La reciente presentación en sociedad de la fundación "Avanza" (pensadores de guardia al servicio del PSOE) y el venidero plan de "regeneración democrática", que el presidente del Gobierno detallará la semana en que viene en el Congreso, invitan a suponer que Sánchez, por la vía de la reflexión y con decisiones prácticas, afronta el saneamiento que la política nacional y el funcionamiento de las instituciones piden a gritos.
Se supone que el reto, en el plano de las decisiones, no se quedará en lo que parece una de sus principales preocupaciones: frenar la abusiva utilización de la libertad de Prensa por parte de ciertos "seudomedios". Como ya se ha adelantado, una de las medidas va a consistir en evitar que la publicidad institucional contribuya a mantenerlos económicamente.
Asimismo, esperemos que, en turno de los intelectuales orgánicos, la reflexión no se quede en martillear su ofensiva frente a "la ideología reaccionaria, populista y post democrática que considera al Estado como el enemigo a batir", en palabras de Manuel Escudero, que ha dejado su puesto de embajador de España ante la OCDE para convertirse en el primer presidente de la fundación "Avanza".
Como quiera que tanto la regeneración democrática como las tareas de dicha fundación ya han sido desacreditadas en medios hostiles al sanchismo con desapacibles acusaciones (cesarismo, nepotismo, confusión de lo público con lo privado, y cosas peores), más vale recordar algunas de las asignaturas pendientes en el funcionamiento de la política nacional, justamente en esa clave regeneradora. Por si en la Moncloa tienen a bien asumirlas como tareas a desarrollar en el plan de la semana que viene y en los programas de trabajo de la mencionada fundación.
Sobre todo, en estos dos campos:
Uno, se tendría que abrir una verdadera cruzada conducente a garantizar la neutralidad de las instituciones, de modo que de ninguna manera puedan estar al servicio del partido en el poder o del Gobierno de turno. Mejor si, llegado el caso, incluso puedan actuar como auténticos contrapoderes. Y de modo que su buena salud sea suficiente como elemento estructural que compense el desempeño de políticos mediocres.
Y dos, un reseteo creíble del poder legislativo. Debería incluir la capacidad de impedir que el Ejecutivo aparque la legislación ordinaria y envíe asuntos de mayor cuantía a tramitaciones apresuradas que acaban perjudicando la calidad técnica de las normas legales y generando efectos indeseables. Sirva lo cual también para el abuso del decreto ley no justificado por razones de extraordinaria y urgente necesidad.
La farsa de las sesiones de control en el Congreso, las puertas giratorias, el desprecio al adversario, la tendencia a encharcar el terreno de juego, etc, darían para otro artículo. Vale por hoy.