Decía el novelista y crítico francés Marcel Proust que «el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos». Más allá de aquellas aventuras, Marco Polo (1254) pudo dejar un legado de gran valor histórico que aún perdura en la actualidad, 700 años después de su fallecimiento, gracias a sus vivencias y a su particular manera de retransmitirlas.
Porque fue mucho más que un intrépido explorador. También se convirtió en un auténtico contador de historias que acercó una nueva cultura que resultaba bastante desconocida para la Europa medieval.
Nació en el seno de una familia rica, como eran los comerciantes de la época, y cosmopolita, bajo el manto de su padre Niccolò y su tío Matteo. Ellos habían partido rumbo a Oriente antes y, esta vez, en 1271, le llevaron a conocer aquellos lugares que cambiaron por completo su vida. También la de otros navegantes, posteriormente, gracias a sus narraciones, como Cristóbal Colón. Este llevaba los documentos del veneciano consigo en sus viajes y aquel aventurero siempre fue un espejo para él. Pero esa es otra historia.
Marco Polo, a través del conocido recorrido comercial de la Ruta de la Seda, fue capaz de descubrir diversos sitios como la actual Israel, Armenia y demás regiones del Golfo Pérsico. Pero su vida cambió por completo al conocer a Kublai Kan en la ciudad de Xanadú, residencia de verano del proclamado emperador de China.
No muchos se atreverían a apostillar que aquel joven se ganaría la confianza del dirigente en tan poco tiempo. Pero el veneciano obtuvo rápidamente la simpatía del soberano, que le demandó además numerosos encargos a lo largo del imperio. Aquello le otorgó la posibilidad de conocer las diferentes culturas y costumbres de aquel pueblo, la vida cotidiana de aquellos habitantes. No solo eso, también reportó de primera mano el funcionamiento de aquella vasta administración y de un ejército muy bien configurado. Todas aquellas experiencias acabaron siendo relatadas posteriormente con una mezcla de realidad e imaginación que consiguió atraer a numerosos lectores años después.
El buen desempeño de aquel mercader le valió incluso para llegar a convertirse en el gobernador de Hangzhou, uno de los territorios de aquella potencia. El comerciante pasó un total de 17 años en China, cumpliendo con las misiones requeridas por el emperador.
Un capricho del destino
Pero llegó el momento de partir de nuevo a Venecia, después de un largo período de más de 20 años de fructífera estancia en suelo oriental. Por aquel entonces, esta se encontraba enfrentada en un conflicto bélico en el Mediterráneo con una de sus rivales, Génova.
Terminó arrestado por los genoveses y, caprichos del destino, aquel suceso le abrió la puerta a un vehículo que le ayudó a transmitir aquellas experiencias que perduran hasta nuestros días.
En su estancia en prisión, conoció a Rustichello de Pisa, un escritor pisano con el que llegó a convivir entre rejas y que se convertiría en su confidente durante aquel tiempo. Sin esperarlo, llegaría a ser el creador de la autobiografía de aquel explorador, que sería plasmada después en la conocida obra Los Viajes de Marco Polo.
Aquel amanuense supo captar a la perfección el potencial literario de los recorridos de su compañero hasta reflejarlo en una publicación que se convirtió en todo un éxito. Su aportación cautivó a mucha gente en aquella época y que ahora es objeto de estudio para muchos historiadores todavía.
Después de salir de la cárcel, contrajo matrimonio con Donata Bodaer, una noble con la que tuvo tres hijas. Se convirtió incluso en miembro del Gran Consejo de la República de Venecia.
Ahora, es su ciudad quien recuerda la figura de un mercader que dejó una auténtica enciclopedia geográfica para la posteridad. La localidad prepara varios homenajes para el que muchos es el viajero más famoso de la historia.
La memoria de aquel aventurero, que se embarcó junto a sus familiares hacia otro enclave, sigue siendo recordada en un mundo globalizado. Pero, por aquel entonces, solo unos pocos tuvieron el privilegio de llegar a otras culturas y, sobre todo, de contemplar con nuevos ojos las bondades de estas.