Inés Tudela Herrero en mi recuerdo

José Javier Romera Molina
-

Y qué bien los recitabas Inés, sin énfasis, como se reza una oración, todo sin fallar ni una coma

Inés Tudela Herrero en mi recuerdo

Fue tu voz en mis oídos como un regalo de Dios, el sonido de tu voz y la luz de tu mirada, mientras me recitabas poemas de Antonio Machado sentado a tu lado en un banco de la Dehesa, cerca de la ermita de la Soledad. Y qué bien los recitabas Inés, sin énfasis, como se reza una oración, todo sin fallar ni una coma. Qué memoria tan extraordinaria para tu avanzada edad. Cómo olvidar nuestras conversaciones en la puerta de la ermita, cuando me hablabas de tu hermana Conchita; de tu padre José Tudela de la Orden, americanista, uno de los grandes intelectuales más reconocidos de todo el siglo XX y del legado tan extenso que nos dejó; y de tu madre tan querida, Cecilia Herrero, licenciada en Filosofía, que tantas veces coincidió en el tribunal de oposiciones del año 1936 con Machado en la primera planta, para que el poeta no tuviese que subir las escaleras del instituto Cervantes de Madrid cuando se convocaban exámenes. Imposible olvidar la admiración que sentías por Bernabé Herrero, hermano de tu madre, extraordinario poeta, pero por desgracia muy poco reconocido, que consiguió aprobar poco antes de la guerra las oposiciones para juez y que por su ideología política sufrió un durísimo y penoso exilio, falleciendo solo con 54 años en 1957 sumido en una profunda depresión. Sabe Dios que angustia le acompañó.  Qué interesante escuchar tus relatos.

En agosto de 2020, mientras todos estábamos desolados con la dichosa pandemia, me encontraba yo en el estanco de mi amiga Elisa, ubicado en pleno Collado, donde antes estuvo la librería de las Menchas. Desde dentro del establecimiento vi a Inés que leía un poema mío enmarcado en el escaparate, dedicado a Machado y a Leonor. Salí entonces a saludarla. Me pidió encarecidamente que quería tener una copia de dicho poema.Al parecer, había disfrutado mucho con su lectura. No lo dudé ni un solo instante, juntos recorrimos el pequeño tramo de Collado desde el estanco hasta la plaza de San Esteban. Allí se quedó sentada en un banco, yo le dije que tardaría solo unos diez minutos en ir y volver a casa de mi madre a recoger la copia de la poesía. Volví a la plaza, con la copia y con una pequeña libreta donde poder tomar algunas notas. Inés me iba a relatar con todo detalle cómo fue la vuelta del poeta a Soria 20 años después de que abandonase la ciudad tras la muerte de Leonor.

Estaba feliz, mis manos temblaban por la emoción, era consciente de que iba a recibir un testimonio impagable en primera persona, pues entonces corría el año 1932 e Inés tenía nueve años. Incapaz de escribir ni un solo trazo de cualquier letra para tomar apuntes, necesitaba unos minutos de relajación. Ya estaba preparado. Inés comenzó su relato.

Inés Tudela Herrero en mi recuerdoInés Tudela Herrero en mi recuerdo«Conocí a don Antonio en el verano de 1932. Este año, profesores y amigos preparaban un homenaje al poeta. Entre los organizadores recuerdo al catedrático del instituto de Soria Pelayo Artigas y a mi tío Bienvenido Calvo, abogado de profesión y muy vinculado al ayuntamiento soriano.

Machado había enviado una carta a mi padre, Pepe Tudela, agradeciendo el homenaje, pero a su vez pidiendo con insistencia que el acto fuese suspendido. Pero acabó aceptando. 

En las rocas del camino colocaron una piedra con un poema suyo... Estos chopos del río que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua cuando el viento sopla... Qué joya, nadie como don Antonio para describir las memorias líquidas que fluyen en ese Duero joven que irá a parar al mar inundado de versos y estrofas.

Inés Tudela Herrero en mi recuerdoInés Tudela Herrero en mi recuerdoY por fin llegó el día tan esperado. Machado viajó desde Madrid en la delantera de un autobús de línea. Le acompañaba José Tudela y detrás el hermano del poeta Pepe Machado. Inés, su hermana Conchita y la madre de ambas, esperaban en frente del hotel Comercio. Se saludaron. Machado, con gesto de cariño, plantó sus manos sobre el pelo de Inés y le despeinó su largo flequillo, que llegaba hasta los ojos. Ella tenía nueve años. La rabieta de la niña se hizo palpable, pues había estado su madre poniéndola guapa toda la mañana.

Llegó la hora del almuerzo. Cecilia Herrero había estado preparando platos para recibir en casa al poeta y a su hermano, pero don Antonio se excusó y prefirió almorzar en la casa del Pedrito, una vieja tasca que ya conoció en su estancia anterior en Soria. Esa misma tarde le llevaron a pasear por los jardines de la glorieta de la Dehesa... y se desvaneció el recuerdo de su Soria 20 años atrás. Ya no encontró su ciudad como la había dejado y en los jardines tampoco vio los evónimos con telas entrelazadas de arañas en sus hojas y en sus ramas, algo para él muy entrañable cuando paseaba de la mano de Leonor. 

El discurso del poeta, al lado de la ermita de San Saturio, donde se le nombró hijo adoptivo de la ciudad, fue magistral. Nosotras estábamos sentadas en la escalerita del estribo, a la altura de los pies del homenajeado, y frente a nosotras los chopos del camino que ya empezaban a amarillear en aquella tarde de octubre».

Machado regresó a Madrid.El poeta ya no volvería a pisar la tierra soriana. Le esperaban, años después, el exilio y la muerte.  Y llegó la guerra y con ella el hambre y el sufrimiento, la muerte y la destrucción. El padre de Inés padeció cárcel y exilio. Retomó en Chile contactos con Joaquín Machado, hermano de Antonio, que le contó el triste y penoso ir del poeta hacia Francia, camino del final de sus días. Nacido en Sevilla, enamorado en Soria, profesor en Baeza, en Segovia y en Madrid, muerto en Francia, Machado se subió a la nave que nunca ha de tornar y se fue como ya lo había presentido, casi desnudo como los hijos de la mar.

Recibí la fatal noticia del fallecimiento de Inés Tudela Herrero en Madrid a finales del año 2021. Inés nos dejó el día 29 de diciembre de aquel año, sus restos reposan en Soria en la misma sepultura de sus padres. La niña a la que despeinó Machado y que se codeó con los grandes intelectuales de la época como Unamuno, Ortega y Valle Inclán. Licenciada en Filosofía y Letras, bibliotecaria y directora de los cursos para Iberoamérica en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid y gran persona.  Inés y la dicotomía entre la vida y la muerte, tan opuestas entre sí y al mismo tiempo tan entrelazadas. Así era ella y así quiero recordarla.

Desde el cielo azul de Nuestra Señora del Espino de Soria, Inés sigue ordenando y recopilando recuerdos de su larga vida en un tiempo de rosas, que ya son eternas, pero esto es ya otra historia. 

Descanse en paz.

Fotografías: Archivo José Tudela de la Orden