Como hice la mili en artillería, me acuerdo más de nuestra patrona, Santa Bárbara, de lo que sería normal. Los más veteranos de la provincia, y de Castilla en general aún suelen utilizar el nombre de esta santa en el dicho aquél de 'nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena'. Viene al caso recordar este dicho porque, como imagino que saben, se refiere a que sólo caemos en la cuenta de un peligro o cualquier otra desgracia cuando esta ya nos ha atropellado. Lo curioso del caso es que no solemos escarmentar. Los truenos, preludio de tormentas, encajan bien con los acontecimientos recientes en los que todos, absolutamente todos los ciudadanos de este país, se echan las manos a la cabeza para criticar, con palabras propias o ajenas, la imprevisión de la aguada descomunal que ha arrasado varias comarcas mediterráneas, pese a que vino precedida de relámpagos, en sentido figurado, en forma de avisos de la Agencia Estatal de Meteorología.
Hablando de escarmientos y recuerdos de Santa Bárbara, en nuestra provincia no solemos alarmarnos con chaparrones que pocas veces llegan a mayores. Otras sí, aunque no con el impacto de Valencia. Pese a ello, estas semanas pasadas ya ha generado noticias sobre la situación que podría afectar a algunas zonas de darse la circunstancia de que una DANA, o algo parecido, nos pudieran dar un disgusto. Los más optimistas opinan que no es posible en la meseta, lejos del mar, donde la convergencia de frío en niveles altos y aguas cálidas, como las mediterráneas tras un verano sofocante, generan aguaceros tan demoledores como los que aún siguen siendo noticia tres semanas después. Pero lo cierto es que han ganado titulares los nombres de pueblos que ya saben lo que es una inundación como Salduero, Garray o San Esteban de Gormaz.
Anotemos, no obstante, que hay catástrofes que se repiten con cierta periodicidad. Volcanes, terremotos, sequías o huracanes. Y apuntemos también en la libreta de Santa Bárbara, de la que no conviene acordarse sólo cuando truena, que el cambio climático está ahí, digan lo que digan los terraplanistas o Trump y los palurdos que le jalean. Por eso interesa que la prevención ocupe un lugar destacado en la agenda de actuaciones de nuestros dirigentes. Si hay que limpiar unas decenas de metros del Duero a la salida de un puente, hágase. No será un delito ecológico. Si hay que replantearse algunas infraestructuras como la extinta CMA, ahora PEMA, manos a la obra. El espectáculo del reparto de culpas entre unas administraciones y otras es rastrero, ridículo e indignante para los ciudadanos de a pie. Sólo sirve para enmascarar el gran problema de los afectados por el desastre.