Alberto Palacios Lázaro

Alberto Palacios Lázaro


La toma del castillo

13/01/2024

Cada noche, después de intentar probar bocado, subía a lo alto del castillo. Desde allí, sin que nada le tapara, veía cómo, de manera incansable, aunque cada vez con menos afluencia, cientos de vecinos continuaban protestando ante la que había sido su anterior cabaña. Aunque la comunidad de propietarios le echó de ella porque le pillaron haciendo trampas durante una junta extraordinaria, seguía guardando cierto aprecio por el lugar. Tanto es así que, cuando comenzaron dichas protestas, hizo el esfuerzo de presentarse allí para apoyar a los que, alguna vez, habían sido sus amigos. Digo que hizo el esfuerzo porque las caras de todos demostraron lo incómodo y forzado que resultó. Ahora, ese lugar significaba entre poco y nada para él, pues seguía sentado en el trono del castillo, aunque la fortaleza hiciera aguas por todos los lados. Jamás fue elegido por aclamación popular, pero ese gran trozo de piedra y alfombras aterciopeladas se había convertido en su hogar. Al principio, los líderes de los reinos aledaños no vieron su llegada al poder con malos ojos. "Parecía que traía ideas renovadas, ganas de hacer algo". Ahora, no dejan de golpearse contra la pared. "¡Cómo no fuimos capaces de verlo!". Algunos ancianos del lugar advirtieron de su peligro. Así lo anunció el alquimista Rubalcaba en la gran plaza del pueblo, ante una imponente audiencia. Pero fue ninguneado. Ahora, la infraestructura del castillo, del que no se piensa mover aunque se caiga, está enormemente comprometida. Varias malas decisiones han acelerado este deterioro. La incapacidad para paliar la peste del año 20 dinamitó su credibilidad. La población le pilló en renuncios, en improvisaciones arbitrarias y le hizo pagar su afán por querer derribar, a toda costa, a la líder del barrio más poblado. Vanos esfuerzos. Este distrito sigue liderado por la dama que ostenta la mayoría absoluta más amplia del mapa.

En una noche para el olvido, los fantasmas del castillo le convencieron para firmar una ley que dejaba en libertad a la gran mayoría de violadores del lugar. Se pueden imaginar… Presa de los nervios, a golpe de decretó comenzó a actuar. En primavera habría aclamaciones populares en todos los barrios. Temía, con razón, un plebiscito sobre su persona. Todos los barrios a elecciones, salvo dos, eligieron a la caballería azul. La oscuridad se apoderaba del castillo y de su inquilino, quien fechó nuevas votaciones bajo un sol de justicia. Aun con todo, perdió. Ganó, de nuevo, la caballería azul. Así, se alió con forajidos, bandidos, buscavidas de mala muerte, vendehúmos y amigos de sicarios para llenar todas las estancias de la fortaleza y no dejar entrar al gallego vencedor de las aclamaciones. Ahora, el castillo es un lugar terrible. Sus variados y cuestionables inquilinos han echado la llave por dentro. Se están encargando de destrozarlo y no dejar ni las migas.

Pero lo peor estaba por llegar. Hace dos noches, tras bajar de la torre 'Parlamento', vio al forajido mayor del reino arrebatarle su propio trono. "Ya lo sabías. Sin mí, no hay decretos. Aquí, mando yo".

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