A las cinco de la tarde, igual que cuando el niño trajo la blanca sábana, sonaron, al unísono, las campanas y los timbres de todos los relojes del Museo Nacional del Romanticismo, de Madrid. Las sonerías provocaron el silencio. La atmósfera estaba colocada en suerte para presentar el Festival de las Ánimas fuera de Soria. Nada mejor que en esa sala donde, como a las cinco de la tarde, todo era muerte y solo muerte. Bajando el tono, reduciendo los pasos, poco a poco, la delegación soriana llegó hasta el retrato de Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho. «En un principio, queríamos haber hecho aquí la presentación del Festival. Pero, como podéis comprobar, en esta sala cabemos cuatro», confesó Ernesto López, director de las jornadas. Un espacio tan estrecho como incomparable para presentar una programación que gira entorno a la muerte, el terror y la fantasía, bajo el impactante retrato mortuorio del poeta, que arrebató las miradas de los sorianos congregados.
Tanto que el alcalde, Carlos Martínez, no dudó en usar su estatura y estirar el brazo para inmortalizar con su móvil, sin reflejos, esa pintura eterna. Aún con el eco de los románticos relojes flotando por el aire, la cosa no había hecho más que empezar. Hoy como ayer, mañana como hoy, y siempre igual.
«Comenzamos en Madrid porque queremos no quedarnos en Soria. Necesitamos que otras ciudades nos ayuden en el propósito de proyectar la marca Bécquer y decirle a la gente que sí hay Cultura en los pequeños municipios, con productos de altísima calidad», afirmó Ernesto López. Carolina Miguel, directora del museo, no renunció a la réplica.
«La familia Bécquer es un gran pivote literario y pictórico sobre el que gira la España plural del siglo XIX. Que hayáis venido desde Soria para presentar aquí la nueva edición del Festival de las Ánimas nos llena de orgullo». «Gracias por mantener viva la Cultura, en mayúsculas, la que nos puede ayudar a entender al que piensa diferente en un mundo tan global», remató Carlos Martínez, alcalde de Soria.
Allí, en esa estrecha y llena sala, no sólo estaban Bécquer y un puñado de emocionados sorianos. El más famoso retrato de Mariano José de Larra presidía el pequeño gran salón, dando la bienvenida a la expectante delegación. Al lado, sus dos pistolas. Todo hace indicar que una de ellas fue la que fue. «No lo tenemos confirmado del todo. Lo que sí está claro es que ambas armas eran suyas. Además, desde hace unos años, tenemos cedida la camisa que vestía Larra en ese momento. Aún conserva las manchas de sangre», explicó Carolina Miguel. La pequeña sala se hacía más grande por momentos. Cedía el hormigón de las paredes ante el insostenible peso del pasado y la muerte, sobre todo la de un Bécquer que, cuantas veces trataron de asirla los presentes, tantas desapareció. Junto a las pistolas de Larra, su manuscrito de Los Calaveras. Y, junto al manuscrito, la cinta fúnebre del entierro de José Zorrilla. Desde la esquina contraria, con cien cañones por banda, contemplaba la escena José de Espronceda. Él, no. Su retrato, en teoría.
muerte y belleza. En la práctica, casi se puede afirmar que sí era él. Los ojos de esa pintura ganaban en vida a los ojos de muchos vivos. Escoltando al ya muerto Bécquer, la serie de pinturas satíricas sobre el suicidio de Alenza y Nieto. Obra empapada de la desesperación y el vacío que espolearon a los intelectuales románticos.
La relación entre la muerte, la belleza y lo sublime se expresa, en estos óleos, con un paisaje abismal, nocturno y desolado. Cómo no iban a querer Ernesto López y Jesús Bárez presentar ahí el Festival de las Ánimas de Soria. Ese Festival de cielo gris, horizonte eterno y de andar, andar… Al menos, 39 años más.