Si Estados Unidos estornuda el mundo se resfría. No importa quien lo dijo. Importa saber que el hermano mayor de la familia está mal de la cabeza, porque en la cabeza tiene el problema. Podemos llamarlo síndrome del piloto borracho, pero afecta más al pasaje que a la tripulación.
Así es percibido tanto por los norteamericanos de base como por los países que interactúan como hermanos menores de la gran potencia, que están perplejos después del gran debate televisado entre los dos aspirantes a la Casa Blanca para el periodo 25-29, una vez que hablen las urnas de noviembre. Donald Trump, el "republicano" para reconquistarla. Joe Biden, el "demócrata" para conservarla.
Tal para cual, si nos remitimos con carácter preventivo a la ebriedad del piloto porque, entre otras cosas, ninguno de ellos está en edad de pilotar nada. Y si entramos en detalles, vemos a un gesticulante chulo de barrio que miente tanto como habla y uno anciano achacoso, inexpresivo, de mirada baja, que a ratos parece un maniquí articulado de movilidad reducida.
Uno de ellos, Trump, con un acartonado gesto de boxeador desafiante cuando salta al ring sin haberse quitado el albornoz. El otro, Biden, premioso, inexpresivo, con esa boca entreabierta de quien parece venir de allá que de acá (me resisto a mencionar las eternas soluciones habitacionales de las que nunca se vuelve).
¿De verdad está condenado el pueblo norteamericano a padecer a uno de los dos, da igual quien sea, o todavía está a tiempo de impedirlo?
Esperemos que sí. Y esperemos que el cambiazo sea en el lado del Partido Demócrata, cuyas razonables posiciones estuvieron muy mal defendidas por Joe Biden en el debate de la madrugada del viernes (hora española).
Por ahí van los analistas nacionales e internacionales al constatar que el todavía presidente ha sembrado el pánico en sus propias filas.
Miedo da la eventual reposición en la presidencia de un personaje con dificultades para aceptar el dictamen de las urnas, de gatillo fácil en el insulto al adversario, que equipara emigración con delincuencia y acusa a Biden de haber abierto la frontera a "asesinos", "violadores", "locos" y "terroristas" que llegan a EE.UU. a vivir del cuento.
Para echarse a temblar fue la banalización de asuntos tan serios como el problema migratorio, los impuestos, las guerras abiertas en las fronteras de la UE, el derecho al aborto, etc. Pero Biden no tuvo mejor argumento para replicar a Trump que acusarle de no tener "ni idea de lo que dice". Y Trump por su parte, se quedó en el bucle de acusar a Biden de haber hecho de EE.UU. "un país de tontos".
(Desde hace unas horas empiezo a sentir que, al fin y al cabo, no estamos tan mal en España. Porque, anda que si comparamos...).