El 71 Festival de San Sebastián comenzó ayer marcado por la ausencia del glamur de Hollywood y con una programación muy variada que va desde lo nuevo de Isabel Coixet o los Javis a documentales sobre C. Tangana o el estreno el hoy del polémico No me llame Ternera, codirigido por Jordi Évole y Màrius Sánchez, en el que entrevistan al etarra Josu Urrutikoetxea, exjefe de la banda terrorista ETA.
La decisión de proyectar el documental en el Festival llevó a que 514 intelectuales, víctimas y políticos, como Mari Mar Blanco, Ana Iribar, Carmelo Barrio, Fernando Savater o Fernando Aramburu, pidieran su retirada. Sin embargo, el director del certamen, José Luis Rebordinos, respondió que esa carta nunca llegó y que la película «ha de ser vista primero y sometida a crítica después y no al revés».
Hoy será el día de verla, y se estrenará en Netflix el 15 de diciembre, pero ayer fue el pase previo y a la salida, ya hubo quien comentó: «El documental está muy bien y él me ha parecido un monstruo», comentaba una de las personas que acudió a la presentación.
En la producción, el líder terrorista justifica el asesinato de guardias civiles -«no son víctimas, son voluntarios», asevera- y el pago del llamado impuesto revolucionario» durante los años de actividad de la banda. En una entrevista publicada ayer mismo por el diario Berria, Ternera expresó su disconformidad con el montaje final por la ausencia de un «hilo político». «No es lo que esperaba», dijo, «le falta contextualizar».
El histórico miembro de ETA, que pide expresamente no ser llamado Ternera, admite en el documental su participación en los preparativos del atentado contra el presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco en 1973 y en el asesinato en 1976 del alcalde de Galdakao Víctor Legorburu, un crimen por el que nunca fue procesado y que fue sobreseído al aprobarse la Ley de Amnistía de 1977.
Pero niega cualquier implicación en el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza de 1987 en el que murieron 11 personas, seis de ellas niños, un crimen por el que está imputado y pendiente de juicio en la Audiencia Nacional, a la espera de su extradición desde Francia, donde fue detenido en mayo de 2019 y permanece en libertad condicional.
«No estoy en la cabeza de las personas que hicieron esa acción», dice Urrutikoetxea, de 72 años, que considera «penosa» y «lamentable» la muerte de niños, pero responsabiliza a las Fuerzas de Seguridad del Estado por no haber desalojado las casas cuartel cuando ETA comunicó que eran su objetivo.
En cuanto a los guardias civiles opina que «no son víctimas, son voluntarios» y que «ya sabían cual era su función, 'todo por la patria'». Y sobre la extorsión de la que fueron víctimas gran número de empresarios subraya que «era necesaria para el funcionamiento de la lucha independentista».
La entrevista ofrece un repaso a 50 años de terrorismo de ETA, con referencias al atentado de Hipercor de 1987, al secuestro de Ortega Lara y al asesinato de Miguel Blanco de 1996, del que dice que no entendió bien cual era el objetivo y que transmitió sus críticas internamente, aunque no se planteó dejar la organización entonces. Sí que lo hizo y la abandonó, asegura, tras el atentado en la T-4 de Barajas en diciembre de 2006, que acabó con la tregua que ETA había declarado nueve meses antes, como resultado de las negociaciones mantenidas con representantes del Gobierno en las que él participó. Un abandono paradójico si se tiene en cuenta que fue él quien leyó el comunicado de 2018 en el que la banda terrorista anunciaba su disolución.
Las primeras reacciones
Curra, una madrileña que acudió al preestreno opinó que no solo no lava la cara a Ternera, sino que le deja como lo que es, un monstruo que justifica por fines políticos cosas como las que pudieron hacer los nazis o los estalinistas».
Lourdes Oñederra, miembro de la coordinadora Gogoan por una Memoria Digna apuntó «yo cuando lo estaba viendo, me ponía en el pellejo de gente más joven (...) y en ese sentido, no sé si se desmitifica lo suficiente», especificó.