'Estancia de la plenitud'

Silvano Andrés de la Morena
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Silvano Andrés de la Morena analiza el último trabajo de Fermín Herrero

Con su sabiduría poética, Fermín Herrero ha construido su última obra desde una atalaya bien delimitada. Atalaya con tres miradas: la del escenario geográfico, la de su tiempo pretérito personal y la del presente de creación y nostalgia. Pero esa trinidad se reduce a una: el arte de la poesía en la soledad del creador. Suficiente y total, en la "Estancia de la plenitud", esa alcoba a la que uno aspira, en vida y en obra. El poemario es casi un manifiesto lírico, una biografía, un resumen de lo vivido, de lo sentido desde que se nace, una memoria. 

El primero de los treinta y un poemas que componen esta su última cosecha se lanza casi como declaración y proclama; "Este es un canto de alabanza/ ya que no puede serlo de humildad/ por culpa del que, en vez de limitarse/ a la mirada, escribe cuanto ve,/ lo que piensa que ve, lo que pretende/ ver, aunque nada vea. Con los años,/ en lugar de agrandarse, el mundo/ se me ha ido empequeñeciendo,/ ni siquiera me sirve hablar/ en tercera persona. Con los años,…/". Por otra parte, en el tercer poema, se celebra, muestra y revela desde dónde observa y desde dónde nos convoca el poeta; "En el silencio, lleno. Ningún ruido/ me afecta ya, cualquier deseo/ atajo fácilmente, nada me pasma. Es tal/ mi repelencia frente al trajinar/ que ni siquiera me perturba el miedo/ al desapego. Hasta del tiempo hago/ una celebración, lo hago instante,/ me sobrecoge. Estoy sentado en mi sillar/ de piedra de Las Peñas. Aquí el silencio/ se ocupa de mi soledad,/ ya no lo espero pues está/ para siempre. Junto al lugar". 

Ahí, en la "piedra de Las Peñas", donde él está sentado (donde estuvo, donde imagina con acierto estar), contemplando el mundo, micro y macro, y gozándolo, al tiempo que toma nota para su palabra certera. Contenido y perspectiva. El qué y desde dónde. Situado queda el lector agudo.

¿Y desde ahí que nos muestra? La realidad poética construida en perfección formal y contenido humano. Toda una obra. Toda una "Estancia de la plenitud", sostenida con las dos iluminadoras citas del principio, la de Giorgio Agamben sobre los poetas del siglo XIII y su sentido de la "estancia", más la del gran Hölderin sobre la "plenitud". Desde ahí, viaja con su pluma y papel para construir una realidad íntima en el tiempo y en el espacio. El paisaje que lleva dentro y el léxico que nos define, bajo el cielo azul de las Tierras Altas de la Castilla soriana. Palabra, constructo sintáctico propio y semántica que ilumina en su polisemia pues Fermín traza con nuestro vocabulario toda una metáfora que alcanza lo universal. Como ha de ser la poesía. Así, ese léxico de nuestros pueblos (carrizos, espadañas, guijarros, componendas, rastrojos, ulagares) recogido, "mientras el silencio/ se ocupa de mi soledad", antes de que muera y mueran, le da un sentido de profundidad y categoría elevada, que se nos muestra íntimo. En este poemario está el aquí más cercano al autor, a sus predecesores y a sus coetáneos, que, no siendo muchos hoy en esta tierra baldía, somos unos cuantos conscientes de lo que se ventila.

Ahí, el poeta, solo; ahí, la palabra, sola; ahí, la voz sola. Eso es poesía porque Fermín Herrero logra convertir en universal lo singular, en ese paseo visual y de memoria que habita en su interior. Eso es la poesía, la capacidad de trascender el yo y desde el yo. Porque no hay poesía sin palabra y no hay palabra sin sujeto. Un escenario: el paisaje de su infancia, los recuerdos del padre ("que me arrulla/ en su mirada candeal, en su honradez/ callada") las palabras que nos moldearon: "Mira que he desgastado estos parajes/ y cuánto, mira que al intentar/ fijarlos una y otra vez, les he quitado/ latido, vida". Todo ello, en el tiempo que nos forja y, a veces, nos abruma porque su paso es inexorable. He ahí los meses y las estaciones, que vagan sin parada ofreciendo a los sentidos bellezas diferentes: febrero ("lo que calla, lo que nunca alcanzaré"; abril ("la emoción en el aire/ en sus quietudes"); mayo ("un aire que/ hacia la claridad me ensimismaba"); agosto ("ya ha florecido/ el brezo en las laderas de los cerros"); octubre ("me recojo en su luz… en la brisa de otoño"); noviembre ("ha adelantado la clarividencia/ que en la nevada resplandece e iguala/ lo vivo con lo muerto")…
"Estancia de la plenitud" es un manantial del que sale un agua "corriente, pura, cristalina", mucho más caudalosa de lo que este espacio me permite acumular en mi glosa sobre este poemario. Es la plenitud de la memoria, la culminación de la palabra, manifestada en forma en la estancia del camino de la vida, tras haber sabido recoger la mirada que se lanza y la flecha del verbo en la montaña que ahora es balcón para el poeta, desde donde mira, se mira y crea en plenitud de vida personal.
Nunca podremos captar la realidad en su inmenso ser y tampoco llevarla entera a la voz verbal pero el poeta nos ha reconstruido un mundo de goce, recuerdo y regocijo verbal ("… no recuerdo/ sino la extrañeza y, en medio/ de ella/ aún más extraña/ la poesía"). Acérquese, amable lector de EL DÍA DE SORIA, a la "Estancia de la plenitud", su último brote en una obra ya consolidada, la de Fermín Herrero. Consolidada y reconocida en nuestras Tierras Altas y allende sus horizontes. Deténganse en la página 25, de síntesis gozosa. Poesía en estado puro, plenitud en la estancia de la vida. "Lo que no vi, lo que aun viéndolo/ no conseguí entender, aquello/ más simple todavía en su temblor/ pequeño". Querido Fermín: mi felicitación por la nueva construcción, con goce de sentidos y gozo cerebral que regalas.

 

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