El palo de la DANA en Valencia sólo tiene parangón en el Covid y por ahora no parece que la respuesta haya sido diferente: caos. La pregunta es: ¿necesitaremos otro holocausto para estar realmente preparados o con esta conmoción ya es suficiente? Porque vistas la descoordinación, respuesta inconexa entre administraciones, falta de una pauta solvente y demás variables, tendremos que volver al aserto según el cual es imposible conseguir efectos distintos haciendo las mismas cosas.
Hace tan solo unos días, la Junta de Vigilancia de la Preparación Mundial, dependiente de la Organización Mundial de la Salud, hacia un llamamiento urgente (que como todo lo importante ha pasado desapercibido) sobre la vulnerabilidad mundial de las amenazas pandémicas destacando la necesidad de de un "reajuste colectivo" que implique a todos los países. "La próxima pandemia no esperará a que perfeccionemos nuestros sistemas", señalan. La ventana de oportunidad es estrecha.
Dicen que los incendios se apagan en invierno. Este es el momento de hablar del próximo saltito de un bicho de animal a humano que detenga el mundo de nuevo. Curiosamente la Inteligencia Artificial puede ayudar a vaticinar sus circunstancias con una precisión inusitada. Se pueden procesar en bloque más datos que nunca para obtener información que jamás hemos tenido.
Hablar de todo esto será reputado de extemporáneo por una opinión pública poco acostumbrada a mirar más allá de sus narices: la semana que viene es un plazo demasiado largo. Los políticos tampoco acostumbran a planificar mucho más allá del próximo congreso de su partido, la próxima sesión parlamentaria o el próximo proceso electoral. Así que la llamada del agua de Valencia nos pone sobre aviso de nuevo respecto de lo poco que respetamos los riesgos que no vemos y del poco cuidado con que tratamos el peligro del porvenir. Somos una especie de hechos consumados, homínidos abocados a la derrota por falta de previsión. Esa es nuestra peor pandemia.