El francés Jacques Delors, fallecido hoy a los 98 años, pasó media vida trabajando para que el sueño europeo fuera realidad y armado de su infatigable pragmatismo, impulsó durante una década la construcción comunitaria basada en tres pilares, "la competencia que estimula, la cooperación que refuerza y la solidaridad que une".
El hombre que presidió la Comisión Europea entre mediados de los 80 y de los 90, un momento clave en el que se conformó el mercado único, el euro o la integración de la Alemania del este, fue para muchos el último gran europeo, el último que supo encarnar el ideal de la integración frente a las ambiciones nacionales.
Nadie desde su salida del Ejecutivo de la Comisión Europea en 1995 ha representado mejor el contrapoder de Bruselas a los intereses de los jefes de Estado. Delors y su irrefrenable fe en Europa arrastraron al continente a la mayor aceleración de la integración jamás conocida.
Pero este político de formación católica y credo socialista, alérgico a los focos públicos y al aplauso adulador, nunca pronunció grandes salvas en favor de Europa, prefirió los hechos a las palabras y nada más hacerse con las riendas de Bruselas afirmó: "El presidente de la Comisión está al servicio de los gobiernos, no de un ideal abstracto europeo".
Delors estaba convencido de que un mercado único convertiría a Europa en un polo económico sin igual, lo que permitiría preservar el modelo social en el que creía. La competencia como estímulo no vino acompañada de la cooperación y la solidaridad y él denunció: "Nadie se enamora solo de un mercado".
Su pasión europea le llevó a renunciar a un destino nacional que aparcó durante años, antes de dejar vía libre a su hija, la exministra Martine Aubry, fiel heredera de su socialismo pragmático. Nacido el 20 de julio de 1925 en París, siguió los pasos de su padre, contable en el Banco de Francia, y tras completar sus estudios ingresó en esa institución poco después de la Segunda Guerra Mundial.
Afiliado políticamente a un sindicato cristiano, en 1962 comenzó a trabajar en la planificación económica para gobiernos gaullistas, hasta que en 1969 fue fichado por el entonces primer ministro, Jacques Chaban-Delmas. Considerado la corriente social de aquel Ejecutivo, promotor de los contratos de progreso y la formación continua, Delors no perdió su independencia porque, como él mismo decía, era "demasiado socialista para la derecha y demasiado pragmático para la izquierda".
En 1974 dio el paso y se afilió al Partido Socialista, atraído por la personalidad de François Mitterrand más que por sus ideas, como reconoció en sus memorias. Nombrado ministro de Economía (1981-1984) de sus primeros Gobiernos, impulsó las nacionalizaciones, la devaluación del franco y una política de inversiones, antes de verse obligado a una austeridad presupuestaria para preservar la paridad entre el franco y el marco.
Candidato a liderar el Ejecutivo, quedó descartado del mismo por el joven Laurent Fabius. Su destino había sido ya sellado entre Mitterrand y el canciller alemán, Helmut Kohl, y estaba en Bruselas.
Aterrizaje en Bruselas
Sucesor del luxemburgués Gaston Thorn al frente del Ejecutivo comunitario, su llegada en 1985 supuso un acelerón a una Europa anquilosada.
En diez años puso en marcha el mercado único, los fondos de cohesión, el tratado de Schengen, la ampliación a España y Portugal, el Acta Única que sustituyó al Tratado de Roma, los programas Erasmus, la Política Agraria Común y el tratado de Maastricht. Delors volvió a encarnar Europa como antes lo había hecho su admirado Jean Monnet. Su salida de Bruselas en 1995, sustituido por el luxemburgués Jacques Santer, dejó huérfana aquella función.
Su popularidad era tal que los sondeos le situaban como la única personalidad de izquierdas capaz de evitar una derrota socialista en las presidenciales de 1995. Pero se negó a dar el paso, alegando motivos personales y una falta de adhesión a sus ideas, y se convirtió en el primer apoyo de Lionel Jospin, que acabó derrotado por el conservador Jacques Chirac. Apartado de la primera línea política, solo rompía el silencio para apoyar todo intento de integración europea o criticar la tibieza comunitaria.
En 2015, la UE le reconoció su aportación nombrándole ciudadano de honor de Europa, una distinción que solo tienen tres personas, Jean Monnet, Helmut Kohl y él mismo. Casi molesto con los aplausos, en medio de la crisis provocada por la bancarrota de Grecia que ponía en jaque el trabajo de toda su vida, un Delors de 90 años mostró ante los jefes de Estado y Gobierno su rostro más severo: "No hay tiempo para celebraciones".