El 8 de junio amaneció nublado, con nubarrones en el norte que amenazaban lluvia. Llevábamos ya un tiempo en que las precipitaciones eran frecuentes, y con la novedad de ser casi siempre torrenciales en media España. Con esta incertidumbre nos dirigimos a Magaña, y el tiempo que resultaba amenazante a la salida, se fue pacificando y la mañana se fue haciendo amable y fresca.
Para ir a Magaña hay que tomar la carretera de Almajano, es decir la SO-P-1001 y, sin dejarla, pasando por La Losilla, Pobar y Villarraso, llegamos a destino, en poco más de media hora. Allí, en la localidad de Tierras Altas, protegida por las sierras de Alcarama, Cabezas y El Almuerzo, nos recibe el impresionante castillo de la Nava del Marqués alzado, en el siglo XV, sobre un cerro dominador. Esperándonos estaba Martín Matute, miembro de la Asociación de Amigos de Magaña, que se había desplazado desde Parla para servirnos de cicerone por este pueblo que, a todas luces, tanto ama. Queremos dejar aquí constancia de nuestro agradecimiento a su esfuerzo y amabilidad.
Magaña fue el centro de su Comunidad de Villa y Tierra en la Edad Media. Fue tierra de realengo y posteriormente perteneció al señorío de la familia de Álvaro de Luna y, después, paso a integrarse a la Casa de los duques de Alba y a la de los marqueses de Vadillo. En el siglo XIX, se constituyó como municipio, llegando a abrigar a más de 300 habitantes. Aunque en el siglo XX incorporó a las localidades de Pobar y Villarraso, hoy no alcanzan entre las tres los 100 habitantes, siendo Magaña la más poblada con 66.
El pueblo, situado, en buena parte, en una ladera, es grande y posee, según Martín, que todo lo referente a él lo tiene estudiado, 105 casas habitables, aunque desgraciadamente pocas de ellas ejercen su función habitacional durante todo el año.
Tras visitar la Virgen de los Monasterios, de la que daremos cuenta en la siguiente entrega, Martín nos condujo al paraje llamado 'Los Praillos' en el interior de la dehesa boyal de Magaña; con un paisaje totalmente diferente al de los encinares que habíamos recorrido. Se trata de un robledal espeso en el que de repente aparece un ejemplar centenario, imponente, escondido entre la maleza como queriendo protegerse de la vorágine humana.
Volviendo al pueblo, callejeamos con Martín, acercándonos al puente de San Juan, las viejas piscinas, terrazas con nogueras, casonas con canecillos románicos, antiguas escuelas y antiguo ayuntamiento. En la escuela, levantada en 1904, el ayuntamiento, que posee bastantes propiedades, ha decidido construir dos coquetas casas rurales y una tienda. Tienda que sobrevive con la escasez de consumo que pueden realizar los algo más de 60 habitantes que viven en el pueblo.
Antes de seguir nuestra visita hacemos una parada en el único bar del pueblo. El bar tiene nombre: Buenaventura Herrero, y la presencia del edificio destaca por su singularidad. Se trata de un inmueble diseñado por el arquitecto Ramón Martiarena, tan prolífico en la ciudad de Soria, y costeado con parte de las 100.000 pesetas que Buenaventura dejó al ayuntamiento para construir una escuela, que permitiera a los jóvenes de su pueblo estudiar, y un edificio que hiciera las funciones de casa consistorial. Así pues el resultado es el de un bar-restaurante amplio, limpio y bien cuidado que actualmente vive, además de los comensales de fines de semana, de los arqueólogos que estudian la necrópolis medieval de la antigua collación de San Miguel, antes de ser destruida por el nuevo trazado de la SO-630; y de los trabajadores que arreglan y modifican esa carretera.
La iglesia de Magaña está dedicada a San Martín de Tours, santo que ha pasado a la historia por ofrecer, siendo militar romano, en el año 337, media capa a un mendigo que tiritaba a las puertas de Amiens. El nombre de la mitad de la capa, 'capilla' ha pasado a denominar los espacios laterales de las iglesias occidentales. Su fiesta se celebra cada 11 de noviembre. Al lado de su entrada, Martín, cuyo día de nacimiento se aproximaba al de la fiesta patronal, y de ahí su nombre, nos enseña y explica un círculo empedrado, como si se tratara de una era pequeñita, que servía para jugar a las 'ocho en raya'. Estuvo en su día cubierto de cemento, hoy, porque todo regresa, ha vuelto a su apariencia original. Lo mismo ha sucedido con el empedrado de diferentes rincones del pueblo, actualmente recuperados. La iglesia es amplia, de una nave y allí se conservan, además de un buen retablo, las imágenes de las vírgenes de Barruso, del Rosario y de Verducea. Debajo del coro, alojada en una capilla pequeñita, se encuentra la pila bautismal románica.
