Mire, hoy me he levantado optimista. Y como hoy no se puede escribir de otra cosa que de este domingo deportivo, me atrevo a convertirme casi en una casa de apuestas, tan populares en el Reino Unido, para pronosticar que ganaremos a Gran Bretaña, que Alcaraz se hará con el torneo de Wimbledon derrotando a Djokovic…Y, desde muy otra óptica y contexto, que Salvador Illa acabará convirtiéndose en el molt honorable president de la Generalitat, tema sobre el que también circulan no pocas apuestas. Pero esto último, una victoria de Illa, y ahora se lo explico todo, no tiene por qué ser un salvoconducto para que Pedro Sánchez triunfe en su intento de llegar hasta el final de esta Legislatura imposible.
Reconozco que tengo mayores conocimientos –en lo que cabe, que es poco—sobre la endemoniada política catalana que sobre la selección británica, que todos aseguran que es inferior a la española. Y de tenis la verdad es que sé lo bastante, tampoco demasiado, como para apostar fuerte en favor del murciano, 22 años, y contra el serbio, 37, que, además, a todos nos cae peor. Pero esta no quiere, ni podría, ser una columna deportiva, sino esperanzadora: porque confieso que aún mayor esperanza tengo en la investidura de Salvador Illa que en una victoria de 'la roja' ( y, por cierto, ahí va mi porra: ganamos por 3 a uno).
Déjeme, pues, que le hable de Illa, porque es la última razón que nos queda frente a la irracionalidad que, entre Junts y Esquerra, están imprimiendo a la política catalana. Soy un incorregible optimista, de los que creen que todo se pone en su sitio y se suele llegar a buen puerto tras una travesía tormentosa si el barco se gobierna con tino. Y que lo mismo que el PP se ha visto desembarazado de Vox, Pedro Sánchez lo hará de Carles Puigdemont, que tiene tantas posibilidades como usted o como yo de regresar a la presidencia de la Generalitat. Pero que, eso sí, regresará pronto a Cataluña, y por tanto a España, para pasear como un civil más por las calles de Gerona, lo cual también es poner las cosas en su sitio.
Y entonces, Illa; sí que me creo algunas informaciones que señalan que Oriol Junqueras está convencido de que su rival interna en ERC, Marta Rovira, ha regresado legalmente, por fin, a su sitio, España, o sea, Cataluña, para, sibilinamente y a cambio de no pocas concesiones que, qué remedio, tendremos que tolerar por parte de La Moncloa, investir a Illa como molt honorable president de la Generalitat catalana, sustituyendo al dimitido Pere Aragonés, que, pobre, nunca estuvo en su sitio.
A mí, Illa me gusta. Su rostro triste, el hecho de que nunca levante la voz ni haya querido defenderse de algunas acusaciones energúmenas en relación con su difícil etapa en el Ministerio de Sanidad me hacen pensar en que poco va a tener que ver su gobernación en Cataluña con la alegría 'cañera' que Sánchez practica en el resto de España.
Es más --y aquí no quiero confesarme ni optimista ni pesimista--, creo que el ascenso de Illa redundará en el descenso de Sánchez, porque será en los cenáculos y mentideros de Madrid y en esas autonomías que se han desembarazado de Vox donde le pasarán factura por las cesiones presupuestarias y económicas a un territorio, Cataluña, en perjuicio de todos los demás. No sé si Sánchez pasará a la Historia como el hombre que 'pacificó' la Cataluña de 2017; sí creo que al actual inquilino de La Moncloa se le recordará también como el político que desequilibró instituciones, olvidó leyes y alteró estructuras territoriales, cuestiones que antes eran todas intocables. Es decir, sacó las cosas de su sitio natural, las desordenó. Y eso tiene un precio.
Sánchez se ve favorecido por las recientes encuestas de Tezanos, que dan un (lógico) ascenso al PSOE sobre el PP a costa del despeñamiento de Sumar, que no encuentra su sitio; lo que ocurre es que la última y muy comentada encuesta del CIS no llegó a tiempo para considerar lo que va a beneficiar a las expectativas de voto del PP el despeñamiento de Vox. Pero esa es una apuesta también segura: al PP de Feijoo le va a venir muy bien el me parece que nada meditado y creo que nefasto paso de Abascal, que también se ha equivocado, y mucho, de sitio.
Así que ya digo: es conveniente apostar sobre lo más seguro, porque nada es seguro del todo. España tiene un gran equipo de fútbol, un gran tenista y un bastante buen candidato a la presidencia de la Generalitat, cada cosa por su orden. Los desastres, a veces, se van arreglando en función de los méritos y buena trayectoria de cada cual. Déjeme, cuando este domingo de sofá ante el televisor despunta, soñar un poco en glorias nacionales y esas cosas quizá tan demodés. ¿Que qué tienen que ver el maduro conspicuo Illa, el joven Alcaraz y el jovencísimo Lamine como para meterlos a todos en el mismo saco de una crónica dominical? Pues eso que le digo: el sueño en que las cosas acaben poniéndose en su sitio, ¿le parece poco?