No ha comenzado la campaña electoral y los hasta ahora "amigos", ERC y Junts, han decidido sacar el armamento pesado contra el PSOE y contra Illa en concreto. Congreso y Senado han sido testigos, esta semana, de que la oposición más dura contra el Gobierno no viene del PP y Vox, si no de los socios catalanes que acorralaron al exministro de Sanidad en la comisión del Congreso sobre la compra de las mascarillas.
Y quien le iba a decir a Pedro Sánchez que la denuncia de "Manos Limpias" contra su mujer en un juzgado fuera sacada a colación en la sesión de control del Congreso precisamente por Gabriel Rufián, quien, barriendo para casa, intentó mostrarse "solidario" hablando de "lawfare" en la justicia española. O sea: a Begoña Gómez le está pasando lo mismo que a los independentistas condenados por el procés. Salvador Illa sigue encabezando las encuestas y el independentismo sube sus exigencias a Madrid y trata de dar la imagen de que el candidato socialista es un "charnego". Esquerra defiende que ellos tienen "un proyecto para Cataluña, propio para Cataluña, y no de Madrid para Cataluña". Tal vez por eso, Rufián acusó al exministro y candidato socialista de haber centralizado la compra de mascarillas desde Madrid y le reprochó que hubiera elegido empresas "con gerentes condenados por estafa".
La última exigencia pasa por reclamar al Estado una deuda que, según el otro protagonista de la batalla, Carles Puigdemont, asciende a 422.000 millones de euros, nada menos. El entusiasmo colectivo por la Ley de Amnistía ha pasado al olvido y el referéndum y la financiación van a ser los ejes principales de la campaña.
Si, además, un recurso ante el Tribunal Constitucional no paraliza la aplicación de la citada ley, la amenaza de Puigdemont de regresar con seiscientos seguidores cruzando la frontera francesa, cobra verosimilitud.
Viendo la agresividad preelectoral, Moncloa comprueba que un triunfo de su candidato significaría el inmediato desalojo de Sánchez, porque ni ERC ni Junts mantendrán su apoyo. Aragonés quiere seguir en la Generalitat y demostrar que mantienen la pureza independentista al mismo nivel que Puigdemont. No son conscientes de que los catalanes están hartos de una falta de gestión que está llevando a la ruina a muchas empresas. Como botón de muestra lo sucedido con Freixenet esta misma semana.
La campaña no va a ser fácil, pero, el día después de las elecciones, muchas cosas pueden cambiar en todo el país.