Pasado el puente medieval que cruza el río Alhama, sobre un pequeño altozano y al lado de la carretera que nos lleva a San Pedro Manrique, nos encontramos con los restos de la ermita de San Salvador; antigua parroquia del pequeño barrio que allí se asentara. Fue una de las seis parroquias con las que contó la villa de Magaña durante la Edad Media. A finales del siglo XV esta parroquial se convertirá en ermita, fusionándose a San Martín; ya en la visita pastoral efectuada en 1766, el visitador recorre varias ermitas de la villa, pero no la de San Salvador, por lo que podemos entender que por esas fechas se había abandonado el lugar.
La parroquial de San Salvador es el típico edificio del románico rural soriano. Una iglesia de una nave, levantada en mampostería menuda y que contó con una espadaña a poniente. Con una cabecera con tramo recto en el presbiterio y ábside semicircular. Las esquinas y los vanos se reforzaron con sillares, hoy expoliados, si exceptuamos la ventana abocinada de poniente. En el muro meridional estuvo la portada, también expoliada y en el muro norte existió una más pequeña con arco de medio punto, hoy tapiada. La cabecera se iluminaba con dos ventanas, expoliadas y cegadas; una en el tramo presbiterial y otra en el eje absidal. Todavía se conservan en el presbiterio restos de impostas con perfil de nacela, que nos indican que este espacio se cubrió con una bóveda de cañón. El ábside se cubrió con una bóveda de cuarto de esfera de la que se conserva el arranque.
La ausencia de impostas y de estribos en la nave, nos hace pensar que como cientos de iglesias del rural soriano, se cubriría con techumbre de madera a dos aguas. El muro de poniente se asienta sobre un afloramiento rocoso y en él se ha conservado una ventanita muy abocinada hacia el interior. Por los restos que se conservan en este paño parece que sobre este muro se levantó una espadaña rematada a piñón; a su vez aquí se conservan grandes lajas encastradas en el muro, peldaños de lo que fue la escalera de acceso a la espadaña o al coro, algo que recuerda a San Baudelio de Berlanga.
Cuando se efectuaron los trabajos de campo (1999) para la Enciclopedia del Románico en Castilla y León, José Manuel Rodríguez Montañés todavía pudo ver las dos esquinas occidentales en pie. La esquina sur se desplomó pocos años después, perdiéndose los dos canecillos de nacela que soportaban la cornisa románica. Hoy todavía sigue en pie el alero norte, cuya cornisa es soportada por dos canecillos, uno de nacela y el otro decorado con una esquemática cabecita. En la construcción de la escuela de 1904, a la que hemos hecho referencia anteriormente, se emplearon en sus esquinas tres canecillos románicos, los dos del costado norte se decoran con toscas cabecitas, muy similares a la que vemos en San Salvador, mientras que el que decora la esquina meridional lo hace con una cabeza de buey. Por ello podemos deducir que en 1904 la ermita de San Salvador, que lo había dejado de ser a mediados del siglo XVIII, se había convertido en una cantera de la que los vecinos y el municipio de Magaña extraerían materiales ya trabajados.
La ausencia de cualquier actividad ha permitido que en el interior de la nave crezcan carrascas, que se han sido podadas y recogidas en pequeños montones. Mientras, en el rincón noroeste, se ha dejado crecer una imponente encina que asoma ampliamente por encima de la caja de los muros. Ese cuidado se debe a que estos restos se encuentran en manos privadas, no sabiendo con exactitud cómo la propiedad llegó a esta familia. En la localidad dicen que la antigua ermita fue desamortizada, pasando por heredad al actual propietario.
De las decenas de iglesias sin techo que hemos estudiado hasta el momento, estas son sin duda las que más se han deteriorado en las dos últimas décadas, encontrándose en la actualidad a punto de desaparecer completamente. Estas ruinas, como otras tantas de la provincia de Soria, merecen ser consolidadas y estudiadas para que puedan ser disfrutadas por futuras generaciones. Magaña es un paraje precioso, con una larga historia que ha dejado interesantes muestras de ella en sus iglesias. Hoy, parte de ello puede perderse si, como viene siendo habitual, nada se hace para impedirlo.