De vez en cuando conviene desviar la mirada de la política española, que está dramáticamente trivializada, y reparar en los mensajes de las urnas en latitudes distintas, aunque no distantes. Al menos nos permite acudir a las analogías y las comparaciones, por ver si salimos ganando, como en el caso de los Estados Unidos, donde preocupa el supuesto de un chulo de barrio de vuelta en la Casa Blanca.
Lo de la Gran Bretaña es otra cosa, pero a sus ciudadanos también les zumban los oídos con la cantinela del "cordón sanitario" a los enemigos de la democracia. Allí el innombrable es Nigel Farage y su 'Reform OK', pues las encuestas le atribuyen hasta una quinta parte del electorado y, además, la posibilidad de que invada el espacio a los conservadores de Sunak, como ha ocurrido en Francia con Marine Le Pen ,respecto al declinante partido del presidente de la República, Emmanuel Macron.
Escribo en vísperas de las elecciones en el Reino Unido, sobre las que planea una barrida de los laboristas de las que hacen historia, comparable a la que llevó al poder a Tony Blair en 1997. Los conservadores de Rishi Sunak se lo han buscado, tras 14 años de reinado ininterrumpido. Los británicos quieren cancelar esa época porque les deja un país en ruinas. No está mal como legado: una economía que no crece, el coste de la vida disparado, servicios públicos que no funcionan, presión fiscal récord desde la posguerra y un fenómeno inmigratorio descontrolado. No hay quien dé más -o sea, no hay quien dé menos- como propuesta electoral lastrada por cuatro años de errores, en los que han pasado por Downing Street tres primeros ministros diferentes. (Johnson, Truss y Sunak).
Todo lo cual me dispensa de explicar por qué se avecina esa derrota de los conservadores, a pesar de un candidato laborista deshabitado de carisma, pero con todo a favor. Su desempeño más notable ha sido deshacerse de Corbyn y aminorar la fuerza del ala más izquierdista del partido. O sea, vuelta al centro con el aplauso de la poderosa clase media británica y el apoyo más o menos disimulado de los empresarios con sed de estabilidad y aversión a aventuras irresponsables como la que terminó con la salida de Gran Bretaña de la UE (el llamado "brexit"). Así que nada de tirones como el que ahora supondría un retorno a la disciplina de Bruselas, y nada de subida de impuestos, pero sí un mejor control de la inmigración.
En resumen, una clara victoria laborista que se da por descontada. Lo único que falta por saber, de cara al recuento de votos de este jueves por la noche, es cuánto de clara. Entre los conservadores ya solo aspiran a que no les ocurra como a los conservadores canadienses en 1993, que acabó en la desaparición del partido. Y aquí volvemos al síndrome francés: no es descartable que la previsible debacle conservadora acabe cediendo su espacio a la ultraderecha populista y xenófoba de Nigel Farage.