Posiblemente nunca conoceremos las verdaderas motivaciones del brutal atentado del pasado viernes en el Crocus City Hall, la gran sala de conciertos moscovita en la que al menos 137 personas murieron a manos de un grupo de sicarios terroristas que dispararon a quemarropa contra la multitud, degollaron sin compasión a quien se cruzaba en su camino y provocaron un incendio masivo y mortal. Lo que sí sabemos es que los autores intelectuales lograron el que seguramente fuese su principal objetivo: dinamitar la imagen de omnipotencia de Vladimir Putin, en su punto más alto justo después de la pantomima electoral con la que fue reelegido para un quinto mandato presidencial que regirá los designios rusos, entre ellos los belicosos, durante al menos los próximos seis años. Y recordar al mundo que Rusia tiene más enemigos de los que se le presuponen y el Estado Islámico es uno de primer orden por su apoyo a Bashar al Asad en Siria y por su alianza con Irán.
Todas las pruebas apuntan al ISIS-K, una facción del grupo extremista ISIS, que se atribuyó la autoría al poco de cometer el ataque, llegando a difundir como prueba las imágenes grabadas por los propios asesinos. Desde el Kremlin, sin embargo, se ignoran las abundantes evidencias yihadistas y la propaganda rusa se afana en enfatizar la presunta (e incoherente) participación de Ucrania, el país que ha estado tratando de aniquilar durante más de dos años. La ausencia de cualquier hipótesis incriminatoria creíble hace que este intento de manipulación resulte burdo, aunque en la tierra de las mentiras hace tiempo que quedaron peligrosamente desmanteladas las capacidades críticas de la población rusa.
Son muchos los errores de cálculo que ha cometido Putin últimamente. Y ahora se suma esta gran exhibición de debilidad en su propia casa. Acrecienta la humillación que fueran ignoradas las claras y precisas advertencias de los servicios de inteligencia de EEUU y Reino Unido de que se avecinaba un ataque inminente de esas características, incluso contra conciertos, y Rusia no estuviera preparada. Putin teme que de este episodio salga gravemente debilitada su narrativa del Occidente hostil, encarnado por EEUU y la OTAN, como la mayor y única amenaza a la unidad y la seguridad de Rusia. El golpe le ha dolido y lo demuestra al tratar de compensar su fracaso con dureza, que incluye la tortura a los detenidos y masivos bombardeos contra Kiev.
Dos son los grandes riesgos para la seguridad global tras la masacre del viernes. Por un lado, las tácticas de distracción de Putin para esconder sus errores ante el pueblo ruso, que en la niebla de la desinformación no acierte a distinguir entre propaganda y realidad, y clame venganza contra Ucrania. Y por otro, el ataque de Moscú sirve de recordatorio de hasta qué punto la amenaza yihadista sigue latente en cualquier parte del mundo.