Como el más absoluto secretismo envuelve lo ocurrido estos días entre Ábalos y sus excompañeros de partido, no sabemos qué tipo de salida había solicitado para dejar su escaño. Con las lágrimas al borde de los ojos y dejando a muchos del PSOE con el corazón en un puño, el otrora mano derecha de Sánchez se niega a acabar su carrera política como un felón deshonesto.
Hay otro sector de la bancada socialista, el que pone la protección de Sánchez por delante de cualquier tropiezo, que dejaba caer que se iba al grupo mixto para no perder la remuneración del Congreso. La cara del portavoz, Patxi López, era el vivo reflejo del desconcierto ante lo sucedido. Nadie se atreve en el PSOE a desobedecer una orden del presidente del Gobierno y los indisciplinados han acabado fuera de la política.
Aunque el abandono del escaño hubiera supuesto el mismo ostracismo que va a vivir ahora, muy seguro debe estar Ábalos de que es inocente de cualquier delito de corrupción, salvo haber confiado en un impresentable, como para tirar por tierra una militancia a la que ha dedicado toda su vida política.
No va a encontrar amigos en el grupo mixto y la soledad va a ser su compañero en la vida parlamentaria. Además, sus últimas palabras, asegurando que seguiría defendiendo desde su escaño las mismas ideas que ha defendido siempre, alejan de momento la posibilidad de que vote en contra del PSOE.
Porque, además de ser expulsado del partido, su penitencia no ha hecho más que empezar. No hay más que oír a su sucesor en Trasportes, Óscar Puente, quien ha encargado auditorías sobre esta etapa y no ha dudado en acusar a Ábalos de falta de coherencia con su trayectoria y de ser responsable político de lo sucedido. Y le culpa de causar "un gravísimo daño a nuestras siglas". La oposición no va a soltar fácilmente este magnífico argumento que le han puesto en bandeja y abre el abanico de "implicados". Entre ellos el ministro Marlaska, el responsable de Política Territorial y expresidente canario, Ángel Víctor Torres, el líder de los socialistas catalanes, Salvador Illa y la presidenta del Congreso, Francina Armengol.
Todos ellos han defendido su gestión, pese a que compraron mascarillas a la empresa de los corruptos y sin usarlas por ineficacia frente al virus. Alguien, cuando el escándalo saltó a los medios, definió el caso como "una bomba racimo" que le había explotado al PSOE y, cada día que pasa, la descripción cobra más fuerza; ya solo faltaría que se les fuera la mano en las descalificaciones a Ábalos y este les negará su voto en el hemiciclo. Supongo que han medido la importancia de un solo voto en esta legislatura.
Viéndolo lo ocurrido con Ábalos o con Adriana Lastra, los dos compañeros inseparables en los asientos del Peugeot con Sánchez, cuando se propuso reconquistar Ferraz, la obediencia debida pasa a ser tan inexcusable en el PSOE como lo es en las Fuerzas Armadas. La frase de Alfonso Guerra de "el que se mueva no sale en la foto" suena tierna comparada con las exigencias de lealtad actuales.
Ábalos se va al grupo mixto pero la crisis continúa. Mala solución.