El vasco de Cáceres vs el vasco de México

Diego Izco (SPC)
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El tranquilo y reflexivo 'Txingurri' quiere añadir un trofeo a su currículum para completar su transformación en leyenda del club mientras que el técnico 'azteca' busca su primer título en España tras la final copera que perdió con Osasuna en 2005

El entrenador del RCD Mallorca, Javier Aguirre (i), y el entrenador del Athletic, Ernesto Valverde, en una foto de archivo. - Foto: EFE/ Cati Cladera

Ernesto Valverde

Nació donde nace poca gente (225 habitantes en el censo), en Viandar de la Vera, a 544 kilómetros del 'punto cero' de Bilbao: San Mamés. Pero sí es vasco de adopción desde los siete meses, cuando sus padres se instalaron en Vitoria. Ernesto, modesto eterno a pesar de todos los éxitos que pudieron hacerle perder la cabeza, tiene ya 60 'tacos' y suficiente calle como para haber aprendido a relativizar la importancia del fútbol. 

Fue un jugador 'diesel', de progresión lenta pero imparable: no recaló en el Alavés hasta los 17, no alcanzó la Segunda División (Sestao) hasta los 21… Y no lo pescó el Athletic hasta 1990. Ya con 26 años. Entre medias, logró meter la nariz en la élite del fútbol nacional a través de aquel Espanyol que, además de quedar tercero en 1987, llegó a la final de la Copa de la UEFA en el 88. Johann Cruyff (Barcelona) pidió su contratación ese mismo verano: una corta aventura de dos temporadas marcada por las lesiones. Y, entonces sí, llegarían los 120 millones de pesetas (725.000 euros, aproximadamente) de Bilbao para vestirlo finalmente de rojiblanco. 

El 'Txingurri' puede cerrar mañana un círculo histórico: Clemente fue el último entrenador del Athletic en levantar la Copa, Clemente fue quien lo fichó para el Espanyol en 1986 y Clemente fue quien lo llevó a San Mamés en 1990. Precisamente, en el último partido de Liga, Valverde igualó a Clemente como el quinto entrenador con más partidos en la historia de Primera División (511). 

Puede que el 'Rubio' de Barakaldo influyese mucho en la decisión del joven Ernesto de ponerse a los mandos del cadete del Athletic en 1997, días después de haberse retirado precisamente en el Mallorca. El método (observar, corregir y mejorar) funcionaba. No era un técnico pasional como su mentor o como Txetxu Rojo, quien 'se lo pidió' a su lado en el primer equipo en 2000. Valverde seguía siendo el tipo sereno, de mirada triste pero afilada, muy inteligente leyendo el fútbol tal y como había demostrado de corto. 

Como primer entrenador metió a los 'leones' en la UEFA 2004, al Espanyol en 2007, ganó tres Ligas con Olympiacos… y Bilbao volvió a reclamarle. El gran público descubrió a ese preparador que mima y trabaja sus equipos: recuperación alta, juego ágil en el que siempre están pasando cosas, agresividad y compromiso, mucho compromiso. La fórmula le llevó al peldaño más alto, el Barça, donde ganó dos Ligas y 'media': los fracasos europeos (y más concretamente el de la Supercopa de España) motivaron su salida en enero de 2020 cuando iba líder. 

Estaba dedicado a la 'dolce far niente' cuando, sí, el Athletic le reclamó por tercera y última vez. Si había sido el encargado de llevar a las vitrinas (2015) el único trofeo en los últimos 31 años, la Supercopa de España, ¿por qué no intentar que el 'Txingurri' fuera el capitán de la próxima salida de la 'gabarra' por la ría? Esta final de Copa es el sueño de toda una afición y el de un trabajador tranquilo, ganador con cara de derrota, un estratega fino rumbo a la gloria. 

Javier Aguirre

Si  es cierto que los vascos nacen donde quieren, él lo hizo a 9.018 kilómetros de Bilbao, con las paredes del hogar llenas de pósters del Athletic y el escudo heráldico Aguirre-Onaindia (el primero proviene de la voz vasca 'ageri' -notorio-, el segundo es un apellido vizcaíno que data de 1700).

Lo hacía en Ciudad de México, donde sus padres emigraron en 1947: Mari Carmen era de Guernica, Basilio de Ispáster. Veinte kilómetros entre ambas. Aprendió euskera en su infancia, sus cuatro hermanos se llaman Aitor, Karmele, Jon y Andoni; sus tres hijos, Iñaki, Mikel y Ander. Su tío, Dionisio, uno de los mejores pelotaris de la historia. Tiene los 'ocho apellidos reglamentarios': Aguirre, Onaindia, Alberdi, Landeta, Bollar, Arruabarrena, Uriarte y Goitiagaretxana. Solo ese deje mexicano que lejos de menguar se acentúa con el paso de los años le distingue de un vasco 'de manual'.

Su historia es la del modesto con picos de grandeza, la del futbolista y luego entrenador cuyos proyectos son monedas al aire. Como jugador, le salió cara en el América (1984), cuando anotó el gol en la final de la única Liga que logró de corto; y salió cruz en su breve aventura europea, en Osasuna, cuando en octubre de 1986 se destrozó la tibia y el peroné chocando contra Ablanedo (Sporting). Su prometedora carrera languideció de vuelta a su país, en el Guadalajara. 

El 'gusano' de los banquillos le picó en EEUU'94, cuando Mejía Barón (seleccionador mexicano) le invitó como técnico asistente. Solo dos años después, tomando el relevo del mito La Volpe en Atlante (al que logró salvar del descenso), comenzó una carrera que hoy se escribe desde Mallorca. 

Javier Aguirre busca mañana la gloria que, a su modo, ha tocado en varias ocasiones… ninguna en España. Estuvo a las puertas de hacerlo en 2005, cuando dirigía a Osasuna (donde estuvo 177 partidos, la mayor cifra de sus 28 años de carrera en los banquillos), cuando disputó aquella final de la Copa del Rey que el Betis se llevó en la prórroga. Antes había ganado la Liga con Pachuca y dirigido a su selección en el Mundial de Corea y Japón (lo haría de nuevo en Sudáfrica 2010).   Más tarde, cuenta con más amargura que satisfacción su paso por el Atlético de Madrid, Zaragoza, Espanyol o Leganés. 

Cada vez que salía de España, no obstante, esa gloria le hacía un guiño: en 2009 ganaba la Copa Oro en su segunda etapa en la tricolor, en 2016 conquistaba dos Copas en Emiratos e incluso alzaba la Liga de Campeones con Monterrey en 2021. Cinco meses después, el Mallorca destituía a García Plaza a la desesperada, buscando evitar el descenso… y Aguirre fue la tabla de salvación.

El mexicano acudió al mismo manual que hoy le ha dado una final copera: partidos donde pasan pocas cosas y casi todas controladas, el retrato de un 'perro viejo' cuyos equipos están cómodos bailando y resistiendo sobre el alambre del 0-0.