que yo lo diga", recuerda entre risas. "Me gustaba mucho mi trabajo y creo que supe contagiar esa ilusión a la gente".
Eva María es natural de Herrera de Valdecañas y fue allí donde empezó a prestar servicio ya que "antiguamente había un cartero por pueblo". "Todo ha cambiado mucho. Nosotros no repartíamos ni facturas ni propaganda. Eran, en su mayoría, cartas familiares". Recuerda cómo los carteros eran los encargados de entregar en mano, y casa por casa, el conocido como subsidio o, lo que es lo mismo, la actual pensión de jubilación. Con el paso de los años su ámbito de actuación se fue ampliando. Las zonas de trabajo y los pueblos se fueron reagrupando hasta que acabó recorriendo a diario toda la comarca del Cerrato.
Sostiene que guarda un recuerdo imborrable de aquella época, siente cierta nostalgia al recordarla y no duda al afirmar que "si volviera a nacer, volvería a ser cartera". Es parte de su vida y nunca ha querido desprenderse de sus recuerdos. De hecho, cuando se jubiló decidió conservar su inconfundible uniforme y el último carrito que utilizó. "Lo guardo todo. Lo tengo mucho cariño y me hace ilusión". Dos colores -azul marino y amarillo- que la acompañaron durante gran parte de su vida y que, en la actualidad, son fácilmente identificables con el servicio postal aunque, en realidad, no siempre fue así. "Cuando yo entré, el uniforme era gris y yo tenía que llevar falda. Con el paso de los años se fueron renovando, adquirieron una imagen más moderna y actual y nos dieron la opción de llevar pantalón".
Al igual que ocurrió con el uniforme, Correos, como el resto de la sociedad, también se modernizó, se adaptó a los nuevos tiempos y poco a poco fue empleando a cada vez más mujeres. "Cuando yo llegué a la oficina central eran todo hombres y me encontraba un poco sola, pero todo eso cambió. Me alegra ver que ahora está totalmente asumido por parte de la sociedad".
Eso sí, al echar la vista atrás, se da cuenta de que fue una mujer pionera que ayudó a allanar el camino y contribuyó a que todas aquellas que posteriormente siguieron sus pasos lo tuvieran un poco más fácil. Luchó para desterrar la idea de que hombres y mujeres eran diferentes y demostró, a base de mucho trabajo, que ellas también eran capaces de todo. Tanto es así, que sus dos hijas han heredado su pasión por esta profesión y la han convertido en su forma de vida. "Somos una familia de carteros. Mi yerno también lo es. Lo llevamos en la sangre", bromea.
Sin embargo, Eva María, no quiere ni medallas ni reconocimientos. Asegura que solo cumplió su sueño y se dedicó a trabajar. "Estoy contenta con todo lo que se ha avanzado y conseguido en los últimos años. Lo que hace falta es que a la hora de pagar, paguen igual a hombres y mujeres porque para eso trabajamos igual", reivindica.