Escribir sobre lo que uno piensa tiene derivadas imprevistas. Muchas veces el autor se pierde en el estilo para demostrar un talento y maestría del que puede carecer; en otras, es la soberbia de pensar que lo escrito merece la pena ser impreso en un papel y que un tercero tenga la fortuna de leerlo y, finalmente en otras, solo se aspira a saber reflejar fielmente la idea que uno tiene. Seguramente es una mezcla de todo.
Pese a lo anterior, puedo afirmar con rotundidad que la película que encabeza este artículo ha envejecido mal. Cualquiera recuerda la primera vez que la vio y la honda impresión que provocó en uno, mientras que ahora es imposible no sentir una profunda decepción. La preciosa Meg Ryan no lo es ya, aunque más por sus esfuerzos de no dejar de serlo; empeño que también ha secundado Bill Crystal, aunque me temo que en su caso para retrasar una vejez visual acorde con su edad.
En 1989, año muy relevante, las cosas se veían de otra manera. Las expectativas depositadas en el futuro personal y colectivo no se han desarrollado como uno esperaba. Irrita que Friedrich Hayek nos advirtiera en 1.944 del peligro del totalitarismo burocrático. Pero el premio con diferencia se lo lleva George Orwell y su libro 1984, porque lo clavó. Se sufre con cada página del libro, ya que refleja el mundo que nos envuelve.
Pese a lo dicho, no nos debe abrumar el pesimismo. Las sociedades cuando envejecen se transforman en cínicas, conservadoras y pasivas. Cierto es, que las nuevas generaciones son impulsivas, intolerantes, materialistas y más ignorantes que las que le preceden; pero tienen tiempo para aprender de los errores propios y ajenos. Son fruto de nuestra tibieza, del amor a la seguridad sobre la responsabilidad, de la compulsión por el bienestar sobre la justicia.
Solo les doy un consejo. Huir a toda costa del deseo como brújula vital. Los políticos quieren el bien común y creen que basta con desear el resultado para que el beneficio social llegue. Es solo cuestión de un poco de voluntad, algunos dirían intención. Es falso.
La condición humana y la realidad demuestran que existen tantas variables en juego que no podemos garantizar un futuro cierto, solo podemos aspirar a vivir con honestidad nuestro presente. Para ello, debemos ser unos firmes defensores de la libertad personal; sin ella el resultado es terrorífico.