Esto del tráfico de influencias es algo que nunca se ha tomado demasiado en serio en España. En los primeros tiempos de Felipe González, el presidente, llevado sin duda de una buena voluntad por incentivar la economía, nos dijo a un grupo de periodistas: "si yo tuviera dinero, invertiría en Bolsa". "Hombre, presidente", le dijimos, "si tú, que haces y deshaces las reglas, invirtieses en Bolsa y perdieses, serías un desastre". No sé si lo entendió. Ni sé si se entendió muy bien aquello de los 'cafelitos' que el hermano de Alfonso Guerra se tomaba en su despacho oficial para tramitar cosas que no eran precisamente oficiales. Sin afán de comparar, más o menos como Begoña Gómez, que este viernes tiene que acudir a declarar al Juzgado. Y, sigo sin ánimo de paralelismos, creo que este caso se está tramitando desde La Moncloa casi tan mal como el del 'hermanísimo', que a Guerra acabó costándole la dimisión.
Vaya por delante que siempre he dicho, e insisto, que pienso que en el 'caso Begoña Gómez' va a ser muy difícil que el juez, tan empeñado en el caso, halle algún ilícito penal. También creo que algún colega, excesivamente ocupado en esta persecución, exagera la gravedad de cosas, por otro lado nada ejemplares, que se han hecho desde los aledaños monclovitas. Pero los datos son los datos y reivindico el derecho y el deber de mis colegas más serios a contar cuanto sepan y de la mejor manera que sepan, como está haciendo la casi –casi-- totalidad.
En todo caso, el daño provocado por la señora Gómez a la credibilidad de su marido, a la ética y a la estética en el entorno monclovita ya está hecho. Pocas cosas fatigan más al personal, creo, que la sensación de que alguien, desde el poder o los poderes, se aprovecha del ciudadano medio, que no tiene ese despacho oficial ni posibilidad y quizá ni ganas, de tenerlo. Propiciar una caza de periodistas 'fachosferosos' y 'sembradores de lodo', que sin duda los hay, pero son inmensa minoría, y encima hacerlo desde el Congreso de los Diputados pretextando un afán legal de regenerar a los medios de comunicación, me parece un despropósito que hará, como ayer decía algún titular afortunado, que Sánchez 'haya ido a por lana y vaya a salir trasquilado'. No convenció ni a los más cafeteros, incluyendo, por supuesto, a sus hasta ahora aliados para la gobernación del país.
Nunca creí, la verdad, que el 'caso Begoña Gómez' fuese a tener la trascendencia que está teniendo, y siempre pensé que el rigorismo con el que la mujer del presidente era tratada –exigiendo que acuda a declarar arriesgándose a la 'pena de Telediario' (o de otras teles), sin entrar oculta por el garaje a los juzgados— tenía mucho de posicionamiento 'fake' de algún medio que en este caso iba mucho más allá incluso que el principal partido de la oposición, excluido el portavoz Tellado.
Sánchez, con su afán de 'vendetta', está empeorando las cosas. Pues claro que abrir un frente contra los medios, porque apoyar, lo que se dice apoyar sin resquicios, ese plan 'regeneracionista' no lo ha apoyado nadie, ni aún regándolo con dádivas de cien millones de euros, es, simplemente, una locura casi 'trumpista'. 'Un error, un inmenso error', parafraseando aquella frase célebre de Ricardo de la Cierva, que tanto se equivocó al calificar de este modo la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Pero esta vez no hay error posible: Sánchez se ha metido en un lío mucho mayor que su forzado silencio cuando alguien se atreve a preguntarle por las cosas que su mujer hacía acá y allá. Da la impresión de que, tras sus proclamas contra 'tabloides' y 'pseudo periodistas', ya no sabe bien cómo seguir con este asunto, que se le ha ido de las manos.
Mi mayor respeto, por supuesto, hacia Begoña Gómez y hacia una presunción de inocencia penal de la que, personalmente, estoy convencido. Pero muy otra cosa es que España siga siendo un reino de encuentros 'de negocios' desde instancias oficiales que nunca deberían amparar los intereses particulares. "Hombre, en realidad siempre se han hecho negocios en los despachos oficiales", me dijo ayer un notorio simpatizante 'sanchista', tratando de diluir en este 'siempre' el 'Caso Begoña'. "Sí, de acuerdo, quizá haya sido siempre así. Pero me parece que nunca antes tan abiertamente desde La Moncloa; y en eso radica el 'quid' de este caso", le respondí.
Y es que, de momento, varios empresarios, la mayor universidad del país, un ministro de Justicia que actúa como abogado defensor y el propio palacio presidencial se han visto salpicados por ese 'lodo' que viene de unos polvos no fabricados por tabloides ni periodistas desmelenados que, como mucho, luego se dedican a manipular interesadamente y a exagerar no poco. No, el origen es muy otro, viene de antiguo, y es que, termino como empecé, en España esto del tráfico de influencias es algo que nadie se ha tomado nunca muy en serio. Y ya, hoy mismo por ejemplo, es hora de tomárselo.