Si cada noche no arden más locales de esparcimiento como han ardido los tres colindantes del polígono murciano de Las Atalayas es porque Dios no quiere. Lamentablemente, lo que no quiere Dios se pone a prueba cada madrugada en los centenares de discotecas, antros y tugurios que no cumplen las mínimas condiciones de prevención y seguridad. Lo que no parece querer Dios, que cada noche la tragedia invada más territorios de la fiesta, lo desoye o desprecia el hombre.
El juez encargado de establecer qué pasó para que trece personas perdieran la vida cuando la celebraban, ha ordenado el secreto de las actuaciones hasta que no reúna las pruebas que lo desvelen, pero lo que no es secreto, o es un secreto a voces, es que las naves de un polígono industrial no son las más adecuadas, por su estructura y materiales empleados en su construcción, para su uso como discotecas. Los bomberos se cansan de advertirlo, pero no parece sino que quienes autorizan este uso deberían haber entrado con ellos en el corazón del infierno desencadenado en Las Atalayas para persuadirse por sí mismos de esa sencilla, y dramáticamente ignorada, verdad.
En realidad, nada que no se construya de nueva planta con sumisión extrema a las exigencias de seguridad, puede ser destinado con garantías al acogimiento de multitudes que a menudo rebasan el aforo oficial. Ni naves, ni sótanos, ni bajos en bloques de vecinos, ni pabellones deportivos reconvertidos de cualquier manera, sirven al propósito para los que se les destina con evidente desprecio de la vida de las personas. Si a eso se suma la escasez de vomitorios y salidas de emergencia, los materiales de decoración altamente inflamables o la sobrecarga de los cuadros eléctricos, tensionados al máximo, que cada noche no se repita lo ocurrido en Murcia sólo se explica por eso, porque Dios no quiere.
Las víctimas mortales del incendio de Las Atalayas eran humildes trabajadores emigrantes, camareros, albañiles, limpiadoras, repartidores, que en su día dejaron sus hogares en Nicaragua o Ecuador en busca de la vida. Celebrándola con sus músicas y sus bailes, lo que hallaron fue, de súbito, la muerte, una muerte evitable que ni buscaban ni merecían.