Guiomar. Cartas a un amor

José Javier Romera Molina
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Concebí la idea de elaborar este artículo una tarde de primeros de agosto cuando en Expoesía de Soria compré una de sus casetas el libro Memorias de un gran secreto, referido a Pilar de Valderrama, cuya autora es Alicia Viladomat, su propia nieta

Guiomar. Cartas a un amor

Concebí la idea de elaborar este artículo una tarde de primeros de agosto cuando en la feria de Expoesía de Soria pude adquirir en una de sus casetas el libro Memorias de un gran secreto, referido a Pilar de Valderrama, cuya autora es Alicia Viladomat, su propia nieta.

Embargado por el empeño de conocer más datos biográficos de Antonio Machado, pude comprobar que la publicación era muy interesante. Su contenido es un compendio de relatos, cuyo resultado es el estudio y análisis de un archivo familiar con multitud de documentos encontrados por su autora. La segunda parte del libro surge ante la gran dificultad de encontrar ejemplares del tratado Sí, soy Guiomar, editado en los años 80 por Plaza y Janés con prólogo de Jorge Guillén, por lo que se incluye una reedición en el libro de Alicia.

Tratar de comparar cuál de los dos amores del poeta fue más intenso, el de Leonor o el de Pilar, resulta tan absurdo como ilógico, pues estas dos relaciones se desarrollan en dos contextos muy diferentes de la vida del poeta. Tiene Antonio 32 años cuando conoce a Leonor, con 13 años de edad. Ella era hija de los dueños de la pensión en la que se hospedaba. Noviazgo que termina en boda cuando la prometida  cumple los 15 años, que por aquél entonces era la edad legal para contraer matrimonio. La niña que tuvo la culpa de que tanto la quisiera Machado por dejarse robar su primavera fallecía a los 18 años a consecuencia de la tuberculosis, enfermedad inmisericorde en aquellos tiempos.

Han pasado ya muchos años en la vida de Antonio, Leonor lleva 16 años muerta y al poeta se le despierta su alma adormecida y siente que a su vida vuelve el amor. Se trata esta vez de una mujer casada con un ingeniero, Pilar de Valderrama, bautizada por Machado con el nombre de Guiomar.

En junio de 1928, cuando Machado se encuentra en Segovia ejerciendo la docencia, conoce a Pilar de Valderrama. Ella se encontraba en esa ciudad porque necesitaba ordenar sus pensamientos. Se sentía desilusionada de su matrimonio, había descubierto que la amante de su marido se había suicidado. Conservadora, católica, madre devota, seria, intachable, además de escritora, poetisa y dramaturga enmarcada en el movimiento postmodernista, Antonio Machado descubre en esta dama una belleza total y, después de tantos años, vuelve a amar y a sentirse amado. Pero tiene que ser un amor secreto, puesto que ella, a pesar de la traición de su marido, sigue casada y, por esa razón, pasa a ser Guiomar. Transcurridos los años y siempre con una aptitud por su parte cargada de hermetismo, afirmaría después que no hubo contacto carnal entre los dos, hechos nunca probados. Ni este humilde escritor ni nadie a mi juicio puede documentar lo que ocurrió en la intimidad de ambos, solo ellos fueron los que lo vivieron y si hubo o no relación física se lo llevaron en secreto a la sepultura. 

En octubre de 1931 Antonio Machado logra su traslado desde Segovia a Madrid, estando más cerca de Guiomar, con quien se encuentra una vez por semana, en aquel íntimo café del barrio de Cuatro Caminos, que tiene reservados para las parejas. En ocasiones, Machado suele acudir a una plazuela desde la cual se divisa la casa de Pilar con la única esperanza de verla asomada a su ventana. No hay en Pilar, por tanto, ningún sentimiento de odio ni rencor hacia su marido en la némesis de la vida, solo de decepción, pues sigue casada con él hasta que muere, como hemos apuntado. 

