Perseverancia, esfuerzo y talento definen a Eva Hernando Monge, la bióloga molecular que ha sido reconocida con el Premio Castilla y León de Investigación Científica y Técnica e Innovación en su edición de 2023. Esudia e investiga día a día para lograr avances sobre la propagación metastásica del melanoma. Se muestra esperanzada y cree que el "futuro es prometedor". Lo hace de la mano de la Cátedra de Patología en la Facultad de Medicina de Grossman en la Universidad de Nueva York, donde forma y ayuda a las nuevas generaciones de investigadores. Deja claro a la Agencia Ical que "no es una condición exclusiva irse a EEUU, porque se puede hacer una investigación buena en España", aunque reconoce que es importante para todo investigador que, en algún momento, tenga la experiencia de trabajar en Estados Unidos o en otro país europeo.
¿Cómo recibe este premio?
Con mucha sorpresa y emoción, porque no solamente es un reconocimiento a mi carrera científica y mi trabajo profesional de casi toda la vida, sino también por lo que representa el que venga de mi Comunidad, de donde he nacido y crecido. Es realmente un enorme honor y una gran responsabilidad, por supuesto. Porque yo soy vallisoletana, aunque mis padres emigraron de la zona rural de Soria en los finales de los 70.
¿Esfuerzo desde la infancia?
Enseguida me interesé muchísimo por los estudios, porque mis padres nos inculcaron, tanto mis hermanas como a mí, la importancia de la educación, a la que ellos no habían tenido el mismo acceso, puesto que nacieron durante la época de la Guerra Civil. Me atrajo la investigación biomédica y el ser científica, y me inspiré bastante en la historia del doctor Severo Ochoa. Cuando tenía 15 años supe que quería hacer Bioquímica. Entonces hice los tres primeros cursos de Química en Valladolid, pero estudié cuarto y quinto en la Universidad Autónoma de Madrid, que en aquella época tenía, y probablemente todavía sea cierto, el mejor programa de Bioquímica de España.
¿Cómo fue su progreso científico desde la juventud?
Me quedé a hacer la tesis doctoral en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa en la Autónoma de Madrid. Después de mi tesis, me concedieron una beca de investigación oncológica, que se vinculaba en un consorcio y un convenio con el Cancer Center de Nueva York', que es uno de los mejores centros de tratamiento y de investigación del cáncer. Allí me formé durante seis años y en el año 2006 me ofrecieron ya llevar mi propio grupo de investigación en la Universidad de Nueva York, y ahí he hecho toda mi carrera profesional, tanto científica como docente.
¿Por qué Estados Unidos?
Creo que es importante para todo investigador que, en algún momento, tenga la experiencia de trabajar fuera de España, ya sea en Estados Unidos o en algún otro país europeo. Definitivamente, Estados Unidos ofrece muchas posibilidades, no solamente financieras, sino también lo que nosotros llamamos la masa crítica, con la cantidad de compañeros de laboratorios que trabajan en distintos aspectos de la investigación biomédica y, en particular, de la biología del cáncer. No digo que haya que quedarse allí. De hecho, cuando yo me fui en el año 2000, la idea era volver en los siguientes tres años. Y la mayor parte de mis amigos y compañeros de aquella promoción regresaron, quienes llevan laboratorios muy exitosos en España. Porque claro que hay laboratorios de primer nivel mundial en nuestro país.
¿Las oportunidades y la seguridad inclinan la balanza?
No creo que sea condición exclusiva irse a los Estados Unidos, ya que creo que se puede hacer una investigación buena aquí, pero en aquel momento, con las oportunidades que se me plantearon, decidí que esa opción era la mejor en ese momento para darle esa habilidad a mi proyecto investigador. Es decir, tener la seguridad de que llegarían fondos, como han llegado a lo largo de los años, para conseguir avanzar en la investigación del cáncer y, particularmente, la metástasis.
Ostenta la cátedra de Patología en la Facultad de Medicina de Grossman en la Universidad de Nueva York ¿La investigación se vincula estrechamente a la docencia?
Sí, también doy clases de biología del cáncer a los estudiantes de medicina del primer año de la Facultad Grossmann y a los estudiantes de doctorado en algunos de los cursos de Oncología Molecular. La docencia se une a la formación de la nueva generación de investigadores. Siempre tengo estudiantes de doctorado y después a postdoctorados, es decir, personas que ya han terminado el doctorado y que continúan formándose como yo lo hice en su día. Ser mentora y supervisora de esta nueva generación es una de las partes más bonitas y que disfruto más del trabajo, porque yo tuve la suerte de contar con grandes mentores, tanto en España como en Estados Unidos.
Su experiencia y trayectoria al servicio de las jóvenes promesas...
Es muy importante seguir ayudando a los nuevos investigadores, tanto a los que están en formación como a los que acceden, por primera vez, a un laboratorio. Creo que la experiencia que he ganado a lo largo de todos estos años puede ser útil a los que vienen detrás de mí. Y esa parte, como digo, es una de las que más me gusta en mi trabajo, al tener la posibilidad de influenciar a los que vienen detrás. Nosotros lo llamamos como el 'Pay forward' en forma de devolver el favor.
¿Dónde reside el verdadero problema en torno al cáncer?
En el cáncer, la mayor causa de muerte de los pacientes no es el tumor primario, ya que, en algunos casos, los tumores se pueden llegar a diseminar y alcanzar otros órganos y es ahí donde realmente se produce el problema, porque cuando el tumor ha llegado a esos otros órganos es mucho más resistente a terapia y mucho más difícil de combatir.
¿Estudio y terapias continuas?
Desde que abrí mi laboratorio, entendí que el melanoma es un tumor de piel muy agresivo. Podría ser un muy buen modelo para estudiar los mecanismos de la metástasis, porque el melanoma aparece en la piel, pero incluso cuando se detecta en un estadio temprano, donde se mide todavía en milímetros y aunque podamos extraerlo quirúrgicamente, hay un porcentaje importante de casos en los que ya ha habido celos que han escapado del tumor primario y pueden llegar a diseminar a través de la circulación alcanzando otros órganos, como el pulmón, el hígado y a veces el cerebro. Nuestro laboratorio estudia por qué hay ciertos melanomas que son capaces de diseminar tempranamente del tumor primario y alcanzar órganos distales y otros no.
¿Cuál es la diferencia entre ellos?
Sabemos que la explicación no está solamente en las alteraciones en los genes. Sabemos que hay una serie de procesos de expresión génica que alteran el comportamiento del tumor y estamos investigando cuáles son esos procesos y cómo podemos atacarlos con nuevos talones de Aquiles del tumor para impedir la metástasis o tratarlo.
¿Considera que el futuro es prometedor?
El futuro obviamente es prometedor. Estamos en un momento donde se están reuniendo muchísimos datos genómicos y genéticos sobre el comportamiento de los tumores y tenemos acceso a tecnologías que nos permiten un nivel de resolución y de caracterización de los tumores como nunca antes, lo que nos da la posibilidad de aprender mucho más rápido del tumor de los pacientes y poder avanzar rápidamente. Yo soy optimista, porque en los últimos años ha habido grandes avances en terapias para tumores que eran considerados anteriormente incurables, como el melanoma metastásico. Por primera vez en 15 años, podemos hablar de curación de un porcentaje importante de pacientes. Obviamente el camino es largo y hay mucho todavía por hacer, pero definitivamente soy optimista en que vamos a seguir avanzando e impactando en el pronóstico de los pacientes.