Los grandes personajes que contaron España al mundo

Antonio Pérez Henares
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Antiguo mapa de la Península Ibérica - Foto: Fondo antiguo de la biblioteca nacional de Sevilla

El viaje ha sido siempre, y sigue siendo, un gran motivo, pretexto y guía literarios. Ahí están, para demostrarlo y a bote pronto, La Odisea de Homero, El Quijote de Cervantes, o La vuelta al mundo en 80 dias de Verne, La isla del tesoro de Stevenson y El corazón de las tinieblas de Conrad. Todo un repoker, que puede ser contestado por otros tantos, dependiendo de los gustos de los sentados a la mesa, y que ha maridado también estupendamente con el cine y las pantallas, lo que le ha supuesto un vigor añadido.

 Sin embargo, la literatura de viajes, todo un género descollante hasta hace relativamente poco, se encuentra afectada por tres virus pandémicos y letales, que la tienen tan postrada y la amenazan seriamente de muerte por inundación y asfixia: el turismo masivo (una inmensa riada que llega a todos lados y todo lo anega) el móvil (que es mucho más ya que un teléfono, sino también escritorio, archivo, editor y distribuidora) y las redes sociales, que han convertido en escritores, fotógrafos y cineastas a miles de millones de humanos. ¿Quién va a leer un libro de viajes cuando todos pueden subir el suyo, donde cada cual es protagonista? Tanto que quien sale es casi en exclusiva el propio autor, siendo el entorno puro atrezo para hacerse un selfie, antes autorretrato.

Muy semejante suerte, y hasta peor, está corriendo el reporterismo, que fuera la más alta y brillante cota del periodismo y donde ahora ya la casta de los Stanley, Kapucinski, Fallaci, De la Quadra o Leguineche es sencillamente inviable y casi puede dársela ya por extinguida. 

Tal vez, debido a mi descarriado optimismo, quiero tener la esperanza que una élite mental, que necesite algo más que paja, basura ultraprocesada y esos mamarrachos que se autollaman influencer (porque hay que llamar en ingles a las cosas para que parezcan algo, como a los consejeros y los predictores que los ampare, los rescate y acaben por sacar la cabeza por encima de estas cenagosas aguas y vuelvan a tener un lugar al sol). Por lo que, y a pesar de tan malos augurios, me lanzo ahora a esta nueva serie sobre ellos. Sobre esa literatura y esos autores que escogieron a España como escenario y territorio de sus periplos y letras, fueran extranjeros o autóctonos, e hicieron de ella y de quienes la habitamos y dimos personalidad y carácter, su temática y asunto. Aquellos que, desde el principio de la historia y hasta ayer mismo, nos contaron al mundo a través de su particular y subjetiva visión y que, con ello, moldearon nuestra imagen ante los demás habitantes del planeta.

Así, pues, lo que voy a proponerles en estas nuevas entregas va a ser un viaje por territorio nacional a lo largo del tiempo, por sus paisajes, lugares, gentes y momentos a través de la mirada de los visitantes que la eligieron como destino. O que, fortuitamente y por las más diversas razones, cayeron aquí y decidieron que merecía la pena contarnos. Ellos, quiénes fueron y sus motivaciones, serán también objeto en su mismo de nuestro escrutinio.

Porque otra cosa hay que tener en cuenta. Esto del viaje simplemente por ir a ver y contarlo, es cosa relativamente nueva, aunque ahora se haya hecho universal. Cuando antes, que diría el maestro Umbral, se recorría mundo por otras razones. Vamos, que el viaje era para algo, fuera esto comercio y negocio, lo de Marco Polo, por ejemplo. O por conquista, que era el hábito más extendido de la humanidad desde que dejó la cueva, o incluso sin dejarla, pongamos el modelo de los romanos, que nos tocaron y aquí estoy yo escribiendo en su lengua, aunque adaptada y extendida por nosotros a más de 600 millones de personas, pues nosotros también pasamos de conquistados a conquistadores. En resumen, que se iba a otros sitios porque había que ir, por necesidad, por mejora, avaricia, por religión, que era de lo más importante (el Camino de Santiago, por ejemplo) o porque te llevaban a la fuerza, ya fuera para tomar ciudades y coger cautivos, o como esclavo si te pillaban. O las dos cosas si ibas a por lana y salías trasquilado.

 Ir así, como ahora se entiende el viaje, por simple placer, reposo, cultivarse o tostarse y ver cosas, es muy reciente y solo lo empezaron a hacer algunos que tenían posibles para hacerlo, o sea dinero y tiempo. Eso comenzó a ponerse más de moda ya por el siglo XIX, eclosionó en el XX y en XXI hay quienes ya afirman que es plaga.

 Así que, cuando empecé a investigar en quiénes fueron los primeros viajeros en venir por las Españas y quiénes incluso le pusieron el nombre (cosa discutida entre fenicios-cartagineses pero ya acuñada después ya firmemente y hasta hoy por Roma, Hispania, que abarcaba tanto nuestro actual país como al Portugal vecino) me tope con un muro. ¿Quién era el primero que nos había escrito y descrito? Unos griegos, dicen, aunque no nos ha quedado nada suyo, y Estrabón luego, que también lo era pero ya sirviendo a Roma. Pero resulta, casi se da por seguro, que ni llegó a pisar nuestro suelo y que hablaba de oídas. Y es que ni Aníbal ni su padre el Barca, Amílcar, aunque le puso nombre a Barcelona (la ciudad del Barca, del Rayo, que era lo que significa en su lengua) les daba por escribir de atardeceres, paisajes y costumbres. Estaban en sus cosas. Y eso les pasaba a casi todos. También a quienes los acabaron por echar de aquí, como los Escipiones, aunque algunos sí que le daban a la pluma, (y bastante bien por cierto, como Julio César) pero lo suyo era contar la Guerra de las Galias. O cuando, por nuestro solar, acabó con los de Pompeyo.

O sea, que hube de echar mano de Estrabón, aunque no viniera, pero escribir sí que lo hizo sobre Hispania y sobre sus habitantes de entonces. que eran mayormente íberos y celtas ya muy mezclados, celtíberos. Los hispanos siempre hemos sido muy dados a la mezcla y el mestizaje, tanto por aquí como cuando nos fuimos fuera y nos dedicamos a darle la vuelta entera al mundo y nos fuimos quedando por el camino. Lo bueno, a pesar de los bobos racistas que no saben que la pureza de sangre lleva a la endogamia, la regresión y la idiocia. O sea que por él, aunque tenga esa pequeña tacha, es por quien tendremos que comenzar en la próxima entrega. Muchos saldrán luego: caminantes a Compostela, árabes curiosos, reyes sabios, ingleses raros, alemanes románticos y, por supuesto, mujeres arriesgadas y pioneras hasta llegar a nosotros mismos, autodescubriéndonos como Unamuno o Cela. Por aquí, y cada dos semanas, les espero.