No es un tema anecdótico. En realidad, asegura el bibliotecario e investigador soriano Sergio Campos, es clave para entender algo mejor uno de los episodios más terribles de la historia española. Junto al periodista José Antonio Martín Otín, «tirando del hilo», ha conseguido documentar un hecho totalmente inédito que, de alguna manera, cambia quizá la percepción de la historia marcada por aquel 18 de julio de 1936. El resultado, Violencia roja antes de la Guerra Civil, publicado por la editorial Espasa, trata de arrojar luz, dignificar a las víctimas e identificar a los verdugos de la primera checa creada en Madrid en plena II República, dos meses antes del estallido real de la contienda fratricida. El objetivo de los dos autores no es otro que contar una historia en la que ningún historiador había reparado antes o que, como puntualiza Campos, quizá no querían molestarse en investigar. Había poca información, pero ambos autores sabían dónde buscar. Violencia roja antes de la Guerra Civil es fruto «de muchas horas de archivo» rebuscando en expedientes e indagando datos tan aparentemente baladíes, pero importantes, como el número de teléfono de la comisaría de El Pardo o la meteorología de aquel Madrid primaveral previo a la guerra. En Violencia roja antes de la Guerra Civil confluye, además, el poso de muchas lecturas e historiografías de todas las tendencias. Con todo ello, Campos y Martín Otín han intentado armar las piezas del puzzle, dar sentido a la sucesión de acontecimientos. El resultado, añade Campos, es «mostrar mediante hechos contrastados sacados de fuentes diversas un panorama puramente objetivo de lo que ocurrió en Madrid en la primavera del 36», una especie de foto fija de aquel momento. Aunque duela. Porque, admite, la lectura de esta obra puede sumergir en la desazón más absoluta al comprobar «hasta dónde puede llegar la saña, la tortura». Y lo más importante, apostilla el coautor, «cómo esa violencia no fue algo natural, sino programada desde la perspectiva leninista». La proclamación de la II República el 14 de abril de 1931 fue vista por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la actual Rusia, al igual que por el fascismo y el nazismo, como una oportunidad para extender su influencia. En este sentido, es especialmente interesante comprobar, indica Campos, cómo todo lo que surge a partir del 18 de julio «ya se ensaya previamente con un programa muy detallado en los dos bandos, y es perfectamente simétrico».
el modelo. El objetivo era «hacer la revolución a todo precio» y la checa de Antillón, 4, montada en un colegio de monjas cercano al conocido puente de Segovia iba a ser especialmente relevante. Todas las que aflorarían en la capital madrileña a partir del alzamiento militar contra el Gobierno de la República «seguirán las pautas de ésta». Para el soriano, esto es un indicio de que el Ejecutivo republicano del momento estaba al tanto de lo que ocurría allí, porque, insiste, «las checas son centros legales, reconocidos por el Gobierno» y, curiosamente, «las más salvajes, como la de Bellas Artes y Fomento, eran gubernamentales». En este caso, además, llama la atención que en el momento de la incautación legal del edificio, promovida desde una junta de distrito socialista, un grupo de jóvenes blandiendo sus pistolas y un salvoconducto, que elucubra Campos, podría ser de un ministerio, se hicieran antes con el inmueble para crear en él la primera checa de la República. «Yo creo que el Gobierno sí lo sabía», aventura.
La investigación abierta por el soriano y José Antonio Martín Otín, al que conoció a través del blog que él mismo creó sobre libros de viaje y que derivó con el tiempo hacia libros sobre la Guerra Civil, fue, precisamente, una consulta que Martín Otín le hizo sobre un personaje, El manías, Emilio Pérez Gómez. «Tirando de ese hilo, repasando el libro de Rafael Pelayo Rusia al desnudo, encontré la historia de Antillón, 4», rememora. A partir de ahí, ambos, a cuatro manos, desde Berlín y Madrid, se lanzaron a la misión de recabar todos los datos posibles. «La investigación engancha. Te lo pasas en grande. Cada detalle se te antoja fundamental», añade. Aunque, confiesa, todo encajó con un escalofrío, cuando bajaron a los sótanos de Antillón (de nuevo, colegio), que siguen igual.