Ocho años dura la relación entre Machado y Guiomar, desde 1928 hasta 1936. En cuanto al epistolario, sabemos que Machado envía a Pilar unas 240 cartas de las cuales solo se conservan 36 en la biblioteca nacional. De las que escribió Pilar al poeta, no se conserva ninguna. Entre las cartas que recibe ésta, en algunas de ellas, trata de borrar algunos párrafos con productos químicos, pero las letras han vuelto con técnicas actuales grafológicas y ahora tenemos los textos completos. Todas las cartas permanecen ocultas en un silencio sepulcral hasta que, en el año 1950, once después de la muerte de Machado, Concha Espina, publica tímidamente algunos fragmentos, pero sin desvelar la identidad de la protagonista. No es hasta 1981 cuando se da a conocer de forma clara quien era la mujer que recibía dichas cartas, Pilar de Valderrama, bajo el pseudónimo de Guiomar. Resulta curioso reproducir alguna frase de una de las cartas de Machado que dice así: «Soñé sencillamente que me casaba contigo. Era mi estado de espíritu de una alegría rebosante, todo lo contrario de lo que fue en mis nupcias auténticas. La ceremonia fue entonces para mí un auténtico martirio... Te he sentido a mi lado Pilar, vida mía, que feliz soy cuando pienso que tú me quieres. Cuídate saladita mía. Mañana jueves pasaré por el parque, pero de ningún modo quiero que cojas frío. Si te veo abrir el balcón me voy enseguida. Adiós reina, gloria, maravilla de Antonio».

El estallido de la Guerra Civil en julio del 1936 separa de manera definitiva a nuestros dos protagonistas. La contienda dio al amor el tajo fuerte, así lo define el poeta en uno de sus versos dedicados a Guiomar. La familia de Pilar, alistada al bando nacional, huye hacia Estoril (Portugal), mientras que Machado, adherido a la causa de la República, junto a su madre, Ana Ruiz, su hermano José y su cuñada Matea Monedero, salen hacia Rocafort, en Valencia, para continuar por Gerona y llegar a un pequeño pueblo marinero, Colliure, ya perteneciente a Francia. Esa España partida en dos mitades produce, por tanto, la separación física de Machado y Pilar, aunque ello no impide que ambos sigan escribiendo poemas que se han etiquetado en los llamados versos de dolor y de ausencia.

El éxodo resulta terriblemente penoso. Es en el amanecer del 27 de enero de 1939 en el que el coche que transporta a Machado hacia su última morada enfila rumbo definitivo ya hacia la frontera. El resto del camino tiene que ser a pie con una madre anciana y enferma de 82 años que, desorientada, pregunta que cuándo iban a llegar a Sevilla. Estremecedor relato. Muchos de los fugitivos que rodean a Machado son soldados heridos, sus vendajes se diluyen bajo la lluvia, se ve el esqueleto al desnudo, la carne enferma tocando las ropas. Hay niños en los brazos de sus madres. El poeta, casi inválido, camina en el seno dolorido de su pueblo. Al llegar a Colliure, les acoge Madame Quintana en un pequeño hotel. No tienen dinero, Machado le dice que solo puede pagarle con unos versos.

Sin apenas ropa, sin un céntimo francés, son alojados el poeta y su madre en la misma habitación. El 18 de febrero de aquel mismo año, Antonio ya sin fuerzas, no puede levantarse de la cama. Pasadas las cuatro de la tarde del 22 de febrero, miércoles de ceniza, amanece mortal. Corre la noticia entre los exiliados españoles que el poeta ha fallecido. Le espera un féretro improvisado, apoyado entre dos sillas y cubierto por una bandera republicana cosida deprisa y corriendo y una oración fúnebre que remata el alcalde de Colliure con algunos versos del poeta. Su cadáver va a parar a un nicho prestado. Tres días después fallece su madre, cuyos restos son arrojados a una fosa común.

Lejos queda Sevilla, su patio y el huerto claro donde madura el limonero. Lejos quedan sus 20 años de juventud en tierras de Castilla, lejos queda España. Cuando van a amortajarlo, su hermano José encuentra dos papeles doblados en los bolsillos de su abrigo, escritos con letra temblorosa que reflejan ya un pulso débil.  Uno de ellos un verso que dice: «Estos días azules y este sol de la infancia». El otro, es una cuarteta dedicada a Guiomar.

 «En la eternidad de esta mala guerra que tuvo comunicada a España de modo grande y terrible con la otra eternidad, Antonio Machado con Miguel de Unamuno y Federico García Lorca, tan vivos de la muerte los tres, se han ido de diversa manera lamentable y hermosa también a mirarle a Dios la cara. Grande de ver sería como da la cara de Dios, sol o luna principales en las caras de los tres caídos y como ellos le están viendo la cara a Dios»    

                                   Juan Ramón Jiménez