A las nueve de la mañana de este miércoles, todos estábamos pendientes de la atroz pelea entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, sacudiéndose de lo lindo en la sesión de control al Gobierno a cuenta del novio de Isabel Díaz Ayuso y de las conexiones aéreas de la esposa del propio Sánchez. Quién iba a pensar en aquellos sonrojantes momentos parlamentarios que...
Qué lejos estaba Sánchez, que daba por descontada la aprobación de la ley de amnistía en la Cámara Baja este jueves y, por tanto, seguro de que así se empezaba a estabilizar 'su' Legislatura, de pensar que la tormenta total se iba a desatar pocas horas después. Qué ajena estaba la vicepresidenta Montero, a su lado, de sospechar que los Presupuestos de 2024, que tan primorosamente tejía a base de concesiones a los independentistas catalanes, iban a caerse sin siquiera haber pasado por el debate en la Carrera de San Jerónimo. Nadie, nadie, seguramente ni el propio president de la Generalitat, que fue quien anunció el apocalipsis, podía imaginar en aquellos momentos que todos los planes, todos los calendarios, iban a estallar en pedazos una tarde histórica del miércoles 13 de marzo.
¿Sabía Pere Aragonés, cuando entraba en el Parlament bajo la escrutadora mirada de Jessica Albiach, la portavoz de los 'comunes' que iba a rechazar los Presupuestos de la Generalitat, que tendría que anunciar el anticipo de las elecciones en Cataluña para el 12 de mayo? Seguramente, él tampoco. Si Le Carré, si viviese, hubiese entregado a su editorial un guion en el que la disputa por un horrendo complejo hotelero en Tarragona hacía saltar por los aires todo el entramado de la política de un país que es la cuarta, o la quinta, potencia europea, seguramente se lo hubiesen rechazado por inverosímil. Máxime si hubiese añadido que un fugado por intentar un golpe de Estado se iba a convertir presumiblemente, sin poder siquiera volver legalmente a su país para hacer campaña, en candidato a la presidencia de Cataluña, el vértice, faro y rompeolas de todo lo que ocurre en la política de España. De todo lo malo, se entiende.
Bueno, el caso es que nos enfrentamos a una primavera no cálida, sino tórrida, con importantes elecciones en abril (vascas), mayo (catalanas, que son la madre de todas las elecciones) y junio (europeas, que pueden ser la puntilla que haga que Sánchez tenga que disolver las cámaras quizá a comienzos de 2025, si no antes, para convocar elecciones generales). Nada de completar la Legislatura hasta 2027, qué lejos queda eso, madre mía; nada de sacar adelante unos Presupuestos así, sin más; nada de mantener un Gobierno basado en la alianza con cinco socios a palos; nada de fijar un calendario demorado para el retorno del Fugado.
Nada de nada. El rechazo a los presupuestos catalanes por parte de los aliados 'comunes' de Yolanda Díaz -ahora desde el PSOE y La Moncloa miran con ojeriza a la vicepresidenta, que esa es otra en la trama de la frustrada novela de Le Carré--, con el pretexto del rechazo a un por otra parte demencial proyecto Hard Rock cerca de Salou, desmoronó de pronto los planes de Sánchez. Y los de Feijoo, con lo contento que estaba con un sondeo del CIS que le aupaba; y los de Junqueras. Y los del propio Aragonés. Seguramente también los de Puigdemont, los de Salvador Illa -la clave aún del constitucionalismo en Cataluña, a quien insensatamente tratan de involucrar en el 'Koldogate', al que es del todo ajeno; pero ya ¿quién se acuerda del 'Koldogate', con la que está cayendo?-- En fin, desbarató los proyectos de todo el mundo, incluyendo, claro, las instituciones: llega la hora del protagonismo de los jueces, ya verán ustedes la que se va a armar a cuenta de su oposición a la amnistía. Y los proyectos de las empresas, los de los sindicatos, los de los medios. Es la hora de la inseguridad.
De pronto, a las cinco en punto de la tarde del miércoles, desde Barcelona, todo dio un giro inesperado, mientras, locamente, los representantes de las principales fuerzas políticas andaban en el duelo a garrotazos en la Carrera de San Jerónimo. Con la seguridad, eso sí, de que al día siguiente, a cuenta del debate sobre la aprobación de la ley más polémica de la historia de la democracia española, la de amnistía, se iban a sacudir aún más.
Si esto es la cacareada normalidad, que venga Dios y lo vea. Hay que cuidarse, cuando aún faltan dos días para que se cumplan apenas cuatro meses de la Legislatura más chiflada de la Historia, de los idus de marzo. Y de los de abril, mayo, junio, y así hasta algún momento de 2025. Que será cuando, previsiblemente -bueno, 'previsible' es palabra prohibida en el diccionario político español--, unas elecciones generales pondrán fin, sean cuales sean los resultados, a este desmadre. Otro escenario más 'normal', ahora mismo, no se le ocurriría, ya digo, ni a Le Carré, si levantara la cabeza.